lunes, 27 de julio de 2009

Julio y blog

Julio. El mes en que, por mucho, menos entradas he colgado en este blog. Claro, tengo una excusa. La excusa se llama Tengo la mejor prima del mundo con una casa en la playa. Y es una buena excusa. Pero como yo soy más de darle vueltas a las cosas, no acabo de creérmela.

Sí, en todo el mes apenas he estado en casa. Sí, no he tenido mi ordenador ni internet. Sí. Pero.

A principios de julio este blog cumplió un año. Y para una persona tan adepta a los festejos, es curioso que en absoluto le haya apetecido celebrar ese aniversario.

Recuerdo cuando me senté frente al ordenador ese día un poco nublado y de extraña luz y escribí la primer entrada. Y, como le dije a mi amigo J hace poco, lo recuerdo y sé que quiero estar lo más lejos posible de ese momento.

Empecé este blog porque necesitaba buscarme y me pareció una manera apetecible. Y quizá ese motivo ha sido superado. No el de buscarme, que para mí que esa es una labor que no se acaba en la vida, pero sí el de saciar aunque fuera levemente la brutal desesperación de encontrar en los resquicios algo de mí.

Algo sí que he encontrado, aunque no supiera decir claramente qué es. O sí. Cuando releo las primeras entradas noto una especie de asfixia, de respiración agitada y animal como cuando has dejado de respirar y sientes que desfalleces (palabra cursi). Como cuando vuelves a la vida. Y me pregunto si mis letras y yo hemos evolucionado (palabra falsa) a la par.

Cuando me preguntan sobre qué escribo, no sé que decir. Cosas, digo, cosas que me pasan, cosas que pienso. Cosas.

Así que, es verdad: Tengo la mejor prima del mundo con una casa en la playa. Pero también. Pero también quería extrañar. Pensar qué es esto. Pensar para qué.

Y no tengo ninguna conclusión, solamente que me gusta.
Así que, heme aquí, en un ordenador en un lugar llamado Dolce Birra (qué creatividad, por dios) y metiendo moneditas en una torre.

Porque sí. Porque me da la gana.
Porque el mundo es como es y mi vida es la que es, sigo buscándome y esta es una de las maneras en que me siento capaz de hacerlo.
Estais invitados.


lunes, 20 de julio de 2009

El cielo de Berlín

En algún sitio leí una lista de las cosas más raras que regalan los diarios y publicaciones. Yo, lo más raro que he visto ha sido un trozo del muro de Berlín. Lo regalaba la SuperPop. En aquel entonces vivía en México y la revista llegaba sólo cada tanto y sin previo aviso. Yo la compraba porque me recordaba mis veranos en España, lo que venía a ser algo apenas diferenciado del Paraíso. En una ocasión, el ejemplar rezaba : Con este número, gratis un trozo del muro de Berlín. Pero a México llegaban sin extras.
Recuerdo haber visto en la televisión las escenas de la caída del muro: la gente subida a la ruinosa pared, las máquinas echándolo abajo.
Estoy leyendo un libro (aunque a nadie le importe, lo informo en la columna de la derecha. Abajo, más abajo...) donde se narra una historia sencilla pero completada con historias de gente que saltó el muro. Pero no esos saltos míticos de personas asfixiadas por el régimen que buscan la libertad apostando incluso la vida. No. Son historias de saltadores de ambas direcciones y con motivos como poder ver un western en el cine cada jueves. Saltadores sólo porque sí. Porque el muro estaba ahí para ser saltado.
Todo lo que el libro narra es definido con respecto a en qué lado está. Las cosas, las calles, los edificios, dejan de ser en sí mismos y pasan a ser otra cosa, pues estar de uno u otro lado del muro era estar en una u otra ciudad, en uno u otro país, en uno u otro mundo.
Y sin embargo.
Y sin embargo el Berlín que yo conozco carece de tales referencias. No tengo ni idea de si la Catedral y sus hermosos jardines eran parte de Berlín Occidental u Oriental. Ni pista de a dónde pertenecía el Bundestag, o la exquisita avenida Unter den Linden. Creo que el barrio de Kreuzberg, donde vive mi amigo C, estaba en el lado Oriental, pero sólo porque lo he leído en algún sitio; estando ahí nada delata este hecho. El hecho de que esa ciudad estaba dividida en dos. Y ahora vuelve a ser una. Lo único que recuerda ese hecho (al menos para el ignorante ojo del viajero) es la huella que el muro ha dejado sobre el suelo de la ciudad, que se aleja serpenteando más allá de donde alcanza la mirada.
Pero en el libro todo gira en torno a las diferencias de uno y otro lado. Incluso nos asegura que hay características físicas entre los pobladores desde las que se puede intuir su residencia.
¿En serio? ¿Y cómo es que yo no noto nada? ¿Cómo es que nada me hace recordar si quiera que la ciudad estaba divida hace muy pocos años? ¿Cómo es que no veo signos de un pasado diferente en una y otra calle, no veo más o menos belleza, más o menos caos? ¿Cómo es que lo único que me recuerda aquel hecho es una cicatriz inabarcable sobre el pavimento?
Berlín es una ciudad hermosa a la que quiero volver para ver a C y la puerta de Ishtar.
No sé cómo pudo sanar de aquel muro. Como pudo reasumirse, recuperarse. Pero si Berlín pudo, no sé, quizá es que es posible.

Y, querido C, espero que haya llegado el verano a Berlín.

viernes, 10 de julio de 2009

Yo y mis circunstancias

Yo y mis circunstancias miramos al mundo como de reojo últimamente. No es un reproche ni un castigo, es más bien una duda, una sensación. La de que algo no va bien. La de que yo y mis circunstancias tendríamos que estar más contentas; la de que algo va mal y no nos acabamos de enterar.

Yo y mis circunstancias repasamos nuestros grandes temas uno por uno para encontrar esa pata que cojea. Se nos hace la cabeza un laberinto, una serpiente que se enrosca, una pescadilla que se muerde la cola. Y no encontramos nada. Nada nuevo. Están los asuntos de siempre, los que hemos resuelto, los que estamos resolviendo, los que sabemos que ahora mismo no podemos.

Yo y mis circunstancias sentimos que algo se nos escapa. Nos da por pensar que quizá no se trate de los grandes temas sino de los pequeños asuntos. E intentamos recordarlos, como si hubiera una lista que vamos marcando, este sí, este también. Tampoco ahí hay nada nuevo.

Yo y mis circunstancias nos sentimos un poco perdidas. Como si algo no encajara. Como cuando en un sueño empiezas a preguntarte si estás en un sueño por que hay algo. Algo que no puedes definir. Algo innombrable.

Yo y mis circunstancias sabemos que no hay nada bueno en lo que no se puede nombrar, y nos hartamos a veces de buscar y buscar sin saber qué; pero cuando no buscamos nos desespera la sensación de que algo no está en su lugar.

Aquí ha cambiado algo. Algo se movió de sitio. Y no conseguimos, yo y mis circunstancias, darnos cuenta de lo que es.

Porque, habreis de saber, yo soy yo y mis circunstancias.