martes, 3 de enero de 2012

Compartimento

Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Yo lo pregunto, Nezahualcóyotl (1402-1472)

Es verdad que la inconstancia con la que manejo este blog no es más que un reflejo de mi vida en general. Tengo algunas virtudes, pero esta no es una de ellas. Una pena. Dicen que es la clave del éxito. Les creo. Aunque tampoco sé qué es el éxito. Hay huecos y lagunas constantes en mi lenguaje desde que las certezas y yo nos dimos la espalda. Quizá antes era más fácil, había una especie de hilo conductor que le daba sentido a todo, o a casi todo.

No digo que ahora sea más difícil, solo que es diferente. Desde que las certezas y yo nos dimos la espalda, es como si las cosas fueran, en sí, por sí mismas, encerradas, sin conectarse, sin comunicarse. No hay causas y consecuencias, no hay obviedades, no hay líneas rectas. Como si cada apartado, cada concepto, cada instancia de mí y de mi vida estuviera dentro de un cajón, en uno de esos muebles compuestos de un montón de cajoncitos y que me encantan y que yo creo que son chinos pero no lo sé y de los cuales me gustaría tener una foto propia para poner aquí, pero no tengo así que no pongo nada porque no me gusta enlazar fotos de otros sitios porque no entiendo la ley SOPA ni ACTA ni sé si hay otras y temo que un día venga a por mí la policía por usar una foto que no es mía en mi blog.

Compartimentos. Cerrados, separados, independientes. Hay montones y montones y nunca sabes lo que vas a encontrar en ellos. Unos están recién estrenados, otros se han quedado vacíos; a saber lo que guardaban antes.

Hace unos días fui a una entrevista de trabajo. De hecho, dos. Primero con la empresa de trabajo temporal y al día siguiente con la empresa de verdad. Para un puesto de los de antes: una empresa seria y en crecimiento, un contrato fijo, un sueldo digno, una rareza, vaya. Como había que incorporarse el lunes y hoy es domingo a mediodía intuyo que no fui elegida. Ala, cajón cerrado.

En los años en la Universidad había un chico con el que nunca tuve una relación continuada, ni una relación en sí, y sin embargo a veces pienso que fue un gran amor. El sentimiento era mutuo, las afinidades profundas, el cariño sólido, pero era como si siempre aparecieran cosas, momentos, personas, que nos distrajeran de hacerlo real. Estuvimos años esperando el uno por el otro, el otro por el uno mientras la vida sucedía. Hace unas semanas vi unas fotos que publicó en una red social con su novia, embarazadísima. Y sentí esa extraña y honda nostalgia que se siente por lo que nunca pasó. Y luego cerré el cajón.

Hay cajones que guardan insultos, otros, borracheras, amigos, mentiras, el colegio de monjas, los libros que presté y no me devolvieron, el día que volví a fumar, la playa en invierno, el día que choqué contra una moto, la risa de mi sobrino M., el día de resaca que alguien fue a comprar un croissant para que yo desayunara... y así y así.

Cada uno, en su compartimento. Inasibles, perfectos, falsos, rotundos. Como si no se rozaran, como si no se reconocieran. Como una historia inconexa que de alguna manera resulta en este preciso momento mío, sentada en la cocina fría en bata con un café y un cenicero sucio.

Quizá ese mueble repleto de cajones es una especie de Aleph personal. Donde cabe todo, desde todos mis puntos de vista. Donde un cajón lleva a otro y a otro, anterior, posterior, mi memoria, mi fantasía, y que contiene mi, en palabras de Borges, "inconcebible universo".

Por supuesto, nada de esto tiene demasiada importancia y desde luego, es improbable que lograse explicar lo que tenía en la cabeza. Pero, como soy la que soy, huyendo de las certezas me encuentro de frente con las intuiciones, con los deseos. Y recuerdo que hay quien ya ha dicho lo que yo quiero decir, en lo que para mí es el mejor comienzo de un relato. La primer frase de El Aleph:

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

¿Os conté alguna vez que, al despertar una mañana de resaca, alguien había ido a comprar un croissant para que yo desayunara? No es una noticia como para salir en el telediario (aunque como están algunos medios de comunicación tampoco me extrañaría, aunque esa es otra historia), pero es uno de esos cajones recién estrenados, perfectos, luminosos.

Ese, de puro gusto, lo dejaré abierto un ratito.