martes, 30 de diciembre de 2008

El barrilito

Llevamos semanas (¿o ya son meses?) hablando y escuchando sobre la crisis. Ojo, que yo crecí en Latinoamérica y de crisis sé un rato. Pero esta es, por lo visto, la crisis. Antes de éste había otro tema, igual de apocalíptico, igual de incomprensible, igual de determinante: el petróleo. Yo creo que de alguna manera nos vacían la cabeza cuando deciden pasar de un tema al otro. Porque no es normal que ya nadie lo mencione, no se hablaba de otra cosa. Cada día nos informaban del precio del barril como hoy nos informan del IBEX y de la inflación.
A principios de año el precio del barril superó el límite histórico de los 100 dólares y para junio, se pagaba a 140. Hoy en día vale 40 (¿alguien quiere uno por Reyes?).
Y en verdad, en verdad sólo tengo una pregunta: ¿por qué?
Pero periféricamente tengo más: ¿por qué nadie habla de ello en los telediarios? ¿por qué todo lo que subió de precio porque subía el petroleo no ha bajado en la misma proporción? ¿quién pone el precio, en base a qué, es algo real o de nuevo mera especulación? ¿por qué todos los grandes temas que por lo visto determinan la economía del mundo parecen tan frágiles, tan inaprensibles, tan irreales?
Sé que alguien se prestaría a explicar cada factor y motivo que han llevado al barrilito de los 140 a los 40 en seis meses, como en una dieta exprés. Y también sé que aunque lo entendiera (cosa improbable) no le creería, porque todo parece funcionar dentro de un mecanismo podrido donde el último imbécil de la fila (el que paga cada mes la luz, el agua, el gas, el alquiler, la hipoteca, el colegio de los niños, la letra del coche, la barra de pan y las cigalas de año nuevo) es al que siempre le toca pagar la peor parte sin otro consuelo que cagarse en todo.
Y eso que somos el primer mundo.
Yo me voy a permitir suscribir a Fernando Fernán Gómez y sólo diré una cosa: ¡A la mierda!
Y feliz año nuevo.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Otra noche

Las sonrisas estaban por todos lados. Así son los sábados por la noche en los bares con música y alcohol y deseos y música. Se encontraron, más bien porque los dos lo habían provocado, pero tan veladamente que pudieron fingir que era una sorpresa. Hablaron de sus cosas. Tanto tiempo, cómo estás y esos detalles. Hablaron y hablaron, los amigos se fueron separando, las palabras llegaban y se atropellaban entre las risas y las miradas. En una de las pocas pausas en las que fingían sólo beber de sus vasos pensó que no recordaba cuándo había sido la última vez que había hablado así con alguien. La comodidad, la complicidad, el cariño. Pero faltaba algo. Algo que no iba a llegar, no esa noche. Alguien le esperaba en otro sitio. Cuando se lo dijo, sonrió y mintió: Me da mucho gusto por ti. Y exageró la sonrisa para que borrara los rastros de lo que sentía en realidad. Pero sabe que nada borra la decepción cuando se asoma en los ojos. Y en el fondo espera que se note. Que lo note. Y la despedida: Estás muy guapo, tú estás preciosa, nos llamamos, hay que vernos más. Más sonrisas. Otras miradas, otras sonrisas. Otra noche.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El invierno y la noria

Hace frío. Me gusta el frío. Claro que tiene algunos inconvenientes, entro otros la proliferación de resfriados como el que me acompaña estos días. Nada mejor que un buen resfriado navideño para entrar en el espíritu de estas fechas.
Por lo que sé, llegó el invierno. El domingo fue, por tanto, el día más corto del año. Recordé por esto que la noche de san Juan, la más corta del año, salí de casa en busca de hogueras. Quería mirarlas, tenía ganas de hipnotizarme con ese fuego. Y no encontré ni una, ni a la que he ido otros años cerca de mi casa ni a ninguna otra. Volví a casa un poco confundida y pensando si la experiencia tenía algún mensaje escondido. Por supuesto que no.
Hoy era el reverso, el punto contrario en el calendario: el día más corto del año. Los celtas celebraban la fecha festejando que la rueda del tiempo estaba en su momento más bajo. Y lo celebraban porque entonces empezaba a subir.
Supongo que el solsticio de invierno es el año nuevo astronómico. El tiempo como un ciclo que se repite, se renueva con su propio impulso. El día más corto del año anuncia que cada uno de los siguientes será más largo. Hasta llegar de nuevo a la primavera y a san Juan... ¿se nota mucho que en realidad no estoy pensando en las estaciones del año?
Y lo que estoy pensando lo dice muy bien una canción: Y en la noria de la vida, una vez abajo y otra arriba, y apenas te levantas tropiezas, y apenas tropiezas te levantas. Y mejor que sea así, que acostumbrarse es empezar a morir.
P.D.M. La Noria, de Le Punk.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Regalo

Llegaron los Reyes Magos antes de tiempo. Se presentaron ante mí bajo la forma de mi sobrino de cuatro (dulces, curiosos, imparables) años. Fue hace unas semanas, cuando salí a dar un paseo con él y nos sentamos en una terraza. Pedí unas aceitunas porque íbamos a tomar "un pincho" y las olivas que devora sin pausa no son negocibales. Hacía frío y empezó a nublarse sospechosamente. Éramos los únicos osados en permanecer en esa o cualquier otra terraza, me atrevería a decir que de la ciudad entera. Y ahí hablando, supongo que de Spiderman o de por qué y por qué y por qué y pero por qué cualquier cosa, me lo dio. Porque estando ahí bajo la duda de si la lluvia nos permitiría llegar a casa o no, me di cuenta de algo. Me di cuenta de que no había lugar o situación en el mundo, real o imaginario, en el que prefiriera estar. Que ese instante preciso (y precioso), emulado montones de veces en el pasado y sin duda en el futuro, era justo, justo lo que yo quería. Quizás lo que yo necesitaba. Que no lo cambiaría por nada. Ni amantes, ni amigos, ni deseos, ni promesas. Ese era en ese momento mi lugar en el mundo.
El regalo fue despertar esa conciencia, que se ha repetido a partir de ahí numerosas veces. En ocasiones diversas (con amantes, amigos, deseos y promesas) he vuelto a entender que ese y otro y otro y otro más, cada uno era mío, mi momento, que no cambiaría por nada.
Así que, a sus Majestades de Oriente, gracias. Gracias por mi regalo adelantado, no puedo pensar en ninguno mejor.
Y sobre todo, gracias a ti, rubito, por despertarme.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La hermandad

