lunes, 13 de diciembre de 2010

Hola, buenas

Dejé ir noviembre. Así, por gusto y con decisión. Solo para ver lo que pasaba. Dejé, por ejemplo, de escribir aquí. Casi siempre, deliberadamente. Otras veces, sin querer. Pero, en el fondo, queriendo.

No así diciembre, no señor. En diciembre he vuelto a yoga. También he redactado -en mi mente- entradas que no importa que no se publiquen. Escribo un cuento infinito. He leído un libro tierno. He llorado viendo de nuevo el capítulo cursi Gossip Girl donde los dos, ay, tan jovenes y guapos, se dejan. Ay.

Vamos, que he vuelto.

Me preguntó un amigo por asuntos de amor (él le llama de amor, a mi me da vergüenza decirle que el amor es otra cosa, así que le dejo seguir). ¿Has arreglado ese asunto? me pregunta. A mí me da la risa: sí, le digo, lo he arreglado, luego lo desarreglé y ahora, creo, lo he vuelto a arreglar. Hasta la próxima, claro. Y todo esto sin que el interfecto se entere de na. Y cuando digo na, es na.

Luego, está el pánico. Mi dulce y querido compañero. El pánico a la bancarrota. El pánico a permanecer en mi actual estado laboral. El pánico a perder mi actual estado laboral. El pánico a engancharme de la sonrisa del chico aquel. Y es que, ya lo sé, me va a ir mal, aléjate, fuera, chao, chao. Pero soy absolutamente adicta una sonrisa así. De esas que no se prodigan, pero cuando vienen le acompañan los ojitos y esa ternura que no sé por qué encuentro en él si es el tipo más malote del universo. Ay, creo que me he enganchado ya. Vaya.

Y por otro lado, mis pies, ahora mismo, están fríos.

Es lo que tiene diciembre.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cierro los ojos

La felicidad es, quizá, un momento que se descose de lo cotidiano, libre de pretextos y rebosante de euforia.

O es, quizá, una reflexión pausada que confronta pros y contras y se encuentra ganador. O una sonrisa ajena donde depositamos nuestras fantasías. O quizá es una circunstancia, diminuta y particular, que se sabe llamar a sí misma felicidad.

Claro queda, no lo sé. No sé lo que es la felicidad. Pero quizá se parezca un poco a noviembre.

Noviembre ha sido un mes escurridizo y sensual, un mes sin más nombres que el mío.

Se ha instalado en mi noviembre, a pesar de la lluvia y el frío, la arrogancia de agosto, la intensidad de julio, el lustre de diciembre, la fe de enero.

A veces las novedades se te agolpan en la vida como una bofetada sonora, imposible de obviar. Otras, no. Otras, se cuelan sutiles entre la trama de la vida cotidiana.

No sé lo que es la felicidad. Ni tan siquiera sé lo que está siendo noviembre. Pero sé que a veces cierro los ojos. Rodeada de gente, de música, de ruido, de luces, cierro los ojos. Y me quedo sola. Solo yo.

Y me gusta.

Y pienso que así debería ser el mundo. Pero no. Hay cosas que, para ser, no deben durar.

Cierro los ojos, y sí, lo reconozco, a veces te cuelas. Te cuelas por ser lo último que miro antes de cerrarlos. O por tu boca, o por tus modos. O hasta por tus reproches. Te cuelas porque eres como una tableta de chocolate recién abierta, una tentación que no me apetece esquivar.

Te cuelas, lo reconozco, pero en seguida te echo. Cierro los ojos rodeada de gente, de música, de ruido, de luces, expulso tu deliciosa boca, tus modos y hasta tus reproches. Cierro los ojos y me quedo yo. Solo yo. Solo hay un nombre y es el mío. Y así debería ser el mundo.

Pero hay cosas que, para ser, no deben durar. Como la felicidad, como noviembre.

Quiero ruido, música, gente, luces, tus ojos y modos y reproches. Quiero seguir ahí y seguir siendo en medio de un mar de impostura. Y que al abrir los ojos sigas ahí. Pero esta entrada no va de ti, sino de mí.

Y de la felicidad, y de noviembre. Que se acaban. Como tiene que ser. Pero luego vendrán otras cosas. Ya se verá qué. Tendrán otras músicas y otros nombres. Y otras preguntas. Quizá otros ojos y otros deseos. Quizá otros reproches y otros juegos. O no, no lo sé.

Yo, por si acaso, hoy cierro los ojos.

Body Rockers, I like the way you move

jueves, 28 de octubre de 2010

Pies fríos

En cuanto leí la respuesta de Gata a la entrada pasada, supe que tenía razón. Supe que no había manera de seguir negándolo, supe que era mejor dejar que las ganas se quedaran en ganas perennes, o se transformen en lo que ellas quieran, antes que dar un paso en falso. A veces pasa.

Lo supe. Lo supe tan pronto lo leí. Es una historia vieja, como yo. No tiene nada de novedosa. Mejor no preguntar, mejor no intentar, mejor no arruinar lo que hay. No digo que sea válido siempre. Pero desde que Gata lo dijo en la entrada pasada, supe que tenía razón. La tenía en este preciso lugar, en este preciso momento.

Lo curioso fue que en lugar de ponerme triste, me puso, no diré contenta, pero tranquila. Uno tiene que elegir sus luchas. A veces cuesta mucho diferenciar las luchas verdaderas de las más banales. De las superficiales. De las menos importantes.

No es asunto baladí; al menos a mí me resulta difícil a veces saber decir: tú eres esto, y nada más. Me confunde, no voy a negarlo. Me confunde mirar a los ojos de alguien y creer ver el universo entero.

No quiero arriesgar más de la cuenta y por una vez, no me llamo a mí misma cobarde. No quiero anclarme en pasados perfectos y futuros presumibles. No quiero ser la que espera una señal. Y no lo soy. De hecho, no lo soy.

Pues ya está. Hay algo en el fondo de mi cabeza que ahora mismo grita y está muy enfadado conmigo. Será cuestión de no hacerle caso. Las tres cuartas partes restantes me dicen: haces bien. Lo que hay vale la pena, busca el resto en donde realmente tenga sentido.

Fluye. No te anquiloses. No te quedes atrapada solo porque te apetece hacerlo tuyo. Sigue buscando. No pierdas las ganas. No obvies los intentos. No pierdas oportunidades por algo que no es, y no va a ser.

No es cobardía. Por una vez, no es cobardía. Es realidad. Simple, brutal y clara, como tu mirada. He aprendido a vivir con muchas cosas y esta no será la excepción. No digo que no me joda. Pero lo hace de lejos.

Ha sido un placer. Muchas gracias por todo eso de lo que no te has enterado. Por hacerme saber que el deseo es sano y está en mí. Por hacerme saber que las chispas son reales y se esconden en las esquinas. Por hacerme aprender que, quizá, hay maneras para sentirse cerca que perduran más que otras. Entiendo que no tengas ni idea de lo que te digo, pero mis circunstancias son las mías y has creado una pequeña y dulce marquita indeleble en mi memoria. En mi historia. Por lo que de ti, o a pesar de ti, he aprendido. Y si algo sé es que esas pequeñas marcas que me hablan de mi propio deseo y de mis caminos, no tienen que ser las que persiga. No tengo que anclarme a ellas, por más ganas que me den.

Hasta aquí. Me despido. No va a ser una fiesta, pero necesito seguir caminando. Y si todo sigue como espero, estaremos más o menos cerca, seremos más o menos amigos. Me verás, te veré. Y eso está bien. Eso, que se quede así. Dejo lo demás en paréntesis, o en punto final. Para que aquello se quede así. Y eso está bien.

Conocerte ha sido un placer. De los buenos.

Un placer.

Hasta nunca, que en este caso quiere decir hasta siempre.

Y sí, tengo los pies fríos.

viernes, 22 de octubre de 2010

Se llama miedo

La verdad es que lo tenía bastante claro. Llevo un par de días pensando en ello y las cosas se acomodan y se instalan. Las muy putas. Pero yo soy menos de certezas. Me encantan, lo juro, me encantan las certezas, como el mejor chocolate con avellanas en tableta, listo para ser mío una tarde de otoño fría y lluviosa.

Pero no. Aquí las certezas no valen. Ni las ganas ni las puñeteras voluntades.

En caso de que a alguien le importe, lo confieso: sigo normal. Normal es, en mi vida, el hecho de que sigo entendiendo que soy yo la única que me propicia el bienestar. Es verdad que a veces se me trastoca, pero no es el caso. Quien dice a veces dice a menudo. Pero no es el caso.

Y como ya he dicho antes, me encantaría otro estado. Este, el de la consciencia, me toca los esquemas. Porque me creo la plenitud. Y ahí no hay vuelta atrás ni reproches extranjeros. Soy, y es mi causa y mi lamento.

¿A vosotros cómo os va? Cada uno tiene su historia. La mía, pueden ser mil palabras, porque cada segundo se interpreta a sí mismo.

Sé que la última vez hablaba de cobardía. Soy cobarde cuando no me siento segura de la respuesta. Y, ¿cuando la noche entera me ha hecho sentir diáfana y clara? A veces, sigo siendo cobarde.

No sé, supongo que no caben las etiquetas. Supongo que me gustaría no sentir que el peso entero lo llevo yo. Supongo, también, que me gustaría ser críptica y misteriosa.

Pero hoy, no voy a serlo. Hoy voy a decir lo que siento. Ven, léelo, asústate. O mejor, no vengas, no lo leas, porque no tienes ni idea de lo que pasa por mi cabeza.

Hoy, las cosas tienen nombre y apellido. Se llaman así: no sé cómo y mucho menos por qué, pero me parece que me gusta cómo eres. Y no veo en ti nada claro. No veo nada malo, no, pero tampoco veo una señal. Y, ya lo dije, contra mis costumbres hoy me da la gana de ser clara. Me asusta mucho dar un paso en falso. Me asusta hacer algo que trastoque y cambie y apague lo que sea que tenemos ahora. Me asusta y cada vez me asusta menos, o no, pero cada vez lo intento un poco más. Pero ¡ah! no es suficiente. Sigo, tal parece ser la situación, sin arriesgar lo necesario.

Sí, lo decia Anónimo en un comentario a la última entrada. Sí, se llama miedo. Miedo a estropear lo que hay.

A pesar del miedo, sé que me muevo. Pero no lo suficiente. No desde mi perspectiva. O sí, no lo sé. Se llama miedo, y, sin dramatismos, lo digo como lo siento: se llama miedo a perderte. Como amigo. O lo que mierda seamos. Se llama miedo.

Una vez más, son tantas ya. Pero no importa. Es siempre una inversión. En ti, en mí. En tiempo perdido, o ganado, no lo sé. A la cara te lo diría si me atreviera: estoy bien, estoy normal, sigo sabiendo que soy la única que se puede procurarar su bienestar. Y me gusta. Pero tampoco voy a mentir: no sé explicarlo, no tengo ni idea de lo que va esto. He aprendido que cuando se siente algo, se siente. Con o sin explicaciones, con o sin futuro.

Se llama miedo. Y lo estoy venciendo. Muy poco a poco, sí. Pero si sigues ahí, quizás la próxima vez sea la que traspase el umbral. Se llama miedo. A perder. Se llama miedo. A equivocarse. Se llama miedo, no lo niego.

