lunes, 13 de diciembre de 2010

Hola, buenas

Dejé ir noviembre. Así, por gusto y con decisión. Solo para ver lo que pasaba. Dejé, por ejemplo, de escribir aquí. Casi siempre, deliberadamente. Otras veces, sin querer. Pero, en el fondo, queriendo.

No así diciembre, no señor. En diciembre he vuelto a yoga. También he redactado -en mi mente- entradas que no importa que no se publiquen. Escribo un cuento infinito. He leído un libro tierno. He llorado viendo de nuevo el capítulo cursi Gossip Girl donde los dos, ay, tan jovenes y guapos, se dejan. Ay.

Vamos, que he vuelto.

Me preguntó un amigo por asuntos de amor (él le llama de amor, a mi me da vergüenza decirle que el amor es otra cosa, así que le dejo seguir). ¿Has arreglado ese asunto? me pregunta. A mí me da la risa: sí, le digo, lo he arreglado, luego lo desarreglé y ahora, creo, lo he vuelto a arreglar. Hasta la próxima, claro. Y todo esto sin que el interfecto se entere de na. Y cuando digo na, es na.

Luego, está el pánico. Mi dulce y querido compañero. El pánico a la bancarrota. El pánico a permanecer en mi actual estado laboral. El pánico a perder mi actual estado laboral. El pánico a engancharme de la sonrisa del chico aquel. Y es que, ya lo sé, me va a ir mal, aléjate, fuera, chao, chao. Pero soy absolutamente adicta una sonrisa así. De esas que no se prodigan, pero cuando vienen le acompañan los ojitos y esa ternura que no sé por qué encuentro en él si es el tipo más malote del universo. Ay, creo que me he enganchado ya. Vaya.

Y por otro lado, mis pies, ahora mismo, están fríos.

Es lo que tiene diciembre.