jueves, 28 de octubre de 2010

Pies fríos

En cuanto leí la respuesta de Gata a la entrada pasada, supe que tenía razón. Supe que no había manera de seguir negándolo, supe que era mejor dejar que las ganas se quedaran en ganas perennes, o se transformen en lo que ellas quieran, antes que dar un paso en falso. A veces pasa.

Lo supe. Lo supe tan pronto lo leí. Es una historia vieja, como yo. No tiene nada de novedosa. Mejor no preguntar, mejor no intentar, mejor no arruinar lo que hay. No digo que sea válido siempre. Pero desde que Gata lo dijo en la entrada pasada, supe que tenía razón. La tenía en este preciso lugar, en este preciso momento.

Lo curioso fue que en lugar de ponerme triste, me puso, no diré contenta, pero tranquila. Uno tiene que elegir sus luchas. A veces cuesta mucho diferenciar las luchas verdaderas de las más banales. De las superficiales. De las menos importantes.

No es asunto baladí; al menos a mí me resulta difícil a veces saber decir: tú eres esto, y nada más. Me confunde, no voy a negarlo. Me confunde mirar a los ojos de alguien y creer ver el universo entero.

No quiero arriesgar más de la cuenta y por una vez, no me llamo a mí misma cobarde. No quiero anclarme en pasados perfectos y futuros presumibles. No quiero ser la que espera una señal. Y no lo soy. De hecho, no lo soy.

Pues ya está. Hay algo en el fondo de mi cabeza que ahora mismo grita y está muy enfadado conmigo. Será cuestión de no hacerle caso. Las tres cuartas partes restantes me dicen: haces bien. Lo que hay vale la pena, busca el resto en donde realmente tenga sentido.

Fluye. No te anquiloses. No te quedes atrapada solo porque te apetece hacerlo tuyo. Sigue buscando. No pierdas las ganas. No obvies los intentos. No pierdas oportunidades por algo que no es, y no va a ser.

No es cobardía. Por una vez, no es cobardía. Es realidad. Simple, brutal y clara, como tu mirada. He aprendido a vivir con muchas cosas y esta no será la excepción. No digo que no me joda. Pero lo hace de lejos.

Ha sido un placer. Muchas gracias por todo eso de lo que no te has enterado. Por hacerme saber que el deseo es sano y está en mí. Por hacerme saber que las chispas son reales y se esconden en las esquinas. Por hacerme aprender que, quizá, hay maneras para sentirse cerca que perduran más que otras. Entiendo que no tengas ni idea de lo que te digo, pero mis circunstancias son las mías y has creado una pequeña y dulce marquita indeleble en mi memoria. En mi historia. Por lo que de ti, o a pesar de ti, he aprendido. Y si algo sé es que esas pequeñas marcas que me hablan de mi propio deseo y de mis caminos, no tienen que ser las que persiga. No tengo que anclarme a ellas, por más ganas que me den.

Hasta aquí. Me despido. No va a ser una fiesta, pero necesito seguir caminando. Y si todo sigue como espero, estaremos más o menos cerca, seremos más o menos amigos. Me verás, te veré. Y eso está bien. Eso, que se quede así. Dejo lo demás en paréntesis, o en punto final. Para que aquello se quede así. Y eso está bien.

Conocerte ha sido un placer. De los buenos.

Un placer.

Hasta nunca, que en este caso quiere decir hasta siempre.

Y sí, tengo los pies fríos.

viernes, 22 de octubre de 2010

Se llama miedo

La verdad es que lo tenía bastante claro. Llevo un par de días pensando en ello y las cosas se acomodan y se instalan. Las muy putas. Pero yo soy menos de certezas. Me encantan, lo juro, me encantan las certezas, como el mejor chocolate con avellanas en tableta, listo para ser mío una tarde de otoño fría y lluviosa.

Pero no. Aquí las certezas no valen. Ni las ganas ni las puñeteras voluntades.