Se llama miedo. Y se apellida como tú.

viernes, 15 de octubre de 2010

Ni idea

No sé muy bien cómo explicarlo. En serio, me siento aquí y digo: vaya gilipollas estoy hecha, que no sé ni cómo explicarlo.
Ya sé, lo entiendo, sois tan amables de venir aquí y leer las tonterías que escribo. Esa es la razón por la que quisiera poder ser más clara. Tener un mínimo de coherencia, de claridad, de raciocinio.
Coño, pero no. Seis y media de la mañana del viernes. Ojalá eso fuera un pretexto. Pero ya sé que no lo es.
Cuando no estoy eufórica, ni deprimida, a veces, me pasa esto: no encuentro las palabras. Es más fácil adscribirte a algo cuando todo es una mierda, o cuando todo reluce.
No lo negaré: me gusta este estado. El mío, el de ahora, el que suscribo con la normalidad, aunque desconozca de qué va eso. Me gusta ese estado en el que me creo que percibo la realidad de una manera menos comprometida, menos aleatoria. Pero, lo veo, lo siento, es tan falso igualmente.
Me gusta este estado, me gusta por las mañanas y por las tardes. Pero hay algo de él que no me gusta en sus noches. Es que no me entero. Os lo juro, no me entero.
Sí, te crees que estás en equilibrio, que miras el mundo desde la perspectiva más clara, o la menos obscura, sí, te sientes más real, menos emotiva, más centrada, mierda, te lo digo, lo que sientes estando ahí puede no ser tan brutal como en un estado de tristeza o de alegría enajenada y por eso te crees que es más real.
Y ahí es cuando me pongo confusa. Y es que no sé ni cómo explicarlo. Cómo contarlo. Qué decir. Mis amigos dicen que, por las noches, ya sabéis el estado alterado que eso implica, me acosan las propuestas. Es una versión de amigos, yo no me entero de nada. De nada de eso. Lo único que veo es que hay un ciento de seres revoloteando delante de mí. Y uno, si, uno, brillando.
Ese brillo, ese puto, puñetero, desconsiderado brillo es el que no sé nombrar.
Soy tan valiente. De verdad, si me conocierais lo sabrías. Para muchas cosas no, pero para ligar, madre mía, soy valiente rozando lo temible. Y funciona.
Soy temible; tú lo sabes a ciencia cierta. Pero sólo soy temible cuando no juego a nada. Soy temible cuando soy una treintañera ligando como una mujer moderna de manual. Soy temible, soy moderna. Y soy efectiva. Y luego, estás tú.
Y luego, estás tú. Me conformaría con poder explicar lo que es. Me conformaría con no sentir la inmensa derrota que siento cada noche que paso contigo al lado y luego me voy a casa. Me conformaría con no despetar al día siguiente sintiendo que me equivoqué, que me acobardé.
Pero lo siento. Siento que te dejé ir una vez más. Pero cuando te tengo delante, cuando sé que podría ser el momento, simple y llanamente no soy capaz. Es raro, pero es así. Permitidme abusar de los recursos de esta página: NO SOY CAPAZ. No tengo ni idea de lo que me pasa. Eso es lo que me confunde. Tú sabes que soy temible, que soy moderna, que soy eficaz. Pero, a la puñetera hora de la verdad me desvanezco, soy una niña que una vez más dice Hasta la próxima. Y ya está.
Sé lo que será la próxima: lo mismo que hoy. Algo que si supiera explicar me dejaría más tranquila. Pero no.
Ojalá tuviera algo más divertido y menos repetitivo que contar. Pero parece que no. Parece que soy la misma que empezó hablando de tu sonrisa hace, mierda, no sé, casi un año. Y yo, me creo que no soy de hablar sin actuar. Y es cierto. Actúo. Porque soy así: temible y moderna. El problema son las noches en que vuelves. Y yo no sé mirar nada más que tu brillo. Ese, el que no tiene nombre.
Si lo tuviera, lo diría. Pero no. No tiene nombre. No tiene más que la increíble lucidez de tu ser tú. Un tú que no me creo, que no entiendo, que no soy capaz de nombrar.
Sigue brillando, sigue viniendo, sigue siendo. Da lo mismo. Empiezo a entender que da lo mismo.
Brilles lo que brilles, hay algo que me detiene. Yo, lo sabes, no soy así. Pero algo me detiene. Algo me acobrada. No tiene nombre, no tiene gracia, no tiene lógica.
Y, desde luego, no tengo la más mínima idea de cómo explicarlo.
De verdad, me encantaría encontrar las palabras justas; como en un relato, un cuento, en el que pasas y repasas por las letras escritas hasta encontrar la perfección. Pero aquí, en cuanto llego a tus ojos se me acaban los plazos, se me olvidan los sinónimos, se me pierden las opciones.
Una vez más, llego a casa y me voy a la cama pensando Da igual, mañana será otro día. Y lo será: uno en el que una vez más no sepa que nombre darte, y me sienta cobarde y ajena al mundo.
Y no es que no quiera, de verdad, es que no tengo ni idea.
Ni idea. Ni idea. En verdad, no tengo ni idea. Me siento normal, me siento tranquila. Me encantaría estar echa polvo o sentir una de esas tristezas inasibles. Me encantaría, para echarles la culpa. Pero no: estoy normal. Y te miro, y me miras, y no entiendo nada, y me acobardo, y pasan las horas, y me voy a casa, y pienso en cada noche que ha sido así y no lo entiendo. No sé explicarlo. Y supongo que tendré que vivir en mi estupenda normalidad con ello.
Cómo quisiera saber qué nombre tiene esto.
Pero no tengo ni idea. Ni idea.

Ni idea.

domingo, 3 de octubre de 2010

Promesas; otoño

Da gusto que, al menos, en el clima sí puedes confiar. Ves el calendario y dices: Otoño. Así, en voz alta. Porque quizá el invierno se susurra y se suspira la primavera, pero el otoño se dice con voz firme y alta: Otoño. El verano creo que se grita.

Temporal, lluvia, viento, frío. Da gusto. Da gusto, aunque prefieras el calor, pero es que da gusto que, al menos, en el clima sí puedes confiar.

Al menos sabes con qué ropa salir a la calle, si llevar el paraguas o las gafas de sol, si te pones las botas de lluvia o unos tenis de lona. Da gusto. Aunque prefieras el calor.

Yo sé que es otoño, lo dice el calendario. Pero si alguien me promete al oído que hará sol y que quiere sentirlo conmigo, me lo creo. Y entonces sales a la calle y ves que hay lluvia, que hace frío. Y que, desde luego, no tienes a nadie al lado. Y es que, chica, es otoño.

Yo no digo que esté mal. Bueno, no lo sé. Supongo que yo también hago promesas promiscuas. Y probablemente no me entere de que las hago. Pero sí me entero de las que me hacen los demás. Y especialmente en ciertos momentos, en los que, en la definición de la RAE, como una poesía, se habla de llenar los huecos vacíos.

Sé que es esperable oír promesas así. Sé que son falsas. Ni siquiera lo dudo. El problema es que las escucho. Y una, que procura proteger su vulnerabilidad, a veces, promesa sobre promesa, decide que no tiene más ganas de sostener la barrera y cede.

Y una es adulta, no pasa nada. Casi ni esperaba que se cumpliera la promesa. Casi. Pero sí que esperaba, en el fondo, que se cumplieran otras, las no dichas. Una vez más. No pasa nada, una es adulta. Pero una cosa es no cumplir promesas y otra ni mirar a los ojos.

Pero si digo todo esto es para llenar las páginas de un blog, ni siquiera para desahogarme, que, ya sabes, una es adulta y sabe que estas cosas pasan. Si hubiera otro momento, o mejor, tómalo como un consejo general: no prometas nada que no vayas a cumplir. Ni siquiera digo que no quieras cumplir. No, no prometas nada que no vayas a cumplir. Al menos, no me lo prometas a mí.

Ni siquiera tenías que prometer nada; yo no te pedía promesas. Ahora pienso que me las creí precisamente porque no las necesitaba. Quizá eras tú quien necesitaba hacerlas.

Pero, ya sabes, no pasa nada. Eres bueno prometiendo, no lo niego. Y también eres bueno para hacer saber que esas promesas caducaron. Así que en paz. En paz yo, que no prometí nada. Si estás en paz tú, tú lo sabrás.

Otoño es tiempo de lluvia. De temporal y viento frío. Uno sale a la calle y sabe lo que esperar. Hoy en mi ciudad ha llovido, ha hecho mucho viento y va calando el frío.

El otoño siempre te mira a los ojos.

Porque cumple sus promesas.

Aunque prefieras el calor, está bien saber lo que vas a encontrar ahí fuera.

Al menos, en el clima sí puedes confiar.

domingo, 26 de septiembre de 2010

El chico de al lado

El día del concierto llegué unos diez minutos antes de la hora señalada en la entrada. Busqué un asiento en la grada general. Vi uno que me gustó: a la derecha, la escalera, a la izquierda, nadie. Me senté.

Tras unas cuatro canciones intentaba no hacer más que mirar al escenario. Por fin lo veía, lo escuchaba, ahí, delante de mí, con su impecable traje y sombrero oscuros y más ágil de lo que pensé. Pero, detrás de mí, una chica traducía del inglés cada párrafo a su amiga; a mi derecha, una hippie sentada en la escalera me impedía ver las pantallas; frente a mí había un tipo cuya presencia me impedía expandirme hacia adelante. Al menos, quedaba el asiento de mi izquierda, vacío.

Entonces alguien se acercó a mí. Perdona ¿está libre el asiento? preguntó. , le respondí. Solo lo vi de reojo.

Algunas canciones después se acercó a mi oído y comentó algo. Algo que me hizo reír. En el intermedio charlamos. Él, en un gallego precioso y dulcísimo. Resultó que había estudiado en la ciudad en la que yo vivo, trabaja en la ciudad donde pasé las vacaciones y vive en la ciudad en la que yo trabajo. Y aunque estábamos a más de cien kilómetros de todo eso, nos hizo sonreír.

Comenzó de nuevo la música y él fue al bar. Me preguntó si quería algo y dije que no. Tardó más de una canción en volver y me sorprendí obligándome a concentrarme en el concierto. Se me iba la mente a algunas preguntas como ¿y si no vuelve? ¿por qué sería así? y aún peor ¿y si vuelve? ¿por qué sería así? Y volvió.

Entre canción y canción, y a veces durante ellas, hablábamos. Era gracioso. Parecía listo. Era alto, era guapo, era joven. Y estaba en un concierto de Leonard Cohen.

Al terminar el concierto nos fuimos juntos. Él iba en coche y se ofreció a llevarme a mi hotel. Ninguno de los dos tenía idea de cómo llegar hasta ahí y a ninguno le importó.

Cuando llegamos, metió el coche al estacionamiento. Hablamos durante un par de horas. Era afectuoso, muy ingenioso. Era inquieto, interesante. Había vivido, había aprendido, se le notaba en la mirada. Y en la conversación. Pero a la vez tenía ese candor juvenil, del que sigue buscando, deseando. Esa fuerza del que es.

No tenía muy claro de qué iba eso, si había algo más, si había ahí más señales que interpretar. Así que no pensé más y simplemente sucedió. La noche, el encuentro, la conversación, sucedió. Y luego me despedí y me fui a mi habitación. Sola, por si alguien tenía la duda. Y él se fue a su ciudad. Sin un móvil, sin un correo, sin un agrégame en el Facebook.

Pura irrealidad. Pura fantasía. Sin próximos encuentros que cambien y corrompan el primero, tan diáfano y crujiente. No sé si él quería otro final para esa noche. No sé si yo quería otro final. Pero me gustó ese. Sin accesorios. Sin promesas. Sin euforias. Sin ofrendas.

Yo no sé si a él le ocurren esas cosas a menudo. A mí, desde luego, no.

Me fui a mi habitación, sola, y dormí. Una buena noche, pensé, una noche perfecta.

No sé si perdí una oportunidad de algo, pero sé que gané un recuerdo perfecto. Y esos también hacen falta.


