domingo, 24 de agosto de 2008

Domingo

La semana que está por comenzar tiene la pinta de un domingo largo para mi. Es la última semana libre antes de volver al trabajo. Y escribo la palabra libre por no pensar en otra, pero libertad no es precisamente la sensación que tengo. Aunque supongo que ese es otro tema. ¿Y éste cuál era? Los domingos, supongo. ¿No es todo un poco más lento los domingos? Mi cerebro al menos lo parece. Así que me queda un domingo tan largo como una semana por delante y un cerebro a medio funcionar. Ahora veo el reloj y son las 23:59 del domingo, qué cosa. Así que está por terminar el domingo de verdad y empieza el largo domingo de mi ficción. 0:00
A los domingos, aunque se pasen en compañía, siempre se les puede encontrar un parecido con los recuerdos de la soledad. Claro que a veces se consiguen rutinas por las que resbala más fácilmente. Y a veces no. O sorpresas, también sirven las sorpresas.
Ya se sabe: si el mundo acaba un día será sin duda en domingo.

jueves, 21 de agosto de 2008

Jugar

Una vez, hace mucho, me sentí tan feliz que pensé que no me importaría morir en ese instante. Me resulta una extraña comunión por parte de mi mente. No sé si es la irredenta culpa católica que me obliga a esperar lo peor, especialmente si todo va bien. O si prefería morir para que nada opacara ese momento. Ni siquiera otro momento.
Me pongo los cascos, los audífonos. Escojo la canción. La repito y la repito. Me pasa a veces, que sólo me apetece escuchar una canción o un autor. Con los libros también me pasa a veces. Llevo cuatro o cinco al hilo del mismo escritor. No sé hasta cuándo seguiré con ellos, algunos no resisten el paso del tiempo a mi lado, pero no me importa.
No sé por qué no pensé aquella vez que ojalá el momento durara para siempre, sino en morir.
Ahora suena la música. Necesitaba que sonara alto en mis oídos y necesitaba sentir su fuerza brutal. Sin sutilezas. Sólo las canciones, las guitarras obvias, las letras impúdicas.
Hoy leí una poesía, un texto de deseo que desearía haber escrito yo. Que desearía haber engendrado yo. Escrita en un volúmen alto, contundente.
Hoy llovió poco y sin parar y el horizonte fue todo una nube gris, muy gris. Es agosto y llovía y el horizonte era gris. Y había viento. Y me acerqué al mar para sentir el viento en la cara. El viento en las velas.
Querer morir porque se es feliz me suena pervertido. Corromper el sentido de sentirse feliz.
Hoy me di cuenta de que hay un juego al que quiero jugar aunque es probable que pierda. Entonces me puse los cascos y puse una canción y me acordé de ese día en que quería morir por ser feliz. Y de la poesía y las canciones y la lluvia.

martes, 19 de agosto de 2008

Analfabeta

Hace unos cuantos años, mientras me tomaba un café, presencié algo que me sorprendió mucho. No había más clientes que yo y supongo que por eso aprovecharon para sentarse un momento la chica que atendía el lugar y una mujer mayor que salió de la cocina. Desplegaron algunas cosas sobre la mesa y empezaron su labor: la más joven enseñaba a la mayor a leer.
Imagino que en el fondo yo había creído que un analfabeta era como una visión mística, algo que aseguran que existe pero en lo que en realidad yo no creía. Me impresionó entender que esa mujer no sabía leer. Me resultó muy difícil pensar en la vida de alguien que no sabe leer. Leer libros, leer cartas, leer carteles en la calle. Me pareció incomprensible, tan alejado de mi.
Cada tanto me viene a la memoria aquella señora y con ella sus ganas, su afán, su tenacidad por aprender. Su paciencia para iniciar ese camino estando más cerca de la jubilación que de cualquier otro momento. Solía hacerme recordar las diferencias entre las cosas que a unos nos son dadas de manera fortuita y elemental y que para otros son conquistas y batallas muchas veces perdidas.
Pero hoy la visión era otra. Hoy, no sé muy bien por qué, me acordé de ella. Y en lugar de esa sensación de lejanía, de imposibilidad de comprensión, me sentí sencillamente ella. Me entendí analfabeta. Analfabeta de las palabras de otros, de sus decisiones, de los mensajes turbios y de los silencios descarados.
Ojalá yo también encontrara un poco de paciencia para aprender a descifrarlos.
P.D.M. Patience, de Micah P. Hinson.