En caso de que a alguien le importe, lo confieso: sigo normal. Normal es, en mi vida, el hecho de que sigo entendiendo que soy yo la única que me propicia el bienestar. Es verdad que a veces se me trastoca, pero no es el caso. Quien dice a veces dice a menudo. Pero no es el caso.

Y como ya he dicho antes, me encantaría otro estado. Este, el de la consciencia, me toca los esquemas. Porque me creo la plenitud. Y ahí no hay vuelta atrás ni reproches extranjeros. Soy, y es mi causa y mi lamento.

¿A vosotros cómo os va? Cada uno tiene su historia. La mía, pueden ser mil palabras, porque cada segundo se interpreta a sí mismo.

Sé que la última vez hablaba de cobardía. Soy cobarde cuando no me siento segura de la respuesta. Y, ¿cuando la noche entera me ha hecho sentir diáfana y clara? A veces, sigo siendo cobarde.

No sé, supongo que no caben las etiquetas. Supongo que me gustaría no sentir que el peso entero lo llevo yo. Supongo, también, que me gustaría ser críptica y misteriosa.

Pero hoy, no voy a serlo. Hoy voy a decir lo que siento. Ven, léelo, asústate. O mejor, no vengas, no lo leas, porque no tienes ni idea de lo que pasa por mi cabeza.

Hoy, las cosas tienen nombre y apellido. Se llaman así: no sé cómo y mucho menos por qué, pero me parece que me gusta cómo eres. Y no veo en ti nada claro. No veo nada malo, no, pero tampoco veo una señal. Y, ya lo dije, contra mis costumbres hoy me da la gana de ser clara. Me asusta mucho dar un paso en falso. Me asusta hacer algo que trastoque y cambie y apague lo que sea que tenemos ahora. Me asusta y cada vez me asusta menos, o no, pero cada vez lo intento un poco más. Pero ¡ah! no es suficiente. Sigo, tal parece ser la situación, sin arriesgar lo necesario.

Sí, lo decia Anónimo en un comentario a la última entrada. Sí, se llama miedo. Miedo a estropear lo que hay.

A pesar del miedo, sé que me muevo. Pero no lo suficiente. No desde mi perspectiva. O sí, no lo sé. Se llama miedo, y, sin dramatismos, lo digo como lo siento: se llama miedo a perderte. Como amigo. O lo que mierda seamos. Se llama miedo.

Una vez más, son tantas ya. Pero no importa. Es siempre una inversión. En ti, en mí. En tiempo perdido, o ganado, no lo sé. A la cara te lo diría si me atreviera: estoy bien, estoy normal, sigo sabiendo que soy la única que se puede procurarar su bienestar. Y me gusta. Pero tampoco voy a mentir: no sé explicarlo, no tengo ni idea de lo que va esto. He aprendido que cuando se siente algo, se siente. Con o sin explicaciones, con o sin futuro.

Se llama miedo. Y lo estoy venciendo. Muy poco a poco, sí. Pero si sigues ahí, quizás la próxima vez sea la que traspase el umbral. Se llama miedo. A perder. Se llama miedo. A equivocarse. Se llama miedo, no lo niego.

Se llama miedo. Y se apellida como tú.