Hoy viernes tengo reunión con mi hermandad secreta. Bueno, no es secreta, de hecho muchos de los amables visitantes a este blog pertenecen a ella. Pero es divertido hacernos los misteriosos. Cómo me gusta mi hermandad no-secreta. Yo a veces intento explicarles, a ellos, a mis compañeros de hermandad, lo mucho que me ayuda, que me centra, que me alivia, que me serena, que me inspira reunirme con ellos.
Pero nunca encuentro cómo, me faltan las palabras. No importa, a ellos les sobran.
Uno de los miembros me dijo, cuando recién lo estrenaba, que este era un blog musical. Pues no, o sí pero no necesariamente. Pero me acordé de eso y pensé que hace tiempo que no colgaba una canción aquí.
Y al pensar cuál podría poner me vino a la mente una canción muy bonita y algo melancólica que escuché una madrugada en el coche de un amigo hace unos cuantos años. Luego pensé en una canción que repetía con frenesí adolescente acompañada de una amiga también frenética. También recordé una que cantaba al calor de las copas cada sábado con un amigo que tenía la deferencia de ir por mi y llevarme a casa cada semana. Y al final en una que hace no mucho me mostró un amigo y luego encontraba en todas partes.
Y luego pensé: va a ser que esto va de amigos y no de canciones.
Así que decidí dedicar esta canción a mis amigos de hermandad. La escogí porque siempre, siempre, me pone de buen humor. Como ellos.
P.D.M. It's not unusual, de Tom Jones.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Buena compañía

Este comenzar de diciembre me ha proporcionado la sensación de fin de año. Esa clase de reflexiones y miradas hacia atrás que se supone que se hacen allá por el 31 de diciembre me asaltan ahora, quizás alertadas de que un día o unas horas no serán suficientes. Reparo en cosas que me han pasado este año. Por ejemplo, en un estado compulsivo de devorar autores. El por qué lo desconozco, ni se me ocurren interpretaciones ni mucho menos creo que deba intentarlo, pero este año he leído de manera distinta a otros años. He leído y releído con una especie de necesidad animal a cada autor que pillo y me gusta; es decir, que al acabar un libro siento un hambre poderosa y necia de seguir con el mismo escritor. Como cuando, alguna tarde que llueve dentro y fuera, voy a por una onza de chocolate y acabo devorando como si no existiera la posibilidad de parar, la tableta entera. (Favor de no hacer alusiones a los poderes sustitutivos del chocolate).
Ese volver y volver y volver uno tras otro a los libros de alguien me permite recordar momentos exactos en que los leía, cosa que no suele pasarme debido a la escasita capacidad de mi memoria. Sé que leí también un montón de libros en solitario cuya presencia no sé ubicar en mis meses. Están perdidos en mis tiempos. Pero sí sé, por ejemplo, que estrené enero con lo que me faltaba de Salman Rushdie; sé que los últimos días del invierno estuve con Juan José Millás; en Semana Santa me fui a Madrid y no salí de los libros de Chéjov; cuando iba llegando el calor rescaté cada pequeña delicia que la biblioteca de mi ciudad ofrecía de Vonnegut; el verano lo pasé al lado de Philip Roth y Francisco Castro, y este frío otoño me estoy poniendo las botas con Andrés Barba. Ya ni siquiera me basta lo que hay en los anaqueles, pido préstamos interbibliotecarios de todo lo que sé que pueden conseguirme, acercándome al mostrador intentando poner cara de que sólo me apetece un libro y tratando de disimular "esto" que me está pasando.
Así que, al echar la vista atrás con este espíritu que me está dando diciembre me atreveré a decir que ha sido un buen año, gracias a la buena compañía.

martes, 2 de diciembre de 2008

Me lo merezco

Fui por mis propios pies. Entré a un lugar vacío y confuso al que se acude cuando decimos las cosas a medias, cuando nos gana el improbabilísimo deseo de ser entendidos de la manera correcta (¿es que hay una manera correcta?) por la persona correcta (¿y por qué creemos que lo es?). Acudí, digo, por voluntad. En el afán de resistir a la euforia y a la melancolía, que son hermanas mellizas que no se sueltan nunca la mano. Y sólo a la vuelta entendí que no era posible y quizá no era deseado. Entendí que besar en los labios a la indefinición era más que un beso, era entregarse a ella, someterse a sus reglas. Y entedí, sólo al verlo delante de mi nariz, como a menudo me pasa, que la respuesta que merecía iba a surgir del mismo territorio de la indefinición.
Hice el primer movimiento de un juego infantil y sospechoso. Ahora no hay más que piezas sueltas y reconozco en la respuesta muchas más voces de las que planeé, muchísimas más de las que quisiera. Y cualquier podría ser la que buscaba y seguramente ninguna lo es. Ya no sé si prefiero más movimientos o acabar la partida. O quizá sí lo sé. Si es que no son formas. Ya lo dije, me lo merezco.