viernes, 4 de marzo de 2011

Universos

Ya, ya lo sé, hace tiempo que no escribo. Y hace más que no escribo en estas circunstancias: volviendo a las ocho de la mañana de fiesta. Y lo pongo en cursivas porque, sí, de la calle vuelvo, pero lo de fiesta, no sé, es subjetivo.

Hace un tiempo que me ocupa la cabeza una historia. No se le puede llamar de amor. O sí. Alguien a quien me siento muy atraída y viceversa. Alguien con quien me entiendo emocionalmente. Alguien deliciosamente afín en lo intelectual. Y motivador. E inspirador. Alguien a quien deseo. Profundamente. Y él a mí. Alguien en quien pienso. A menudo. Alguien a quien echo de menos si aparece la ocasión. Alguien con quien quiero estar. Y viceversa, casi todo, y viceversa. El problema no es, si es que lo hay, el viceversa. El problema es sentir, pensar, desear todo lo anterior y no estar enamorada.

Estoy leyendo El gran diseño y me gusta. No me es fácil entenderlo, pues habla de física cuántica, un tipo de ciencia que, si bien supera las pruebas del método científico, contradice las de la intuición del mundo normal, el que conocemos, el que observamos.

El resumen más obvio y pueril de la física cuántica está, a efectos de este post, en que las cosas no tienen causas o efectos predecibles, no hay un principio claro ni un resultado evidente. Todo está sujeto a probabilidades.

Por supuesto, nada tiene que ver la física cuántica subatómica con mis relaciones, pero hoy, mientras hablaba con él, pensaba en ello.

Los dos nos preguntábamos por qué si nos entendemos, nos gusta estar juntos, nos buscamos, nos queremos -esto último es una licencia-, nos deseamos y, como diría Calamaro, todo lo demás también, por qué, entonces, no estamos enamorados.

Y debe ser, y aquí vuelvo a la física cuántica a mi modo, porque las cosas no son lo que tienen que ser, sea lo que sea eso, ni son lo que otros esperan que sean, ni son lo que nos han contado que son. Las cosas son lo que son. Y uno puede querer, desear, compartir, extrañar, intimar y muchos verbos dulces y cariñosos más en infinitivo, sin, necesariamente, amar.

Lo más bonito de todo es para mí, sin duda, que todo esto me pase con un hombre honesto capaz de hablarlo. Con un hombre bueno. Que me escuche decir cosas como no estoy enamorada de ti ni lo estaré, pero te deseo y sobre todo te quiero y cuando te veo con alguien más siento celos. Y que dice cosas, entiéndaseme, peores. Física cuántica. Probabilidades que parecen absurdas y son sin embargo reales.

Me pregunto mil veces qué significa estar enamorada. Y sé que si me lo pregunto es porque no lo estoy. He estado ahí. Sé lo que es. Sé que esto no lo es. Pero eso no quita, no niega, ni siquiera reblandece por un instante nuestros cariños, nuestros deseos, nuestras afinidades.

Lo sé y lo entiendo. Y poder hablarlo con claridad es, por mucho, lo mejor que me pudo haber pasado. Para tener las cosas claras y no equivocarnos, porque en definitiva lo último que queremos es que nuestra relación cambie. O que se corrompa. O se malentienda.

Y yo vengo aquí a las ocho de la mañana y lo cuento. No estoy enamorada pero bla bla bla y lo hablamos y bla bla bla. Y lo único que no entiendo es por qué estoy un poquito triste.

Vanidad, supongo.

Quizá no sé lo que es enamorarse. Pero sé que no lo estoy. Y podría, porque conozco un hombre honesto y listo y gracioso y bueno y con la luz de una supernova en los ojos. Pero no lo estoy. Quizá lo esté en uno de esos univerosos paralelos, múltiples y contemporáneos, pero no en este. Y él, como compañero, como amigo, como ser humano es mucho más importante que cualquier concepto. Por apetecible que suene.

Pero sí, estoy un poquito triste hoy. Creo que es porque a pesar de la evidencia tenía ganas de enamorarme.

Veo por la ventana: amanece. Me queda claro y me alegra haberlo resuelto de la mejor manera posible, y entre los dos. Lo mejor que nos puede pasar es ser los amigos que somos. Pero hoy me voy a la cama sola, y un poquito triste.

Qué se le va a hacer.