domingo, 17 de agosto de 2008

Mensaje en una botella

No sé si la gente sigue mandando mensajes en una botella. O si alguna vez realmente se hacían esas cosas. La idea me parece como poco, curiosa. ¿A quién va dirigido un mensaje en una botella? Supongo que en esas circunstancias la opción más razonable es decir que lo que importa es que el mensaje sea recibido, por quien sea. Osea, que no importa quién sea el destinatario, sino que llegue el mensaje. Me imagino algo tipo Estoy en una isla desierta ¿querrías rescatarme?.
O quizá es justamente lo contrario, quizá un mensaje en una botella nace siempre para ser leído por alguien, por alguien en particular. Y quien lo escribe sabe que tiene todas las probabilidades en contra de que el mensaje llegue a las manos correctas. Pero aún así tiene que hacerlo, tiene que mandar el mensaje y esperar. Esperar y esperar. Y esperar es fastidioso, qué duda cabe, pero al menos sucede algo, porque esperar también es suceder aunque parezca que no. Porque si el mensaje no es mandado y no hay lugar para esperar es todo tan aburridamente calmo y rancio.
Así que supongo que los optimistas y los románticos siguen mandando mensajes encapsulados en mares nuevos esperando que sean recibidos, que sean encontrados.
Así, disimuladamente, en cualquier lugar: Estoy en una isla desierta ¿querrías rescatarme?.

sábado, 16 de agosto de 2008

Bico nos beizos

Vivo en Galicia, un país con lengua propia y legalmente cooficial con la lengua española. Escucho cotidianamente ambos idiomas y me gusta, me gusta esa posibilidad. Yo hablo poco en gallego y escribo mucho menos, me coarta la conciencia clara de mis deficiencias. Pero lo entiendo y escucho naturalmente y también lo leo. El libro que terminé de leer hace un par de días estaba escrito en gallego y también lo está el que estoy leyendo ahora. Y me gusta. Hay historias que siento que sólo pueden ser contadas en gallego, que deberían al menos nacer sólo en este idioma.
En gallego hay palabras que parecen poesías en sí mismas. Palabras delicadas y apetitosas que me gusta pronunciar y me parece que me guiñan un ojo cada vez que me las encuentro. Como beizos (labios), bico (beso), bágoa (lágrima). También me gustan xeito, seica, abraiar y daquela, porque no encuentro en castellano ninguna palabra que abarque y signifique lo mismo. Las hay, cada una tiene su traducción y significado, pero para mí todo su sentido está en gallego y así las uso aunque esté hablando en castellano.
Leí que elegían la palabra más bonita de la lengua española y en distintas listas resultaron ser amor, dios, amistad. No sé, a mi me gusta ironía.
A saber por qué.
Daquela vouche dar un bico nos beizos que vas quedar abraiado.

jueves, 14 de agosto de 2008

Folio en blanco

Mucha gente que escribe tiene miedo al folio en blanco. A mí me enseñaron que no hay miedo más fácil de superar: se necesita sólo escribir algo en él. Luego puede gustarte o no, puedes volver y corregir lo que has escrito, o borrarlo o romperlo, puede tener o no sentido, pero el folio ya no está en blanco.
Un folio en blanco es seguramente una metáfora recurrida sobre la vida, lo que queda por escribir/vivir, las posibilidades. Aunque es mucho más fácil, por supuesto, arrugar con desesperación y tirar a la papelera un folio cuando las cosas no salen como se esperaba.
Un folio en blanco es como un regalo sin abrir, como soñé hace unos días que me daba un amigo escritor. En el sueño me decía No lo abras ahora y no lo abrí. Pero luego desperté y me entró la duda de qué sería ese regalo. Puede ser lo que yo quiera, supongo, como un folio en blanco. No tiene reglas que seguir ni a quién responder, sólo tengo que inventarlo yo. Era mi sueño. Yo creé esa historia, me la quise contar y la recordé al despertar aunque no sepa qué me quiero decir. Podría ser muchas cosas y quizás es muchas cosas. Sólo hay que imaginarlas, hay que contarlas. Descubrirlas, revelarlas, creer en ellas. Están por escribirse. Como todo lo demás.

domingo, 10 de agosto de 2008

Distorsión

Tengo la impresión de mirar el mundo como a través de un cristal distorsionado. Cada tanto se limpia o quizá se enfoca por un momento y logro echar una ojeada al mundo real. O eso creo. Pero normalmente miro sin remedio la vida con todas las increíbles distorsiones que me proporcionan mis deseos, mis miedos, mis prejuicios. Y es verdad que cuando tengo ese instante de contacto supuestamente genuino caigo de golpe en obviedades que he negado durante tiempo, se desploman las fachadas que con paciencia y mimo hemos construido mi habitual ceguera y yo. Y eso que es una mirada tan corta que apenas me da tiempo de intuir algo. Y no sé qué es peor, si entender que me miento constantemente, que construyo mi propia realidad y me aferro a ella o entender que no hay realidad, que no hay algo que conocer, que entender. Que es todo suposición y posibilidades. Lo peor es olvidarlo, olvidar que miro sin cesar a través de esa distorsión.
Y es que parece tan real.