En su honor y porque hablamos de esta canción, aquí va No todo va a ser follar, de Javier Krahe.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El chico de Canadá

El concierto comenzó con Dance me to the end of love. Una gran elección.

Pedí el día en el trabajo con meses de anticipación. De todas las formas posibles: recuperando las horas otro día, por el día de vacaciones que me queda, a cambio de mi inexistente alma. Tres peticiones como tres soles con sus tres preciosos formularios.

Petición 1: Denegada porque no tienes más vacaciones (aunque luego me informaron que no sé qué día de noviembre no tengo que ir a trabajar por vacaciones).
Petición 2: Denegada por pedirla con demasiado tiempo de antelación (se ve que no les gustan los planes a largo plazo a los chicos del departamento de turnos).
Petición 3: Denegada por falta de autorización de mi jefe inmediato (sí, el mismo que me dijo: Todo bien, yo te la autorizo y no tienes problema).

Más o menos a esta altura fue cuando me di cuenta de que estaba pidiendo el día equivocado.

Antes de pedir el día bueno me informé en el departamente de turnos, hablé con mi jefe inmediato, llamé de nuevo a turnos, de nuevo hablé con mi jefe. Yo solo quería saber la manera más segura de hacer media jornada el día del concierto, lo cual me daba el tiempo justo para llegar a la estación, coger un bus y llegar dos horas después a mi destino, unos cuarenta minutos antes de que empezara el concierto. Entre todos los involucrados diseñamos el mejor plan: tendría que hacer la petición ya empezado septiembre y mi jefa (la de ese día, es que me lo cambian cada semana) me aseguró que lo autorizaría. De todas formas, cuanto más tarde pidiera el día, más tarde sabría si me lo daban y más emoción tendría todo esto ¿no?

Mientras tanto me entretenía esperando la fecha en que comenzaban a vender las entradas -que cada vez se alargaba más-, comprando luego una por teléfono porque por internet aparecían como agotadas en todos lados, buscando un hotel digno, barato y cercano (logré una de tres), verificando los horarios de transportes de la única empresa que podía llevarme y que tiene la política de no vender anticipadamente los billetes de autobús, permitiéndome así la divertida sensación de no tener asegurado el transporte hasta cinco minutos antes de que saliera el mismo, ya que esa era la hora en la que podría llegar yo a la estación si caminaba más bien rápido al salir del trabajo, a fin de pasar dos horas para llegar a una ciudad a más de cien kilómetros de la mía.

Y todo salió bien. Salió perfecto. Los de turnos me dieron el medio día que necesitaba, mis piernas respondieron -no sin consecuencias de tipo muscular- para llegar a tiempo a la estación, aún había billetes de bus, conseguí el último taxi en aquella ciudad, el hotel existía y mi reserva también, llegué a tiempo al espectáculo y hasta encontré un asiento maravilloso.

Lo conseguí.

Yo vi a Leonard Cohen.

El concierto comenzó con Dance me to the end of love. Una gran elección.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Real

A veces te sientas ante esta página en blanco sin saber qué decir. Otras, te has sentado muchas veces y borras todo lo escrito. Algunas intuyes de qué quieres hablar pero no sabes cómo.

Y a veces, todo a la vez.

Hay unas cuantas cosas que podría cambiar de mi vida. Ya sabéis, algunas que quiero y no me atrevo, otras que quiero y no puedo. También hay otras que no quiero cambiar. Pero también cambian. Ya lo dice la canción: Cambia, todo cambia.

Hay una parte de mí que se reprocha constantemente el sentir. Llamémosle La Crítica. Cuando algo le parece absurdo, incluso -o sobre todo- cuando algo que duele le parece absurdo, emerge esa parte y replica: no deberías sentirte así.

Es verdad, soy emotiva, y la lista de cosas que me duelen se multiplica con facilidad. Y a veces me gustaría ser de otra manera. Pero no lo soy. La verdad es que no lo soy.

Mañana, si todo sale bien (y lo digo porque se me ha complicado el plan desde todos los puntos posibles) iré a ver a Leonard Cohen. Sí, el que hace dormir, según mi prima N. Y también, por otro lado, probablemente mi mayor mito musical.

Un día te pregunté si sabías quién era Leonard Cohen. Me dijiste que no. Y aún así. Aún así.

La Crítica entra en escena. Se pone al mando. Manda con claridad sus mensajes: no tiene sentido, no hay manera, es absurdo, es irracional. Y tiene toda la razón. Sentir, a veces, es todo eso. Y más.

Pero con toda su perdida en el camino lógica, cuando siento algo, lo siento.

Si mañana en el concierto suena Who by fire, seré muy feliz. Una canción que habla de la muerte. La más hermosa que conozco.

Tú dijiste que no sabes quién es Leonard Cohen.

La Crítica tiene razón: no tiene sentido, no irracional, es absurdo. Pero ¿sabes qué? Hay algo que sí es: es real.

Lo que ocupa, lo que busca, lo que será, eso no lo sé. Sospecho que no demasiado. Pero real es.

Tranquilo, no pasa nada. Eso no significa que me vuelva loca. Simplemente siento algo. Y hartita estoy de negar lo que siento. Porque, por difícil que me resulte, no se controla lo que se siente. ¡Coño! Así es, te sorprenderá o te tocará los huevos, pero cuando sientes algo, lo sientes. Y eso tampoco significa que vaya a dominar mi vida. Solo que lo siento. Al mirarte, lo siento. Es real.

Mañana iré a ver a Leonard Cohen. Tú no sabes quién es. Quizá escuche en vivo Who by fire. Me encantaría.

También me encantaría contarte un día lo que me haces sentir, pero es probable que no me atreva.

Pero ¿sabes? Es real. Absurdo, ilógico, irracional. Y también real. Lo que siento, lo siento. Es real. No me preguntes el nombre, la intensidad o el alcance, porque se me escurren las palabras. Pero lo siento, es real.

Real.

P.D. No puedo creer que no sepas quién es Leonard Cohen

Who by fire, de Leonard Cohen

domingo, 22 de agosto de 2010

C'est la vie

Para escribir lo que quiero escribir aquí, hace falta más tiempo del que tengo ahora. Hacen falta más ganas de las que encuentro. Más intentos de los que poseo.

Para escribir lo que quiero escribir aquí, hacen falta más palabras de las que conozco. O quizá las conocí y las he olvidado. O quizá las conozco y no quiero pronunciarlas.

Para escribir lo que quiero escribir aquí, necesitaría extirpar una cosa que se aferra en mi garganta, tan a menudo últimamente que creo que me estoy acostumbrando. Necesitaría respirar profundamente. Necesitaría poder fluir.

Para escribir lo que quiero escribir aquí, tendría que aprender a distinguir lo banal de lo importante, lo perenne de lo desechable. Lo consistente de lo accesorio.

Me verás de fiesta con gente encantadora; me verás tomando un café con mis amigas; me verás paseando con mis sobrinos; me verás de compras; me verás en la playa tomando el sol; me verás yendo a trabajar; me verás en la estación leyendo un libro; me verás tirada en el sofá viendo una película; me verás en internet planeando un viaje; me verás organizando cómo ir a aquel concierto.

Me verás y no notarás nada. A menos que te acerques y veas mis ojos. Que escuches mis silencios. Quizá me preguntes qué me pasa. Quizá no pueda responderte. Quizá lo intente.

Pero probablemente solo pueda decirte que me falta tiempo, ganas, intentos, palabras.

O quizá te diré que hay mejores y peores momentos y que las malas rachas pasan, que todo pasa.

O, tal vez, te diga que no me pasa nada.

Y, probablemente, no me creas. Y harás bien en no creerme. Y, probablemente, pienses que necesito tiempo.

No sé lo que necesito.

Pero voy a seguir buscando.

Así es la vida.

Supongo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Amanece

Os juro que estaba en la cama. No son horas para absolutamente nada más. Y no pude evitar levantarme y venir aquí. Con lo que tarda mi ordenador en encender. Pero hace tanto que no escribo. Para mis parámetros, vamos. O para lo que yo creo que debería. Y tanto creo que debería que me gustaría contar por qué no he escrito. Pero supongo que lo puedo resumir en que dolía. Todos tenemos momentos que no son buenos y quizá los motivos sobran.

Por lo que dice Wikipedia, en 1978, cuando yo tenía tres añitos y, yo qué sé, tú, aquél, aquél otro no había nacido, Bonnie Tyler cantó una canción que me resulta a la vez tierna y triste. It's a heartache. Es un dolor en el corazón. Nothing but a heartache. Nada más que un dolor en el corazón.

¿Me explico? No es la gran cosa. Es solo un dolor en el corazón. Lo jodido es que es real. Lo jodido es que aunque no tenía yo ganas ni intención, lo estoy sintiendo. Lo jodido es que es así y se acabó. Ponle nombre, no te preocupes, hay mucha variedad. Llámame cobarde o gilipollas, no seré yo quién lo niegue.

Y la canción dice algo así como que es una mierda cuando te das cuenta que él no está interesado en tí. Así de claro, así de simple. La historia de la vida. Nada, en verdad, demasiado importante. Cuando piensas que Saramago ha muerto, o que el paro es un porcentaje impensable o lo que sea que sea de verdad, sabes que no es importante.

Y es cuando te das cuenta de que no tiene sentido echarlo de menos ni pensar en él. Y es cuando te das cuenta de que a las 7:20 de la mañana, a pesar de todo, de su probable novia hermosa y joven, de su todo, de su todo lo que se merece y tendrá en su larga y yo-le-deseo maravillosa vida, tú llegaste a tu cama y en lugar de dormir, tuviste que venir aquí.

Y cuando en verdad lo que te gustaría es decir ¿yo no te importo? Pues tú a mí tampoco y que te den por saco por que no me mereces. Pero en realidad ni siquiera eres capaz de escribirlo de un tirón. Por que hay un puta cosa que no tiene nombre ni honor y te hace creer que algo te une a él.

Yo, lo siento. Es un dolor en el corazón, nada más que un dolor en el corazón, nada más que un juego, dice la canción. Y sí, lo es. Nada que yo, servidora, no pueda superar.

Nada que no pueda superar, lo repito. Pero quizá es el momento, ahora que veo en el escaso pliegue de la cortina que amanece, quizá es el momento de dormir y olvidar.

Es sólo un dolor en el corazón, nada más que un dolor en el corazón, te golpea cuando es demasiado tarde, te golpea cuando estás abajo; es un juego de tontos, nada más que un juego de tontos, te quedas parado bajo la lluvia sientiéndote un payaso.

Lo dicho: nada que no pueda superar.

Bonnie Tyler, It's a heartache

domingo, 1 de agosto de 2010

Regaliz

Algo se me escapa.

Yo no quería estar aquí, sentir esto. Lo juro. Quería seguir sonriendo y siendo el verano. Quería ser ligera y volar. Quería ser niebla y llenarlo todo.

Pero me pesan los pies como dos peces de plomo. Es fácil preferir no dar un paso más. Aunque no quiero estar aquí, es fácil preferir no dar un paso más.

No lo veo con claridad. No soy capaz de verlo. De ponerle nombre. Eso es lo que más me aturde. No poder señalar una causa.

No lo sé, no lo sé.

Algo se me escapa.

Lo único que se me ocurre tiene nombre y apellidos. Huele a gloria y a regaliz. Y no quiero que sea la causa.

Lo único que se me ocurre tenía que hacerme sonreír. Tenía que darme ganas de bailar y reír toda la noche. Tenía que darme ganas de todo.

Lo único que se me ocurre no podía, sobre todo, no podía importarme tanto. No debería asustarme tanto. Es desproporcionado. Es histriónico. Hay una trastorno mental que se llama así.