viernes, 15 de octubre de 2010

Ni idea

No sé muy bien cómo explicarlo. En serio, me siento aquí y digo: vaya gilipollas estoy hecha, que no sé ni cómo explicarlo.
Ya sé, lo entiendo, sois tan amables de venir aquí y leer las tonterías que escribo. Esa es la razón por la que quisiera poder ser más clara. Tener un mínimo de coherencia, de claridad, de raciocinio.
Coño, pero no. Seis y media de la mañana del viernes. Ojalá eso fuera un pretexto. Pero ya sé que no lo es.
Cuando no estoy eufórica, ni deprimida, a veces, me pasa esto: no encuentro las palabras. Es más fácil adscribirte a algo cuando todo es una mierda, o cuando todo reluce.
No lo negaré: me gusta este estado. El mío, el de ahora, el que suscribo con la normalidad, aunque desconozca de qué va eso. Me gusta ese estado en el que me creo que percibo la realidad de una manera menos comprometida, menos aleatoria. Pero, lo veo, lo siento, es tan falso igualmente.
Me gusta este estado, me gusta por las mañanas y por las tardes. Pero hay algo de él que no me gusta en sus noches. Es que no me entero. Os lo juro, no me entero.
Sí, te crees que estás en equilibrio, que miras el mundo desde la perspectiva más clara, o la menos obscura, sí, te sientes más real, menos emotiva, más centrada, mierda, te lo digo, lo que sientes estando ahí puede no ser tan brutal como en un estado de tristeza o de alegría enajenada y por eso te crees que es más real.
Y ahí es cuando me pongo confusa. Y es que no sé ni cómo explicarlo. Cómo contarlo. Qué decir. Mis amigos dicen que, por las noches, ya sabéis el estado alterado que eso implica, me acosan las propuestas. Es una versión de amigos, yo no me entero de nada. De nada de eso. Lo único que veo es que hay un ciento de seres revoloteando delante de mí. Y uno, si, uno, brillando.
Ese brillo, ese puto, puñetero, desconsiderado brillo es el que no sé nombrar.
Soy tan valiente. De verdad, si me conocierais lo sabrías. Para muchas cosas no, pero para ligar, madre mía, soy valiente rozando lo temible. Y funciona.
Soy temible; tú lo sabes a ciencia cierta. Pero sólo soy temible cuando no juego a nada. Soy temible cuando soy una treintañera ligando como una mujer moderna de manual. Soy temible, soy moderna. Y soy efectiva. Y luego, estás tú.
Y luego, estás tú. Me conformaría con poder explicar lo que es. Me conformaría con no sentir la inmensa derrota que siento cada noche que paso contigo al lado y luego me voy a casa. Me conformaría con no despetar al día siguiente sintiendo que me equivoqué, que me acobardé.
Pero lo siento. Siento que te dejé ir una vez más. Pero cuando te tengo delante, cuando sé que podría ser el momento, simple y llanamente no soy capaz. Es raro, pero es así. Permitidme abusar de los recursos de esta página: NO SOY CAPAZ. No tengo ni idea de lo que me pasa. Eso es lo que me confunde. Tú sabes que soy temible, que soy moderna, que soy eficaz. Pero, a la puñetera hora de la verdad me desvanezco, soy una niña que una vez más dice Hasta la próxima. Y ya está.
Sé lo que será la próxima: lo mismo que hoy. Algo que si supiera explicar me dejaría más tranquila. Pero no.
Ojalá tuviera algo más divertido y menos repetitivo que contar. Pero parece que no. Parece que soy la misma que empezó hablando de tu sonrisa hace, mierda, no sé, casi un año. Y yo, me creo que no soy de hablar sin actuar. Y es cierto. Actúo. Porque soy así: temible y moderna. El problema son las noches en que vuelves. Y yo no sé mirar nada más que tu brillo. Ese, el que no tiene nombre.
Si lo tuviera, lo diría. Pero no. No tiene nombre. No tiene más que la increíble lucidez de tu ser tú. Un tú que no me creo, que no entiendo, que no soy capaz de nombrar.
Sigue brillando, sigue viniendo, sigue siendo. Da lo mismo. Empiezo a entender que da lo mismo.
Brilles lo que brilles, hay algo que me detiene. Yo, lo sabes, no soy así. Pero algo me detiene. Algo me acobrada. No tiene nombre, no tiene gracia, no tiene lógica.
Y, desde luego, no tengo la más mínima idea de cómo explicarlo.
De verdad, me encantaría encontrar las palabras justas; como en un relato, un cuento, en el que pasas y repasas por las letras escritas hasta encontrar la perfección. Pero aquí, en cuanto llego a tus ojos se me acaban los plazos, se me olvidan los sinónimos, se me pierden las opciones.
Una vez más, llego a casa y me voy a la cama pensando Da igual, mañana será otro día. Y lo será: uno en el que una vez más no sepa que nombre darte, y me sienta cobarde y ajena al mundo.
Y no es que no quiera, de verdad, es que no tengo ni idea.
Ni idea. Ni idea. En verdad, no tengo ni idea. Me siento normal, me siento tranquila. Me encantaría estar echa polvo o sentir una de esas tristezas inasibles. Me encantaría, para echarles la culpa. Pero no: estoy normal. Y te miro, y me miras, y no entiendo nada, y me acobardo, y pasan las horas, y me voy a casa, y pienso en cada noche que ha sido así y no lo entiendo. No sé explicarlo. Y supongo que tendré que vivir en mi estupenda normalidad con ello.
Cómo quisiera saber qué nombre tiene esto.
Pero no tengo ni idea. Ni idea.