jueves, 7 de agosto de 2008

De noche

La noche parece el momento más adecuado para cumplir con los arrebatos rezagados. Para asumir riesgos y dar el salto después de tomar vuelo. Se aplaza el sueño en busca de prodigios y se agudiza la ilusión porque se disparan los deseos. En cada palabra se puede encontrar un indicio y en cada movimiento intuir un tropiezo. El aire parece más nítido aunque falte el sol y la vida parece más real sólo porque se presienten las promesas a punto de cumplir.
A veces la noche se toma la revancha y se pone a caminar por sí misma, sin preguntar, sin anunciarse. Y no hay manera de detenerla porque no hay armas contra su caradura, contra su honestidad despreocupada, contra su llaneza y obviedad. Y no le importan nuestros planes ni nuestros miedos. No se detiene si en su camino rompe unos y compone los otros.
Y nos da una bofetada tal que no podemos evitar ver si quiera de reojo lo que somos en realidad. Lo solos que estamos y que queremos estar. Lo hartos, lo confusos que nos encontramos. Lo crueles, lo egoístas que somos.
De día y de noche.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cansancio

Hay un poema de Pablo Neruda que comienza diciendo Sucede que me canso de ser hombre. Cuenta que se cansa de sus pies, de sus uñas, de su pelo y de su sombra. Que no quiere seguir absorbiendo y pensando, y que pasea con ojos, con zapatos, con furia, con olvido. Que el lunes arde como el petróleo y que la ropa colgada en algunos patios llora lentas lágrimas sucias.
Resulta vano proponerse definir con palabras propias lo que otras ajenas parecen decir puntualmente. Describir el cansancio sutil y arraigadísimo de un cuerpo que no da abasto para seguir al alma, trotando sin alivio. El hartazgo que supura de los planes reventados, el hastío que emana el caos al intentar ordenarlo, la resaca continua que deja el intento de reinventar las esperanzas.
El cansancio vespertino renacido del cansancio nocturno.
Cansancio de todo. De ser hombre, de ser un hombre en particular, de ser uno. Cansancio de tanto cansancio.

martes, 5 de agosto de 2008

Dolor

En algún lugar leí que cuando se sienten varios dolores al mismo tiempo el cuerpo selecciona uno y omite el resto. A mi me da la impresión de que lo mismo vale para el dolor del alma (que cursi suena). Me da la impresión de que se pueden inventar o procurar dolores para olvidar un dolor primordial. Me da la impresión de que el ardid funciona y que distrae con toda eficacia. Me da la impresión de que quizás la ficción no dura mucho porque a la mente nada le cuesta menos que dejarse a sí misma en evidencia. Me da la impresión de que en el camino se dejan buenos momentos, buenas personas, buenos recuerdos. Me da la impresión de que encima no es nada fácil de explicar.
El dolor es lo que tiene: no respeta, no espera, no se detiene. Se retuerce agitando todo lo que tiene a su alcance hasta que sale por donde puede.
Y al salir no parece estar más calmo, no parece mejorar. Aunque supongo que es preferible que salga por donde pueda y como pueda, a que se quede dentro camuflado y escondido, envenenándonos sin siquiera dar aviso.
Pero sólo lo supongo, no sé, me da la impresión.

domingo, 3 de agosto de 2008

Llamadas, correos electrónicos, abrazos.

Si se puede esperar una grata sorpresa de alguien es de un amigo. Cuando digo sorpresa pienso en el regalo de pasar un buen rato, en una palabra de consuelo. Pienso en el milagro de un comentario brillante en el momento preciso, de la intuición equilibrista de cuándo preguntar y cuándo esperar a que tú saques ciertos temas o la solidaridad de recordar una anécdota inútil y antigua, pero tuya. Los amigos son anclas cuando uno siente que va a la deriva, son alas cuando uno siente que ha olvidado cómo despegar y son una mano tendida cuando sientes que se ha desquebrajado el suelo bajo tus pies.
Cada uno hace con su vida lo que puede y ya se sabe, nacemos solos y solos hemos de morir, pero ya lo dijo un poeta inglés: Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo. Entre lo poco que creo que en verdad necesitamos están los amigos. Y es que solos no podemos; ahí están ellos para recordarnos lo que somos, lo que hemos sido, lo que solíamos querer ser.
Con frecuencia me ufano de tener amigos en puntos diversos y distantes del mundo. Me sigo ufanando de que sean mis amigos, pero quisiera tenerlos todos juntitos aquí en mi calle, de ser posible, aunque fuera un par de días. Y es cierto que las palabras, las memorias, las dudas, las convicciones, los reproches soterrados, las confesiones y hasta las promesas, al compartirse disminuyen las distancias. Y también supongo que nada puede sustituir un abrazo. Pero se puede intentar.
Y a veces, hasta parece que funciona.