Por una confusión o una tontería, hubo un momento en que entendí que existía la posibilidad de dejar de oler tu pelo de gloria y regaliz. Y yo no estaba preparada para que me asustara tanto.

Pánico es la palabra que me vino a la mente. No tenía que ser así. Pero en un momento, por una confusión, por lo que sea, di un vistazo al futuro posible. No tenía que importarme tanto, pero es así. En el vistazo al futuro posible podías no estar. Y, no tenía que ser así, en mis planes no entraba eso, pero me asustó. Y entendí que si daba un paso en falso, quizá no volvería a oler tu pelo. Sí, el de regaliz.

Lo único que se me ocurre tiene nombre y apellidos. Llámame cobarde, porque lo soy. Porque me asusté tanto que no quiero dar ni un paso. Aunque tampoco me quiero quedar aquí. Mis pies pesan como dos peces de plomo.

Ahora estoy entumecida. Sé más sinónimos de paralizada: inmóvil, atascada, anquilosada.

Yo tenía que sonreír y tu tenías que darme ganas de bailar.

Pero tu pelo huele a regaliz. Y ayer me acerqué a tu oreja y te hablé bajito. Y dejé que mis labios rozaran sutilmente tu oreja. Y soy incapaz de leer tus señales. Y un día di un vistazo a un futuro posible donde no estabas. Y me asusté. Y no puedo dar ni un paso ahora.

Sé que no eres tú. No puedes ser tú. Soy yo siendo exagerada, desatando mis demonios, proyectando mis deseos. Sé que no eres tú. No puedes serlo. No debes serlo. Tú eras otra cosa. Ligera y con sabor a fruta. No eres tú, lo sé. Algo se me escapa. No me da la gana de que seas tú.

No eres tú. No puedes ser la causa. Y no eres real. El olor sí. Lo acepto, es real. Hueles a gloria, a regaliz, a río, a calles mojadas y a calor feliz.

Sé que no eres tú. Tú no eres real. Pero el olor sí. Es real. El olor, sí.

jueves, 22 de julio de 2010

Sonreír

Me he despertado temprano en la casa de la playa. Dentro, todos duermen. Son las personas que más me importan en el mundo. Yo me siento en el patio y tomo café mientras escribo esto. Y miro los tejados de las casas y el mar, el eterno e imparable mar. Y siento la brisa fresca de mi país.

En realidad creo que no necesito mucho para ser feliz.

Leí hace poco una entrevista a Andrés Calamaro. Decía que de todos es sabido que los poetas necesitan la fertilidad de la profunda decepción sentimental. Sí, lo he oído. A escritores profesionales, a aficionados; yo misma lo he sentido.

Qué fecundo es el dolor. Qué fácil salen las palabras cuando parece que en el propio cuerpo no cabe tanta amargura, cuando el dolor de un amor perdido te rompe en millares de astillas.

Creo que el amor es la más sublime invención cerebral para perpetuarnos. Es improbable escapar a los mandatos de nuestra genética, por más que sublimemos o racionalicemos nuestros instintos.

Es un misterio el amor. Y algo bastante serio, para mí. Prefiero casi siempre hablar de atracción. De todas formas ¿no es así como nace el amor?

A veces te encuentras con alguien que racionalmente parece tener todas las papeletas para traspasar la atracción. Pero no sucede. Puede que algún día se explique científicamente todo lo que sentimos. Pero mientras tanto, y creo que aún en ese momento, hay un punto inexplicable, un algo invisible, el pegamento que aglutina el resto de los componentes. Lo sientes en el estómago comprimido, en el corazón acelerado. Puedes racionalizarlo todo, verbalizarlo todo, menos eso. La chispa. La sientes o no la sientes.

La chispa no es, desde luego, amor. Pero es quizá una atracción que supera la conciencia. Es poderosa.

A veces te encuentras con alguien que parecería adecuado. Y te esfuerzas para que funcione. Y piensas: la chispa no es real, puedo vivir sin ella. Buscas ventajas, alicientes. Sustitutos, quizá. Aunque sientas que estás recompiendo un viejo matrimonio gastado, cuando lo que tendrías que estar haciendo es flotar. Yo lo he intentado, y no me sale. Si no hay chispa, no me sale.

Y sí, a veces la chispa surge en el lugar menos adecuado, con todo en contra, llena de improbabilidad. Y tienes algunas opciones que tomar. Puedes fingir que no está y barrerla bajo la alfombra. Pero no tiene intención de desaparacer, vuelve, siempre vuelve. Está ahí. Y puedes decidir ignorarla, o lanzarte a ella o mil opciones más. Pero está ahí.

Está ahí y te hace sonreír.

Yo no tengo ganas de sufrir la fertilidad de la fecunda decepción sentimental. Tampoco me apetece intentar arreglar algo donde no surge la chispa. De hecho, no tengo ningún plan.

Quizá, solo, sonreír.

En realidad creo que no necesito mucho para ser feliz.

Yearnin', de The Black Keys.

viernes, 16 de julio de 2010

O empezar

El verano es un estado mental que a veces no acaba de llegar. Pero uno se va olvidando del invierno, de que te pasas meses con el paraguas en la mano y con medias gruesas bajo los pantalones.

Hoy me voy de festival. Polvo, cubatas malos, música. Y podré escuchar en vivo lo que abajo adjunto. Hace dos años los iba a ver por primera vez. Inaguraba este blog y lo hacía con otra canción suya. Ayer, que más bien fue hoy temprano, cerraron con esta canción el sitio ese donde uno va cuando cierran todos los bares. Era el fin de fiesta. Encendieron las luces y ¡ala! Copenhague. Nunca fue mi canción favorita de ellos pero ayer, encendieron las luces y sonó. Miré a mi alrededor. Uno nunca sabe nada, de nada. No sabe nada de la gente, especialmente de la que tiene cerca. Pero yo estaba ahí, con las luces encendidas y Copenhague sonando. Me agarré a una espalda amistosa y bailé. Coño, cómo me gusta bailar pegados. Y apoyé mi cabeza en su pecho mientras sonreía y cantaba Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar. O empezar.

El verano es tiempo de hacer lo que dé la gana. De que no haya obstáculos ni miedos ni dudas. Es sol, y agua helada. Son chicos jóvenes bailando en la pista mientras yo los observo. Son esos que tenía al lado, todos hermosos, todos luminosos, todos míos sólo por ese instante.

Si os contara mi noche os reirías mucho conmigo. Me lo pasé pipa. Dios, el que no existe, sabe que lo merecía. Merecía esas confesiones, merecía mandar a la mierda al guaperas ese (tres veces), merecía cantar Ojalá a voz viva. Y bailar sentada a Lady Gagá. Merecía reencontrarme esa mirada, la de aquella vez. Y volver a ver una vez más a esa otra, la de siempre, la de nunca. Merecía vestirme con esa camiseta amarilla de las rebajas que me sienta como dios, el que no existe. Merecía morirme de hambre y que aquel sitio estuviera cerrado. Merecía pensar "quiero que me mires ahora" y girarme, y ver que me veía. Merecía preguntar ¿conoces a este chico? Merecía esos dos besazos de despedida. Merecía que lloviera y ser la única con paraguas. Merecía dar un regalo. Merecía Copenhague. Merecía que se encendieran las luces y sonara esa canción. Merecía mirar a mi alrededor y saber que todos esos que tenía al lado, todos hermosos, todos luminosos, eran míos por ese instante. Merecía bailar agarrada.

El verano es un estado mental. Mi verano se parece a Copenhague. Mi verano es ese instante preciso. Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar. O empezar.

Mi verano empezó ayer.

Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar. O empezar.

O empezar.


Copenhague, Vetusta Morla.

lunes, 12 de julio de 2010

Estar vivo

Huele a hierba mojada. Y a mar. Me estoy tomando un café en el chiringuito de la playa con una vista espectacular de fondo. Y pienso: Esto es el puto paraíso. (Lo siento, soy un poco malhablada. En casa me llamaban camionera).



A veces me han reprochado no ser clara en este blog. En lugar de escribir: Hoy me he quemado un dedo, y duele un poco, soy más de ir directamente al duele un poco y claro, no siempre se entiende por qué. O lo qué. Imagino que es una cuestión de estilo o un modo de contar. O quizá es simplemente vergüenza.

Yo supongo que las cosas, aunque empiecen mal, pueden acabar bien. O empezar bien y terminar regular. No sé. No creo en las señales, en el destino o en los dioses, ni siquiera estoy segura de creer en la suerte o saber lo que es el azar. Así que supongo que cualquier combinación es posible.

Pero lo cierto es que hace poco me despedí de alguien con quien las cosas empezaron, en un primer y glorioso estallido, bien, más que bien; en seguida, cuando empezaron de verdad, mal, muy mal; y ahora, terminaron. No sé si terminaron bien o mal, la verdad, solo que terminaron.

No basta, desde luego, con querer que las cosas vayan bien.

El amor es una cosa bastante extraña. Enamorarse. Después ya vendrá la vida real con sus compromisos, sus pactos, la convivencia, yo qué sé. Pero primero, está enamorarse.

Enamorarse. Perder la cabeza. No caber en las razones. Que el tiempo se detenga. Que el deseo te condene. Que el mundo brille. Que tú brilles con él. Que cada pequeña cosa encaje. Que todo parezca posible. Que atisbes por un segundo el equilibrio del universo. Que creas que nunca nadie ha podido sentirse así. Que sientas que has nacido para ese momento. Que todo valga la pena, que todo tenga sentido. Enamorarse.

Después vendrá lo demás, pero primero, enamorarse. Enamorarse es todo magia. Ajeno a cualquier explicación. Aunque no sea más que química cerebral y patrones incoscientes. Enamorarse es milagro. Es impalpable como la niebla. Inasible.

Pero a veces no basta con querer que las cosas vayan bien. Con creer que todo irá mejor. A veces, no es así. A veces, quieres que todo vaya bien, pero no va. Y cuando no va, sabes lo que hay que hacer. Y sabes que dolerá. Y sabes también que ese dolor pasará.

Hoy, es verdad, me he quemado un dedo.
También me he despedido de alguien.
Y duele, sí señor, duele un poco.

Es lo que tiene estar vivo.

jueves, 8 de julio de 2010

Nada

Se abrazaban en la cama. Empezaron a hablar de aquella primera vez en que se conocieron y todo salió muy mal. Muchos malentendidos, unos sobre otro como un castillo de naipes que al menor viento se derribó llevándose también la posibilidad de forjar algo. Un tiempo después se reencontraron y pudieron aclarar lo que había sucedido. Ahora se abrazaban en la cama y hablaban de aquella vez.

Ella le contaba que, quizá por aquel mal comienzo, tenía un poco de miedo. A que las cosas fueran de nuevo mal, a que reinaran otra vez los malentendidos. Miedo a que las cosas no funcionaran.

¿Qué puede pasar?- dijo él, seguro, tranquilo, con la serenidad de aquel que, quizá, nunca ha sido verdaderamente herido.

¿Qué puede pasar?- dijo él.

¿Qué puede pasar? repitió ella en su mente mientras miraba sus ojos dulces. ¿Que qué puede pasar? Puede pasar que me conozcas, que me conozcas de verdad y dejes de querer estar conmigo. Puede pasar que no me atreva a ser yo, que busque formas de mostrarte un yo mejorado. Puede pasar que yo sienta mariposas en el estómago cuando voy a verte y tú no. Puede pasar que te des cuenta de que no soy tan graciosa ni tan interesante como te parecía antes. Puede pasar que un día te hartes de mis manías, o yo de las tuyas. Puede pasar que de pronto, simplemente se agote la magia. Puede pasar que dejes de desearme. Puede pasar que yo empiece a desear a alguien más. Puede pasar que un día te pregunte si me quieres y no digas que sí. Puede pasar que no seamos el uno para el otro, y que nos hagamos daño mientras lo descubrimos.