Ni idea.

domingo, 3 de octubre de 2010

Promesas; otoño

Da gusto que, al menos, en el clima sí puedes confiar. Ves el calendario y dices: Otoño. Así, en voz alta. Porque quizá el invierno se susurra y se suspira la primavera, pero el otoño se dice con voz firme y alta: Otoño. El verano creo que se grita.

Temporal, lluvia, viento, frío. Da gusto. Da gusto, aunque prefieras el calor, pero es que da gusto que, al menos, en el clima sí puedes confiar.

Al menos sabes con qué ropa salir a la calle, si llevar el paraguas o las gafas de sol, si te pones las botas de lluvia o unos tenis de lona. Da gusto. Aunque prefieras el calor.

Yo sé que es otoño, lo dice el calendario. Pero si alguien me promete al oído que hará sol y que quiere sentirlo conmigo, me lo creo. Y entonces sales a la calle y ves que hay lluvia, que hace frío. Y que, desde luego, no tienes a nadie al lado. Y es que, chica, es otoño.

Yo no digo que esté mal. Bueno, no lo sé. Supongo que yo también hago promesas promiscuas. Y probablemente no me entere de que las hago. Pero sí me entero de las que me hacen los demás. Y especialmente en ciertos momentos, en los que, en la definición de la RAE, como una poesía, se habla de llenar los huecos vacíos.

Sé que es esperable oír promesas así. Sé que son falsas. Ni siquiera lo dudo. El problema es que las escucho. Y una, que procura proteger su vulnerabilidad, a veces, promesa sobre promesa, decide que no tiene más ganas de sostener la barrera y cede.

Y una es adulta, no pasa nada. Casi ni esperaba que se cumpliera la promesa. Casi. Pero sí que esperaba, en el fondo, que se cumplieran otras, las no dichas. Una vez más. No pasa nada, una es adulta. Pero una cosa es no cumplir promesas y otra ni mirar a los ojos.

Pero si digo todo esto es para llenar las páginas de un blog, ni siquiera para desahogarme, que, ya sabes, una es adulta y sabe que estas cosas pasan. Si hubiera otro momento, o mejor, tómalo como un consejo general: no prometas nada que no vayas a cumplir. Ni siquiera digo que no quieras cumplir. No, no prometas nada que no vayas a cumplir. Al menos, no me lo prometas a mí.

Ni siquiera tenías que prometer nada; yo no te pedía promesas. Ahora pienso que me las creí precisamente porque no las necesitaba. Quizá eras tú quien necesitaba hacerlas.

Pero, ya sabes, no pasa nada. Eres bueno prometiendo, no lo niego. Y también eres bueno para hacer saber que esas promesas caducaron. Así que en paz. En paz yo, que no prometí nada. Si estás en paz tú, tú lo sabrás.

Otoño es tiempo de lluvia. De temporal y viento frío. Uno sale a la calle y sabe lo que esperar. Hoy en mi ciudad ha llovido, ha hecho mucho viento y va calando el frío.

El otoño siempre te mira a los ojos.

Porque cumple sus promesas.

Aunque prefieras el calor, está bien saber lo que vas a encontrar ahí fuera.

Al menos, en el clima sí puedes confiar.