lunes, 28 de junio de 2010

Que siga la fiesta

Me gusta viajar. Me encanta conocer sitios nuevos y reconocerme en ellos. Viajar me supone momentos de toda índole, internos y externos, que me construyen en una manera que me resulta deliciosa. Pero todo eso es para otro post. Para este, el punto es que me encanta viajar, pero este verano, no me apetece.

Pronto, prontito, prontísimo, será mi cumpleaños. Me preguntó una colega el otro día qué deseos tenía para este cumple. De esos que se piden al soplar las velitas. Me quedé sin saber qué decir.

Desde luego que podría pedir un montonal de cosas, desde una camiseta de las rebajas hasta una casa. O perder de vista a alguien o ver más de cerca a alguien más. O que me saque la lotería o no gane el mundial Alemania.

Pero no, me quedé en silencio. No sé, dije al final, quizá un mejor trabajo.

Este invierno ha sido tan largo que apenas me he enterado de que ya casi empieza julio. Mi cumpleaños me cayó como de golpe, como de sopresa. Me di un homenaje improvisado de juerga, festejando jueves, viernes y sábado; y el domingo comida con mi familia.

Mañana toca el último festejo. Imagino que no habrá tarta y velas. Sí las hubo en la comida familiar y no las soplé. Como tampoco fui a saltar hogueras en San Juan. A la mierda los ritos. A la mierda los deseos de cumpleaños. Que venga pura, brutal y sorprendente, la realidad.

A la mierda las expectativas, a la mierda los planes. A la mierda el qué será. Que venga lo que sea.

Creo que por eso este año no viajo. Porque no me apetece organizarlo y saber dónde estaré de tal a tal día. No tengo ganas de decidir y elegir y tenerlo todo claro. Volveré a viajar, porque es parte de lo que soy y de lo que quiero. Volveré a elegir destinos con ilusión y a mirar fotos falsas de hoteles, a comparar precios y buscar mapas. Pero este verano, no.

No es una lección, no es una consigna, no es un esfuerzo. Simplemente así me siento ahora. ¿Qué haré este verano? Ni puta idea. Que venga lo que sea. ¿Que qué deseos tengo para este cumple? Pues ese: que venga lo que sea, que el mundo gire, que la vida siga, que el universo me sorprenda. Que no pase nada, que pase todo.

Cumplo años, señores. Treinta y cinco. Que siga la fiesta.

lunes, 14 de junio de 2010

El crimen

Hoy tuve un sueño brutal. Una pesadilla en toda regla. Me da vergüenza contarlo, pero ahí va. Al principio del sueño, estaba en mi trabajo, atendiendo una llamada, cuando notaba que se había ido la luz. Nadie trabajaba, excepto yo. Sin razón aparente comenzaban a llegar antiguos compañeros. Me saludaban, y yo estaba contenta de verlos, pero me estresaba porque tenía que seguir con la llamada. Finalmente resolvía el problema del cliente pero dejaba de escucharlo.

Al salir del trabajo caminaba con algunas compañeras hasta que encontrábamos una construcción circular. Algunas de las compañeras entraban ahí. Yo me asomaba y veía que participaban en una especie de rito satánico. Me enfrentaba al jefe y él se abalanzaba sobre mí. Yo me defendía, apretaba su cuello con mis manos. Él no se resistía, yo seguía apretando hasta que la cabeza desapareció y manó sangre. Sangre fresca, roja, viva, en mis manos. Me asustaba, me limpiaba las manos en algo y me iba.

Mis compañeras, que estaban en el rito aquel, me seguían. Tenía miedo de que me mataran. No me hacían nada, no me decían nada, pero llegaban conmigo hasta casa. Y no sólo ellas, empezaba a llegar gente, muchísima gente. Conocidos, desconocidos. Era como una fiesta. Yo me daba cuenta de que ellas habían invitado a toda esa gente que yo no quería en mi casa, para vengarse. Se me ocurría decirle a la gente que la fiesta se había terminado, pero no me hacían caso. Algunos amigos me ayudaban con el plan, pero no funcionaba.

Pensaba en llamar a la polícía, pero entonces veía que las chicas tenían un pequeño perro blanco manchado de sangre y yo entendía que había limpiado mis manos en él, que no podía llamar a la polícía para que echaran a la gente porque yo era culpable de un crimen. Entonces tomaba conciencia de que había matado a un hombre.

Más o menos a esa altura del sueño me desperté. Me alivié al ver que no había gente, que se habían ido. Y me asusté al darme cuenta de que eso no borraba el hecho de que había matado a un hombre.

Supongo que entonces me desperté de verdad.

Acepto interpretaciones, aunque ya he hecho las mías. Y no tengáis piedad conmigo. Creedme, yo no la tengo.

jueves, 3 de junio de 2010

Lo que sea

Más allá de que se me caiga o no el pelo, es cierto que pienso demasiado. Aunque, quizá lo que haga es pensar de menos. Es decir, pienso en muchas cosas, excepto en las que debería pensar.

Estaba en la cama, escuchando a Punset y entonces me lié dos pitillos y me vine a escribir para contar que hoy tengo una desazón.

No le encuentro una razón objetiva y cuándo pienso por qué, creo que pienso de todo, excepto lo que realmente me acerca a saberlo.

En ese pensar de más se instalan muy alegremente mis más arraigadas inseguridades, los miedos profundos con los que poco me apetece convivir, algunos demonios que encontraron el momento preciso para hacerse notar.

No pienses, entonces, sería un buen consejo. Pero la desazón sigue ahí.

Y pienso en mi viejo conocido, el miedo al cambio. Sí, señores, a veces soy densa, pesada y complicada. Mi atávico e ilógico miedo al cambio. Miedo al cambio incluso cuando el cambio es deseable y deseado, gozoso, feliz.

La primera vez que hablé seriamente sobre cambiar el país donde vivía, lloré. Ese cambiar de país era mi mayor ilusión, el sueño de mi vida. Y lloré. Porque tenía miedo. Miedo al cambio.

Dice Punset que la ansiedad es buena, te pone en alerta para cualquier situación que lo amerite. El miedo no. El miedo paraliza.

Aquel miedo al cambio encerraba la tristeza de dejar a mis amigos, mis costumbres, el mundo que conocía.

Éste, el de ahora, quizá encierra la duda de si sabré hacerlo bien, la de si repetiré los mismos errores, la de si me aguantarás cuando me ponga así, densa, pesada y complicada. La de si me volverán a romper el corazón.

Lo bueno de pensar es que a veces das en el clavo. Y comprendes algo. Y entonces vas y lo escribes y lo ordenas y lo confirmas. Y entiendes que tus miedos probablemente están justificados, pero eso no significa que sean justos. Porque en la partida que juegas hoy todo es dulce y luminoso. Y que sí, que te da miedo hacerte vulnerable, pero lo haces porque confías. Y es bueno confiar. Y volver a arriesgarse. Y dejar de sentirte pesada y densa y complicada. Y sonreír.

Y entonces sientes como se diluye esa desazón. Y te das cuenta de que tienes sueño. Y te fumas el segundo pitillo mientras pinchas el botón de "Publicar entrada". Y dejas de pensar y solo recuerdas. Ese abrazo. Las sonrisas. Las arruguitas junto a los ojos. La ternura. Las ganas. La valentía. Lo que dices, como de paso, y que es simple y llanamente tan bonito. Lo que queda por delante. Lo que sea. Lo que sea.

Buenas noches.