¿Qué puede pasar?- dijo él, sereno, tranquilo, con una leve sonrisa, mientras la abrazaba en la cama.

Y ella, mirando sus ojos dulces, mientras apoyaba la cabeza en su pecho, le respondió: Nada.

sábado, 3 de julio de 2010

Nostalgia

Hoy he salido de juerga. He vuelto pronto. Hay días en que lo que te apetece se encierra en las paredes de lo que llamas tu casa. Hay días que se cubren con la prolongación de tu nostalgia.

La RAE dice que la nostalgia es la tristeza melancólica por verse ausente de la patria o de los amigos. Qué cortas son las palabras, qué poco alcanzan a explicar.

Hoy he vuelto pronto a casa y he seguido ese consejo para no tener resaca (una rodaja de limón y dos vasos de agua). Estoy en pijama, uno viejo y cómodo, de esos que nunca me pongo cuando estás tú. La nostalgia de lo que se anhela, de lo que quizá se necesita para no caer en un error, no se llama nostalgia. Pero la RAE no me sabe explicar lo que yo misma desconozco.

A veces la nostalgia informe, la que no cabe en el diccionario, se te presenta como una mantita de invierno que te envuelve con suavidad. A veces es un respingo, que se aparece de pronto al tener cerca esa mirada cálida, cómoda, que parece empeñada en encerrar siempre tus dudas, en recordártelas. Que te hace volver a preguntarte si te equivocaste.

Hoy me ha salido una arruga nueva. En la frente. Quizá son los treinta y cinco. O quizá los días y días que llevo de juerga festejándolos. O quizá la nostalgia. No la de la patria ni la de los amigos. La otra. La nostalgia de tus palabras.

En la esquina inferior izquierda de la pantalla de mi móvil se pinta una flecha roja cuando llega un mensaje. Hoy no había ninguna.

Hay días en que todo cuadra. Salen las cuentas, las cosas marchan. Y hay días que no. Días en que aparece un reborde, una arista. En esos días la nostalgia te abraza como una amiga, y tú te dejas. Y sabes que lo que quizá necesitas es esa palabra que no llega. Una muestra, una evidencia. Algo que te haga sentir que no te equivocaste.

Porque mientras esas palabras no llegan y te dejas abrazar por la nostalgia, a veces, se acerca esa mirada dulce, tan dulce. Y tienes miedo de haberte equivocado. Y tienes miedo de equivocarte ahora. Y tienes miedo de que aquellas palabras no lleguen.

Y decides irte a casa. Pronto. Abrazando a tu nostalgia.

lunes, 28 de junio de 2010

Que siga la fiesta

Me gusta viajar. Me encanta conocer sitios nuevos y reconocerme en ellos. Viajar me supone momentos de toda índole, internos y externos, que me construyen en una manera que me resulta deliciosa. Pero todo eso es para otro post. Para este, el punto es que me encanta viajar, pero este verano, no me apetece.

Pronto, prontito, prontísimo, será mi cumpleaños. Me preguntó una colega el otro día qué deseos tenía para este cumple. De esos que se piden al soplar las velitas. Me quedé sin saber qué decir.

Desde luego que podría pedir un montonal de cosas, desde una camiseta de las rebajas hasta una casa. O perder de vista a alguien o ver más de cerca a alguien más. O que me saque la lotería o no gane el mundial Alemania.

Pero no, me quedé en silencio. No sé, dije al final, quizá un mejor trabajo.

Este invierno ha sido tan largo que apenas me he enterado de que ya casi empieza julio. Mi cumpleaños me cayó como de golpe, como de sopresa. Me di un homenaje improvisado de juerga, festejando jueves, viernes y sábado; y el domingo comida con mi familia.

Mañana toca el último festejo. Imagino que no habrá tarta y velas. Sí las hubo en la comida familiar y no las soplé. Como tampoco fui a saltar hogueras en San Juan. A la mierda los ritos. A la mierda los deseos de cumpleaños. Que venga pura, brutal y sorprendente, la realidad.

A la mierda las expectativas, a la mierda los planes. A la mierda el qué será. Que venga lo que sea.

Creo que por eso este año no viajo. Porque no me apetece organizarlo y saber dónde estaré de tal a tal día. No tengo ganas de decidir y elegir y tenerlo todo claro. Volveré a viajar, porque es parte de lo que soy y de lo que quiero. Volveré a elegir destinos con ilusión y a mirar fotos falsas de hoteles, a comparar precios y buscar mapas. Pero este verano, no.

No es una lección, no es una consigna, no es un esfuerzo. Simplemente así me siento ahora. ¿Qué haré este verano? Ni puta idea. Que venga lo que sea. ¿Que qué deseos tengo para este cumple? Pues ese: que venga lo que sea, que el mundo gire, que la vida siga, que el universo me sorprenda. Que no pase nada, que pase todo.

Cumplo años, señores. Treinta y cinco. Que siga la fiesta.

lunes, 14 de junio de 2010

El crimen

Hoy tuve un sueño brutal. Una pesadilla en toda regla. Me da vergüenza contarlo, pero ahí va. Al principio del sueño, estaba en mi trabajo, atendiendo una llamada, cuando notaba que se había ido la luz. Nadie trabajaba, excepto yo. Sin razón aparente comenzaban a llegar antiguos compañeros. Me saludaban, y yo estaba contenta de verlos, pero me estresaba porque tenía que seguir con la llamada. Finalmente resolvía el problema del cliente pero dejaba de escucharlo.

Al salir del trabajo caminaba con algunas compañeras hasta que encontrábamos una construcción circular. Algunas de las compañeras entraban ahí. Yo me asomaba y veía que participaban en una especie de rito satánico. Me enfrentaba al jefe y él se abalanzaba sobre mí. Yo me defendía, apretaba su cuello con mis manos. Él no se resistía, yo seguía apretando hasta que la cabeza desapareció y manó sangre. Sangre fresca, roja, viva, en mis manos. Me asustaba, me limpiaba las manos en algo y me iba.

Mis compañeras, que estaban en el rito aquel, me seguían. Tenía miedo de que me mataran. No me hacían nada, no me decían nada, pero llegaban conmigo hasta casa. Y no sólo ellas, empezaba a llegar gente, muchísima gente. Conocidos, desconocidos. Era como una fiesta. Yo me daba cuenta de que ellas habían invitado a toda esa gente que yo no quería en mi casa, para vengarse. Se me ocurría decirle a la gente que la fiesta se había terminado, pero no me hacían caso. Algunos amigos me ayudaban con el plan, pero no funcionaba.

Pensaba en llamar a la polícía, pero entonces veía que las chicas tenían un pequeño perro blanco manchado de sangre y yo entendía que había limpiado mis manos en él, que no podía llamar a la polícía para que echaran a la gente porque yo era culpable de un crimen. Entonces tomaba conciencia de que había matado a un hombre.

Más o menos a esa altura del sueño me desperté. Me alivié al ver que no había gente, que se habían ido. Y me asusté al darme cuenta de que eso no borraba el hecho de que había matado a un hombre.

Supongo que entonces me desperté de verdad.

Acepto interpretaciones, aunque ya he hecho las mías. Y no tengáis piedad conmigo. Creedme, yo no la tengo.

jueves, 3 de junio de 2010

Lo que sea

Más allá de que se me caiga o no el pelo, es cierto que pienso demasiado. Aunque, quizá lo que haga es pensar de menos. Es decir, pienso en muchas cosas, excepto en las que debería pensar.

Estaba en la cama, escuchando a Punset y entonces me lié dos pitillos y me vine a escribir para contar que hoy tengo una desazón.

No le encuentro una razón objetiva y cuándo pienso por qué, creo que pienso de todo, excepto lo que realmente me acerca a saberlo.

En ese pensar de más se instalan muy alegremente mis más arraigadas inseguridades, los miedos profundos con los que poco me apetece convivir, algunos demonios que encontraron el momento preciso para hacerse notar.

No pienses, entonces, sería un buen consejo. Pero la desazón sigue ahí.

Y pienso en mi viejo conocido, el miedo al cambio. Sí, señores, a veces soy densa, pesada y complicada. Mi atávico e ilógico miedo al cambio. Miedo al cambio incluso cuando el cambio es deseable y deseado, gozoso, feliz.

La primera vez que hablé seriamente sobre cambiar el país donde vivía, lloré. Ese cambiar de país era mi mayor ilusión, el sueño de mi vida. Y lloré. Porque tenía miedo. Miedo al cambio.

Dice Punset que la ansiedad es buena, te pone en alerta para cualquier situación que lo amerite. El miedo no. El miedo paraliza.

Aquel miedo al cambio encerraba la tristeza de dejar a mis amigos, mis costumbres, el mundo que conocía.

Éste, el de ahora, quizá encierra la duda de si sabré hacerlo bien, la de si repetiré los mismos errores, la de si me aguantarás cuando me ponga así, densa, pesada y complicada. La de si me volverán a romper el corazón.

Lo bueno de pensar es que a veces das en el clavo. Y comprendes algo. Y entonces vas y lo escribes y lo ordenas y lo confirmas. Y entiendes que tus miedos probablemente están justificados, pero eso no significa que sean justos. Porque en la partida que juegas hoy todo es dulce y luminoso. Y que sí, que te da miedo hacerte vulnerable, pero lo haces porque confías. Y es bueno confiar. Y volver a arriesgarse. Y dejar de sentirte pesada y densa y complicada. Y sonreír.

Y entonces sientes como se diluye esa desazón. Y te das cuenta de que tienes sueño. Y te fumas el segundo pitillo mientras pinchas el botón de "Publicar entrada". Y dejas de pensar y solo recuerdas. Ese abrazo. Las sonrisas. Las arruguitas junto a los ojos. La ternura. Las ganas. La valentía. Lo que dices, como de paso, y que es simple y llanamente tan bonito. Lo que queda por delante. Lo que sea. Lo que sea.

Buenas noches.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Sabiduría popular

"Tú vas al psicólogo ¿verdad?"
¿Eiiin?

Estaba yo en la peluquería (lo que en la ciudad donde me crié solía llamarse salón de belleza o estética, pero era lo mismo) cuando se me ocurrió comentarle a mi peluquera que últimamente me daba la impresión de que el pelo se me caía más que de costumbre.

"Ajá"

Dijo ella, como sin hacerme caso y empezó a tocar y observar cuidadosamente lo que viene a ser mi cuero cabelludo (poquitas palabras me daban más risa cuando era niña), oséase, mi dura cabezota.

"No"

Dijo después de un rato. Tuve dos revelaciones en ese momento. 1) Realmente no debo de tener ningún problema si, en lugar de intentar venderme algún producto, me dice que no tengo un problema. Y 2) ¡Mi peluquera tiene el día lacónico! Dios la bendiga.

Me equivoqué en ambas. Comenzó por decirme que aunque no parecía tener un problema, podía venderme una serie de productos que evitasen que tal problema llegase algún día. Que una no sé qué para reforzar el no sé cuánto y así. En cuanto llegamos al asunto del precio se terminó ese tema. Pero llegó el otro. Y me espetó:

"Tú vas al psicólogo ¿verdad?"
"Eh... bueno -dije yo- sí que voy, aunque no creo que te lo haya comentado"

"Me parece -y así empezó el soliloquio- que tú le das muchas vueltas a las cosas. Que te obsesionas -pero si sólo pregunté sí...-. No sé cómo te vaya con tu psicóloga -no es una chica, no es una chica- pero a veces no hacen más que enredar a la gente. Y a menudo lo mejor es no pensar. Lo que tú deberías hacer es olvidarte de todo, no pensar en nada, ni en el pelo ni en nada. Vete a caminar por la playa, date un chapuzón en el mar, ve al cine, lee un libro ¿te gusta leer?, corta los pensamientos, no te obsesiones, pensar es muy malo. Si tu psicóloga -no es una chica, no es una chica- hace que le des más vueltas a las cosas, mándala a la mierda. Procura no pensar. No pienses"

Y entonces, la gloriosa frase final:

"Pensar demasiado hace que se caiga el pelo"

Palabra de peluquera.

lunes, 24 de mayo de 2010

Versiones

Pasan los martes, vienen y se van los jueves, los sábados y los domingos vuelan.

Si tienes un blog, tienes una manera de medir el tiempo. Es parecido a cuando tienes un sobrino. Es una monada que empieza a caminar y decir ga-ga-pu-pu. Te entretienes con un par de cositas y cuando te das cuenta mide un metro ochenta y se va los fines de semana a dormir a casa de su novia rubia. Pues un blog, lo mismo, pero en pequeñito.

Siempre entro a mi blog, porque desde aquí leo los blogs que tengo enlazados y que sigo, pero un día entras y ves la fecha de la última entrada y dices ¿tanto tiempo?

Soy muy pero que muy buena para poner pretextos y en un minuto haría una lista explicando por qué no he escrito últimamente. Pero el único cierto seguro que no lo pondría ahí. Y es que, ya lo he dicho, escribo sobre lo que vivo, sobre lo que siento y no estoy segura de si quiero poner eso en letras ahora mismo.

Supongo, solo supongo, que ese mutismo se relaciona con el respeto que me supone escribir. A pesar de la ingente y continua cantidad de chorradas que aquí escribo, hacerlo significa no obviarlas. Darles peso, forma, consistencia. Traerlas a la realidad. Lo que escribo, es.

Y ahora mismo no necesito esa contundencia. Y, entiéndanme, yo soy mucho de contundencias. De sentirme cómoda con las certezas (siempre falsas, siempre falsas), con los (supuestos) planes. Por eso me requiere un esfuerzo liberarme de todo ello. Ahora mismo no necesito definiciones, esquemas. Necesito vivir sin expectativas por difícil que me resulte. O si no difícil, al menos sí poco natural. No necesito cortapisas, no quiero aferrarme (otra vez) a lo que debe ser (si es que eso existe) y ni siquiera a lo que yo quiero que sea (si es que algún día me entero).

Intento acoplarme a esa serie de frases que nunca me fueron naturales como que me sorprenda la vida, a ver qué pasa, mejor no hacer planes, no hay nada escrito.

No hay nada escrito. O al menos no quiero escribirlo yo. Dice Vetusta Morla en una canción Dejarse llevar suena demasiado bien... Y me cuesta, pero supongo, solo supongo, que puede merecer la pena. Cuando inaguré este blog lo hice con otra canción de Vetusta. Hace unos días alguien me descubrió otra versión de la misma canción. Mismo grupo, misma canción. Otro ritmo, palabras parecidas. Otra versión. Es igual, pero distinta. La misma pero no del todo.

Versiones. A veces salen bien y otras no. Pero no está mal intentarlo.

No hay nada escrito.

Agostados, de Vetusta Morla.

martes, 11 de mayo de 2010

El atardecer

A veces el atardecer se pone bonito.

A veces estás mirando a través de la ventana, escuchando el televisor de fondo y pensando, cuando notas que el atardecer se ha puesto bonito. Que las luces de la ciudad se han ido encendiendo y el cielo tiene ese color que siempre dura tan poco, y que además de cansado parece tranquilo, parece sereno, parece justo.

A veces estás mirando a través de la ventana casi sin querer, pensando. O casi sin pensar, viendo desfilar tus pensamientos como si no tuvieran que ver contigo. Salen de paseo sin esfuerzo, naturales. Los ves pasar como un carrousel, un tíovivo. Como si dieran vueltas, giraran y volvieran a pasar delante de tus ojos. Una y otra vez.

A veces estás mirando a través de la ventana casi sin querer, viendo sin ver. Parece que está todo ahí. Tu Aleph particular. Está la otra noche cuando no entendiste lo que te estaban diciendo sin palabras. Y tú hubieras querido entenderlo, tanto, tanto. Y está la otra vez en que sí sonaron las palabras y ya no sabes si eran una provocación o una declaración, ni si era de amor o de guerra. Está esa mirada en la que ya no ves el brillo que solía iluminarte. Está la sensación de que la valentía te ha abandonado y ya no te quedan monedas para apostar. Está esa confusión tan curiosa de sentir al mismo tiempo miedo y ganas, curiosidad y rechazo, orgullo y vergüenza. Está la duda de hasta dónde piensas llegar y sobre todo, la duda del por qué lo harías. Está ahí, la ves, brillando como una puñetera supernova la intuición de equivocarte y te preguntas por qué solo aparece a la distancia y nunca cuando sus ojos te están mirando. Y confirmas que nunca, nada, sale como lo esperas y aunque entiendes que exageras, te asusta un poco.

Y ni siquiera sabes el tiempo que está pasando, porque aparecen en un mismo segundo, las sonrisas, los ojos, los juegos, los hartazgos. Te preguntas mientras lo miras, todo a la vez, si en esta ocasión serás capaz de dar el acento justo, si los demonios se aplacarán, si te estás escapando, si te estás escondiendo, si eres incapaz de olvidar el drama, si aún crees en la magia, si te equivocas de cuento de hadas, todo al mismo tiempo, todo delante de tus ojos, todo girando como un tíovivo que vuelve y vuelve y vuelve a girar.

Y entonces te das cuenta de que estás mirando por la ventana, que las luces se han ido encendiendo allá fuera y que el cielo se va apagando con ese color que dura siempre tan poco y que parece sereno, que parece justo.

Se pone bonito a veces el atardecer.

lunes, 3 de mayo de 2010

Me gustaría

A mí me gustaría
que los párpados no me pesaran
creerme de vez en cuando los consuelos
tener alguna fe aunque fuera endeble y absurda

Me gustaría
tener claridad para leer las señales
caminar sobre suelo seguro
jugar sólo a los juegos que sé jugar

Me gustaría
no tener nombres ni apellidos
que estas palabras tampoco los tuvieran
no tener anclas
que no me nazcan las penas por un par de silencios


Me gustaría
que deje de crecerme la ilusión por un par de palabras
que el mundo entero no sea más que barro
prescindir de Maslow
no creerme los cuentos

A mí me gustaría
no tener que pensar en nada
ser capaz de pensar en nadie
y encontrar un gusto en ello

Me gustaría
que no me importara no importar
ni que en realidad debiera escribir importarte
y tener una balanza para acomodar mis importancias sin esfuerzos
y me gustaría no tener que recordar cada vez que no le importé
a alguien que a mí me importaba

Me gustaría fumarme el último cigarro
e irme a dormir
en lugar de fumar uno tras otro pensando
que no quiero irme a la cama

A mí me gustaría
ser la que soy cuando estoy sola y estoy lejos
vacía, por estrenar
ser la que soy cuando todo me sobra
pletórica
ser la que soy cuando nada me importa
reducida

Me gustaría
escribir mejor
para encontrar una frase
que proclame la certeza de que estas cosas no me hacen llorar
y creérmela yo

Me gustaría
acostumbrarme al olvido
y a la inconsistencia y a la incoherencia y a la inconstancia
acostumbrarme a lo humano
y a lo brutal y a lo efímero

A mí me gustaría
reencontrar principios y abrazar finales
ponderar historias y, aunque no me salve nunca
aunque lo siga intentando
aunque vuelva y vuelva y vuelva
porque no sé hacer otra cosa
porque no quiero hacer otra cosa
porque no quiero salvarme nunca
me gustaría
por poco que fuera
aprender

lunes, 26 de abril de 2010

Causas, azares

Creo, sincera y llanamente, que solo hay una ley universal. Ha sido estudiada por grandes científicos y yo personalmente soy una muestra viviente e incesante de la misma. Como su nombre en latín es muy raro, la llamaremos Ley de la proporción indirecta entre lo pensado y lo posible.

Como digo, está plenamente demostrada y se basa en los siguientes principios:
a) Cualquier cosa que imagines, NO sucederá.
b) Lo que menos te esperas, siempre que no pienses uy, lo que menos me espero es... sucederá.

La ley se basa, entre otras, en una cuestión estadística. Pongamos que el sujeto A tiene un asunto en mente. Yo qué sé, cualquier cosa. Piensa en alguien, por ejemplo. Ese alguien le importa, le interesa y como sujeto A tiene una fantasía desbordante, piensa de vez en cuando en ese alguien: llamémosle sujeto B. Sujeto A tiene un tiempo muerto en el trabajo y piensa ¿cuándo veré a sujeto B? Un rato después camina hacia su casa y va pensando cuándo, cómo y dónde podría encontrarse a sujeto B. Más tarde, antes de dormir, le vuelve el tema a la cabeza y piensa ¿qué le diré a sujeto B cuando lo vea?

Sujeto A no lo sabe, pero por esta indiscutible ley, todas y cada una de las opciones con las que se recrea en su mente, por el solo hecho de ser concebidas, se difuminan de la vida real. Si ha pensado que quizá encuentre casualmente a sujeto B por la calle, ¡plaf! se borra la posibiblidad de que suceda. Si imagina que sujeto B le manda un correo casual ¡bum! nunca sucederá. Si cree de pronto que se verán en la fiesta de aquel amigo en común ¡cataplum! es una pena, era una buena idea, a sujeto A le encantaba pero... la pensó, está condenada.

Como decíamos, es una cuestión de estadística. Sujeto A piensa que piensa lo que podría pasar, pero las posibilidades de la vida real son muchísimo más intrincadas que cualquier cosa que A pueda pensar, y por tanto reducen sus supuestas posibilidades en tan nimios porcentajes que se diluyen hasta el olvido. Algunos le llaman azar, otros destino, pero es en verdad la vasta realidad que no encaja en nuestras perspectivas ni cabe en cajones ni entiende de deseos ni de sujetos. Que se mueve sin avisar, sin hacer ruido y a quien le sobran las causas. Que se mueve, en fin, mientras sujeto A, piensa.

La única posibilidad para no destruir nuestros deseos, solo por tenerlos, es no pensar. Por supuesto y, aunque cientos de laboratorios se afanan en la cuestión, no se ha encontrado aún la fórmula eficaz para ese remedio.

Porque sujeto A no se da cuenta de que justo en lo que no ha pensado es lo que está más cerca de suceder. ¿Qué sería lo más inesperado? ¿Un encuentro aquí con sujeto B, unas palabras allá? No, nada de eso.

Lo más inseperado aparece, por definición, de golpe y sin aviso. Llamémosle sujeto C.

Silvio Rodríguez, Causas y azares.

domingo, 25 de abril de 2010

Una de apuestas

Hoy toca, o tocaba, o sigue tocando, irse a la cama pronto para trabajar mañana. Y, ya veis, aquí sigo. Para horror de mi amigo J, hace no mucho volví a verme a mí misma como en un capítulo de Sexo en Nueva York. Yo contaba algo a mis amigas y cada una de ellas me daba un punto de vista muy diferente e ilustrativo. Por supuesto que para seguir un consejo no sirve de una mierda que cada una te diga una cosa, pero yo no quiero que ellas me digan lo que hacer, sino saber qué piensan, qué ven ellas que yo me estoy perdiendo.

Era divertidísimo ver la diferencia entre los puntos de vista. Cada una de ellas, mujeres complejas, con distintas ocupaciones, objetivos, cotidianeidades y hasta nacionalidades, a la hora de hablar sobre el tema (hombres ¿qué iba a ser?) parecían tener una visión completa y clara que a mí, desde luego, suele faltarme. Suele faltarme con mi propios temas, seguro que con los suyos soy tan resolutiva como las demás.

Ahí, a la hora de hablar sobre lo que me pasaba a mí, salía el carácter, la experiencia, quizá los deseos de cada una. Y sí, de todo aprendo. A veces me riñen y otras me tienen un poco de paciencia, pero no suelen callarse. Eso me gusta. No se callan ni siquiera cuando no pregunto. Y eso me gusta.

Hoy me han reñido. Dulce, puntualmente. Me han reñido porque, creo, ellas creen que yo no me creo que puedo conseguir algo. Algo muy dulce y puntual (hombres ¿qué iba a ser?). Me riñen porque quieren que me lance, que lo intente. Debo decir que la última vez que seguí sus dulces y puntuales consejos, la cosa salió muy bien. Muy dulce, sí señor. Así que supongo que me lo pensaré. Porque, sí, sé que si no me lanzo es porque me da miedo el rechazo, porque me asusta lanzarme a las euforias cuando se está tan tranquilito sin ellas y porque no me acabo de creer que puedo conseguirlo. Pero si ellas, que me conocen tanto, dicen que sí...

Se abren las apuestas.

lunes, 19 de abril de 2010

Cuento de hadas

Había una vez en una república muy lejana una chica (sigamos llamándome chica aunque tenga 34 años, ¿vale?) que un día decidió aclarar una situación. Decidió reunirse con alguien y preguntar claramente lo que sentía.

Llegado el momento, a la chica no le apeteció preguntar. Le pareció que ella ya se había aclarado lo suficiente aun sin saber qué opinaba el otro. Quizá se acobardó un poco y eso influyó, pero también recordó los consejos de que esas preguntas no eran socialmente cómodas.

La chica sabe que si el caballero hubiera llegado en un blanco corcel se hubiera impresionado. Pero no siendo así, le quedó la realidad. Y la realidad, desde su lado de la mesa, era una chica aceptando que no existen los cuentos de hadas.

La chica tiene plena conciencia de que cuando siente chispas su mundo se trastorna. Le gustan. Pero sabe que en la vida real hace falta algo más que chispas.

Así que, sí, se hubiera dejado impresionar por el caballero del blanco corcel, porque las chispas la enganchan y se resiste todo lo que puede a dejarlas ir.

Ante el influjo de las chispas es capaz de pensar qué haría falta para no dejar de sentirlas. A veces incluso siente que podría cambiar, o callar, o ni siquiera sabe qué por mantenerlas cerca.

Le ha costado llegar al punto de entender que las chispas por sí solas no valen la pena. Sabe que es vulnerable a ellas, que sentirlas afecta su perspectiva. No quiere renunciar a ellas, pero en esta ocasión sabe que no tiene otra opción.

Le gustan tanto las chispas que a veces tiene la impresión de inventárselas. Y ahora piensa: para una vez que fueron reales, para una vez que las vemos juntos, para una vez que brindamos por ellas, para una vez que le importa un caballero, vaya final de mierda tiene este cuento de hadas.

lunes, 12 de abril de 2010

Lunes y ficción


Te regalo mis lunes. Son todos para ti. No te regalo mis sueños, ni mis ganas y desde luego no te doy mis versos. Pero sí mis lunes. Los he limpiado y adecentado, he escondido en cajas viejas de cartón sus miserias de llantos aburridos y he barrido de las esquinas el polvo de la nostalgia gastada. Eché por la ventana las dudas perennes, empujé bajo la alfombra las falsas certezas. Y disimulé todo lo que pude nuestras coincidencias luminosas.

Acicalados y relucientes, te regalo mis lunes.

Haz con ellos lo que te apetezca. No preguntes, no pidas permiso. Les he puesto una etiqueta con tu nombre. Una de esas viejas franjas de plástico de colores, con que todas las niñas de mi clase, menos yo, ostentaban sus pertenencias.

No es que yo no los quiera, que conste. Me gustan mis lunes y me gustan mucho. Es por eso que te los regalo. Porque aunque no te enteres, o aunque no lo sepas, que suena mejor, quiero que tengas algo mío.

No hay dramas ni euforias. Solo hay lunes. Nuevos, vacíos, por estrenar. Todos mis lunes. No me preguntes por qué, pero quiero que sean tuyos.

Puede que te resulte absurdo, como tantas otras cosas de mí. No te preocupes, que, como tantas otras cosas de mí, si no los quieres no tienes más que mirar para otro lado. O cerrar los ojos. O fingir que no están.

Total, a eso ya nos estamos acostumbrando.

-

Hoy me tomé un café con mi amigo J. Al saludarlo me preguntó ¿Cómo estás? y yo dije Bien. Me miró sonriendo: ¿Te has fijado? Has respondido bien y has movido la cabeza como si te comieras el mundo. Me reí. Es que estoy bien, pero bien bien. Sigo sin motivos de esos obvios y sigue siendo estupendo.

Tras el café fui a la última sesión de mi taller literario. Una pena que se acabe. Queda, por supuesto, lo vivido, lo escuchado, lo aprendido, lo encontrado. Hoy un compañero definía a la gente que escribe como enamorados de las mentiras. Es así. Fingimos estar locos de amor o heridos de muerte, o que regalamos lunes, pero es todo ficción. O casi todo Yo, por ejemplo, desde mi sospechosísimo estado de serenidad, sigo escribiendo sobre la tristeza. Los desencuentros, los acaboses.

Es como ser un actor, representar un papel, crear un mundo nuevo, cambiar de piel. Quería contar esto tras la entrada, que ya había escrito. Porque en mi blog no suele haber ficción, más allá de mis propios dramas. Así que a riesgo de recordar aquello de Excusatio non petita, acusatio manifiesta, hoy copié algo escrito en ese taller. Todo ficción. O casi todo.

martes, 6 de abril de 2010

Supernova

Nunca había hecho una lista de pros y contras. Hace unos días me obligué a hacer la primera de mi vida. Ya sabéis, una decisión por tomar, una confusión considerable. Tenía claro algunos puntos a favor y otros en contra.

La verdad es que los pros me salieron con mucha fluidez, de golpe, en racha. Luego me esforcé en los contras. Busqué, encontré y busqué más. En medio de los contras me asaltaba cada tanto un pro que anotar en la otra columna. Y volvía a buscar contras. Había, sí, pero salían con menos facilidad.

Al final, ganaron los contras. En cantidad. Los contras, la columna de la derecha, era claramente más larga. Así que ya está, ganaron.

Luego pensé si no habría que dar una nota a cada concepto, a cada pro y cada contra. Este pro vale un siete, este un seis, este es un diez y este contra un cuatro, un dos. Y sumar. O algo así. Es que, de pronto, la columna más larga parecía más ligera. Y los pros se hicieron cada vez más pesados. Había uno, dos, tres pros, que se tragaban sin miramientos la mitad de los contras de un bocado. Había especialmente un pro, uno que brillaba sobre el folio como una puñetera supernova.

La cuestión de la cantidad empezó a perder fuerza. Así que sí, ganaban los contras. Y luego estaba ese pro.

No sé para qué coño hace la gente estas listas. Desde luego a mí no me sirvió para aclararme.

O, sí. Quizá, sí. Puñetera supernova.

sábado, 3 de abril de 2010

El trabajo dignifica

Hoy en el trabajo no hubo muchas llamadas. Supongo que la gente feliz está de vacaciones. Ya tendrán tiempo de volver y descubrir que sus interneses no funcionan, pero eso les tocará a los que vayan el lunes.

Tuve tiempos muertos, así que me puse a leer blogs. Como hago normalmente, fui a los blogs que sigue la gente que yo sigo y así y así . Al final estuve todo el día leyendo el mismo, tirando de entradas antiguas. Me divertí mucho y me puse a pensar que mi blog no es nada divertido. Vamos, que no cuento cosas graciosas y tal. Y eso que yo en vivo tengo mi gracia ¿eh?

Creo que uso el blog como desahogo y al final, ya sabeis, acabo escupiendo mis frustraciones aquí.

Y es que escribo más de lo que siento que de lo que me pasa. Y bueno, creo que eso acaba aburriendo. Al menos creo que llega a aburrirme a mí.

Así que hoy escribamos solo dos líneas sobre lo que siento. Tengo un pequeño lío mental que, creyendo que iba a deshacer, enredé más. Supongo que tiraré de la punta a ver qué pasa.

Y un poco más sobre las cosas que me pasan. Hoy un cliente me ha llamado histérica. Así como lo oyen/leen. En un año que llevo como teleoperadora (por dios ¡un añooooo! próximo post: depresión laboral) solo me han dicho tres cosas del estilo. Y no puedo no decir que suelo ser muy comprensiva con mis clientes y además tengo la capacidad para tranquilizarlos cuando están nerviositos y por lo menos una vez al día me dicen que soy un encanto y cosas mejores. Dicho esto:
1)Yo, de malas. Él, de malísimas. Reproduzco diálogo:
Él: El servicio es una mieeeeeeerda (bla bla bla tres minutos) y estoy harto y quiero el número de bajas ya y que me arregles esto. ¡Arréglamelo ya y daaaame el número de bajaaaaas!
Yo: ¿Quiere que se lo arregle o que le dé el número de bajas?
Él: ¡Eres una caradura!
Colgó. No sé, a mí me parecía una pregunta muy válida.

2)Casi las diez de la noche, terminando la jornada y el último bus que me lleva a mi ciudad sale en veinte minutos. El cliente parece un adolescente descentrado, no hace nada de lo que le pido, me habla de tú sin parar aunque yo siga llamándole don Jonhatan y no veo manera de salir de esa llamada e irme a mi casa sin tener que caminar veintiocho kilómetros. Le pido que pulse tal tecla.
Don Jonhatan: ¿Cuál tecla dices?
Yo: La de la izquierda, don Jonhatan.
Don Jonhatan: Espérate tantito. (Tantito después) Ya, ¿qué me decías? ¿Qué tecla quieres que pulse?
Yo: La de la izquierda, don Jonhatan, la de la izquierda.
Don Jonhantan: Oye ¿estás estresada?
Yo: Pues he tenido días peores ¿podría, por favor don Jonhatan pulsar la tecla de la izquierda?
Al final creo que no le arreglé nada, pero pude irme a casa en bus.

3)El señor de hoy. Que el router no sirve no sirve y no sirve porque su ordenador no detecta la red inalámbrica. Le pregunto si detecta alguna red. Dice que no, no detecta ninguna. Le pregunto si tiene activado el wifi de su ordenador (la gente se pone muy nerviosa en cuanto insinúas que algo puede ser culpa de su ordenador) y me dice en efecto:
El tío de hoy: Señorita, no puede ser de mi ordenador porque es nuevo.
Yo: De acuerdo, señor de hoy, ¿pero antes detectaba redes?
El tío de hoy: Sí, pero este cacharro vuestro se estropeó porque ya no detecta nada.
Yo: De acuerdo, señor de hoy, pero si se estropeara el router ¿no cree que su ordenador seguiría detectando otras redes?
El tío de hoy: ¡Le digo que no es de mi ordenador porque es nuevo!
Yo: Pero, señor de hoy, si antes detectaba muchas redes y ahora ninguna ¿no podría considerar que no sea el router? porque si fuera el router seguirían apareciendo...
El tío de hoy: ¡No te pongas histérica!
Con el mismo tono calmo y normal con que le estaba hablando, sólo pude responderle:
Yo: Señor de hoy, francamente no creo que me esté comportando de modo histérico, le intento explicar algo con mucha lógica y que puede resolver su problema, pero si no le gusta la manera en que lo atiendo puede poner una queja y volver a llamar, así le atenderá otra persona.

El señor de hoy me pidió perdón y yo fingí no escucharlo y seguí con la conversación. Por supuesto que no le arreglé nada. Entre nosotros, el problema está en su ordenador. O no, pero a mí me dieron una formación de dos semanas y hago lo que puedo.

Tres en un año no me parece tan mal. Luego están los que te dicen ya sé que tú no tienes la culpa y se hartan de insultar a la empresa, pero la verdad que a mí esos no me ofenden.

Conozco compañeros a los que les han insultado en serio y muy personalmente. La gente puede estar muy enfadada cuando les falla la tecnología, lo entiendo. Así que, no sé, lo mío no me parece tan grave. Y, por otro lado, un poquito caradura, estresada e histérica sí que soy.

Y si no me creen, esperen a que vuelva a escribir sobre lo que siento en lugar de sobre lo que me pasa.

Saludos, y si os falla mañana internet, hacedme un favor: no llaméis hasta el lunes, que quiero seguir leyendo blogs.
Cursiva

jueves, 1 de abril de 2010

Demonios

Sí: ser feliz por nada es fantástico. De eso hablaba la entrada anterior.

Y la verdad es que ese estado de equilibrio me es tan ajeno que me resulta sospechoso, pero intento disfrutarlo. Voy a contar un secreto. De la vida, como de todo lo que implique, he aprendido bien poco. Quizá sólo que no hay certezas, y que en la poesía cabe todo. Pero hay algo que se me aparece cada tanto: cuando sufro, cuando algo me duele, cuando estoy mal, se manifiesta. Es como un baremo. Sí, esto duele, pupa, caca, vaya mierda, pero. Pero. Pero es la clave.

Las cosas me duelen, entre lo sensiblona que soy y lo dramática, por supuesto que las cosas me duelen. Pero incluso cuando me duelen, incluso en el momento de abandono a ese mal estar sé que no es para tanto. A veces incluso sonrío. Y en más de una ocasión se lo he dicho a mis amigos: me duele, sí, pero también me hace gracia este sufrir. Tengo un par de dolores históricos particulares que han alcanzado grados tales que simplemente dejan a los nuevos en el estado que se merecen. Duele, sí, pero no es para tanto.

Y si cuento esto es porque en medio de mi bienestar soyfelizpornadayesfantástico, de pronto, por nada, o por algo, o por algo que es nada, sucede. Mis demonios se escapan. Pero no son esos grandes demonios, los de ese par de dolores particulares que me rompieron en dos. O en mil. Esos deben estar ya aplacados, porque no aparecen hace un tiempo. Pero aparecen otros. Unos pequeños demonios tontos, pero que duelen; superficiales seguramente, pero que joden; probablemente irreales, pero que meten el dedo en la llaga.

Y esos demonios de segunda me han confesado que yo también soy una cobarde. Llevo semanas quejándome en silencio de la cobardía, del no atreverse a mirar más allá, del no tener cojones a intentar lo que puede valer la pena. Y de repente, soy yo la que no se atreve. Y mis demonios ni siquiera tienen la delicadeza de ser misteriosos. Son groseramente claros: soy cobarde. Me da miedo el rechazo. El rechazo, eso sí, más superficial y banal. Pero me da miedo. Más del que me da estar aquí, ahora, sola.

Hoy no quería estar aquí, ahora, sola. Pero al final, cobarde, lo preferí. Mis demonios salieron a pasear y se tomaron una copa conmigo. Y yo, que no sé en qué centrarme, que no sé de qué prefiero olvidarme, yo, que hago listas de pros y contras y ganan los segundos, no debería decir nada por si acaso. Por si acaso vienes y me lees. Por si acaso te sigo acojonando. Por si acaso cada paso que doy te sigue pareciendo inasumible.

Y sí, esta entrada podría ahorrármela. Por si acaso. Pero no quiero. Porque si no quieres asumir lo que soy, ahora mismo, aquí y ahora, y ayer y mañana, sé que no vale la pena. Y me dan todas las ganas del mundo de olvidar que no vale la pena. Pero lo he visto tan claro que ni siquiera yo, aquí y ahora puedo fingir que no.

Ojalá me leyerás y supieras que yo soy todo esto. Y todo lo que has entendido y lo que has intuído y lo que no te ha dado tiempo o ganas. Ojalá entedieras que yo saltaría, yo lo haría. Pero sólo si tú lo hicieras conmigo. Y eso no va a pasar ¿no? Porque yo necesito que me convenzas de que vale la pena, de que no te has acobardado. Y eso no va a pasar. Y por eso debería callarme, o ahorrame esta entrada.

Pero hace un rato, cuando empezaron a salir a pasear mis demonios y no supe cómo explicarlo, alguien me dijo: escríbelo.

Y eso hago.

martes, 30 de marzo de 2010

Por nada

Hoy me di el día libre. No sólo por aquello de trabajar sábado y domingo, sino porque estos días estoy sola en casa y me encanta. Y eso que con mi compañera de piso me llevo muy bien, la quiero muchísimo y me gusta estar con ella. Pero pronto, además, tendré en casa una visita inevitable que me desequilibra mucho, así que al menos hoy he disfrutado de mi soledad con gran énfasis.

Me desperté tarde, muy tarde y me vestí sólo para cruzar la calle y tomarme dos cafés mientras leía una revista ñoña. Luego, en contra de mis costumbres, dediqué una hora en hacerme una deliciosa comida. Tras tres postres exquisitos me dediqué a ver capítulo tras capítulo de series viejas y ñoñas en la tele, interrumpidas por una hora de conversación telefónica con una amiga de la que podría decir que vive lejos, pero la verdad es que está muy cerca de mí.

Hice un test en la revista ñoña y el resultado fue: Mayoría de C, eres una mujer realista. Decía algo así como que disfruto los buenos momentos siendo muy consciente de ellos y que así, en los malos, puedo recordar que existen otros mejores y relativizar cuando las cosas no van bien. La verdad que la última parte me sacó una sonrisa porque con lo dramática que suelo ser, relativizar no es lo mío. Y sin embargo de cierto modo es cierto, las cosas se acaban colocando en su sitio. Y sobre todo, sí, disfruto de los buenos momentos, los que yo me procuro, no -sólo- en forma de caprichos sino cuidándome de verdad.

Tras mis último coqueteos con el drama, llevo días y días y días sientiéndome muy bien. Por nada, por nada en especial. Todo es igual que antes, las cosas buenas, las regulares, las visitas que me desequilibran, el trabajo quemante, los inesquivables problemas de dinero, el futuro inciertísimo en todos los campos que imaginemos, los malentendidos, la impotencia, las dudas. Todo igual que hace un mes y tres y seis. Pero yo me siento bien.

Me siento bien y cuándo me pregunto por qué me respondo: por nada. Y es fantástico.

Y luego leí esa frase en un blog que sigo y recomiendo: Ser feliz por nada es fantástico.

Sí, lo es.

lunes, 22 de marzo de 2010

Poesía última o la entrada fantasma

Ayer borré una entrada ya publicada. Fue la última, que colgué el sábado y borré el domingo. Sé que la gente con blog hace estas cosas, pero yo nunca lo había hecho. Sí, es mi primera vez.

¿Que por qué lo hice? No sé. Contenía lenguaje soez, sí. Confidencias sexuales, sí. Declaraciones de intenciones falseadas, afirmaciones de promesas futuras, proclamas de arrepentimientos pasados, sí, sí, sí. Preguntas obvias, sí. Reflexiones sin sentido, sí. Frases hechas, chabacanas, cutres y aburridas, sí, sí, sí y sí. Vamos, como cualquier otra entrada.

Supongo que cuando la releí me di cuenta de que no decía en absoluto lo que yo quería. Es el riesgo que se corre cuando quieres hablar de algo sin nombrarlo. Las palabras, de por sí, ya encaminan al caos, así que prescindir a posta de las más importantes no mejora las cosas. Pero creo que tampoco es buena idea contarlo todo.

Si intentara contarlo todo sobre aquello que no quiero nombrar, me temo que la entrada tendría forma de gran pataleta, terrible berrinche descontrolado, histérico griterío. Sería una entrada informe e incomprensible llena de erratas y borrones, manchas de tinta y cercos de taza de café. Una entrada-carcajada avergonzante. Una entrada-caída-traspiés.

O quizá no, quizá si intentara decirlo todo lo que haría sería escribir una poesía. En la poesía no narramos, solo sentimos. No hay justificaciones, solo contexto, emoción. Lo malo es que la única poesía que he escrito últimamente se refiere precisamente a aquello que no quiero nombrar. Así que elijo a Lois Pereiro, un poeta gallego, para decir nada de lo que yo quiero decir, y decir todo lo que quepa en sus palabras. Para quien no hable gallego, me remito a Luis Tosar en los Goya: creo que se entiende.

A inmersión no silencio é o que distingue
aos que aman con espírito suicida
dos que somentes son
un soño breve.

Na viaxe nocturna que emprendemos
polo interior dun corpo diferente
un acto de amor é un fluído urxente
de suor bágoas e esperma
contra o medo

palabras desarmadas
desexos que se perden
na néboa de mil noites
entre as sabas revoltas
polo feroz presente
de dous corpos que esquecen.

Lois Pereiro, Poesía última de amor e enfermidade

miércoles, 17 de marzo de 2010

De nuevo la primavera

He escrito en mi mente y en papel varias entradas sobre gente de la que quería hablar aquí.

Uno era mi profe, que cada vez que leo uno de mis textos tiene la vana esperanza de que esta vez sí triunfe el amor en ellos.

Otro era J, porque por un segundo pensé en dejar pasar mi último tren a casa por seguir escuchando su dulce pedantería y comiendo pollo pakora.

Y luego está F. Esta la escribí en papel y era una una larga y aburrida disquisición acerca de la naturaleza y la transformación de los afectos y de lo bien que sienta pasar horas muertas al lado de alguien brutalmente amable, cariñoso, generosísimo, sensible y con el acento más dulce del mundo. Y que toque el piano para ti también ayuda.

Y también podría hablar de la primavera, que se venía anunciando y hoy llegó, con su aire cálido cargado de olores felices y promesas conocidas.

Pero en verdad quiero hablar de mí. De mí, la que a veces utiliza este blog como basurero para vomitar su mierda.

De mí, la que cuando algo le duele, con razón o sin ella, sufre. Y en ese sufrir a veces se equivoca y se arrepiente.

De mí, la que necesita hablar y escribir para poner ese dolor en su lugar adecuado.

De mí, la que decide escaparse aterrorizada de estar perdiendo una oportunidad.

De mí, la que no es capaz de reprimir lo que le duele y más bien se repliega para sentirlo a fondo.

De mí, la que con paciencia o sin ella sabe que todo pasa.

De mí, la que patalea y manotea sin elegancia, pero con certeza cuando ha aprendido lo necesario de ese dolor y le toca salir.

De mí, la que sigue prefiriendo arriesgarse a todo eso antes que permanecer inmóvil.

De mí, la que no se avergüenza de llorar ni sufrir porque sabe que de eso se aprenden lecciones que no se borran, aunque no sea inmediato ni evidente.

De mí, la que nunca se sintió más libre, también para equivocarse y arrepentirse. Y para perdonarse. Porque a veces parece que son los otros los que se equivocan y a quienes hay que perdonar. Pero solo tienes que perdonarte a ti misma.

Hoy, como cada año, y aunque parece a veces que no lo hará, llegó la primavera. Hoy este no será mi blog basura. Hoy estoy reconciliada y me perdono y me gusto. Hoy me acuerdo de que estoy viva y me vuelvo a entender a mí en el epicentro. Hoy estoy donde quiero estar.

Si vierais lo guapa que estoy hoy. Será la primavera.

Bella, de Jovanotti. Suave y sin estridencias, que estamos de ese humor.