Hoy por la madrugada se ha despertado al escuchar un grito. La habitación a obscuras, el sueño que se escapa. Otro grito. Éste, ahogado. Ahora reconoce de dónde provienen. El piso de arriba. La habitación que está justo encima de su habitación. Ese recinto de donde provienen ruidos vagos y no del todo definidos casi todas las noches. Casi siempre el agua que corre en el baño, el teléfono que suena, algunas conversaciones donde no se acaban de distinguir palabras (a menos que haya gritos, que alguna vez sucede), también la televisión cada tanto y una vez, sólo una pero inolvidable, un polvazo maratoniano.
Esta noche la despierta un grito ahogado. Una palabra, dos. Venga, no. Son lamentos. Oye los pasos, que parecen ir y volver, como sin saber a dónde dirigirse. Venga. Y llanto. Pasos hacia el baño, agua que corre, pasos hacia la cama. Sí, la misma cama que está justo encima de la de ella, que escucha.
Llanto. No. Venga. O eso parece. Una voz más serena al teléfono, datos, la dirección. Muy poco tiempo después, el timbre de la calle, el ascensor, el timbre de casa, pasos hasta la cama. Un voz nueva.
Ella escucha en su cama, sola, en la obscuridad de la habitación. Se tapa los oídos con las manos. No quiere oír.
Va a tardar en volver a dormir y escuchará muchos más pasos, más voces y llantos.
Reconstruye la escena, asustada y sintiendo más que nunca la soledad de su habitación obscura.
Sabe lo que ha sucedido. Sabe que la muerte ha pasado hoy y a esta hora, a un par de metros de su cabeza.
Al final deja de escuchar cualquier sonido. Y, probablemente, ese sea el peor momento.
Ella se queda sola y a obscuras, en silencio.
Hoy es un día para quedarse en casa fumando y con una bata de franela encima.
Hay días que empiezan raro.
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5 comentarios:
Pues dicho así... ninguna opción se me antoja más decorosa.
Como que nos respira diciembre en el alma, y suena cálido el hogar y los pensamientos que se desprenden de cierta añoranza.
Me acojo a tu conclusión.
Viva el refugio lento de nuestra guarida, y las prendas acariciantes.
Un biquiño.
Madre mia, obviamente mejor quedarse en casa con la bata de franela... Estas cosas deben dejar muy mal cuerpo, te lo digo porque a mi no me ha pasado. Un saludo
Un día raro. De ésos en los que vivir parece demasiada suerte, pasando todo lo demás a un segundo, tercero, cuarto, infinito lejano... plano.
También es bueno recogerse... y darse cuenta de lo poco que nos separa del " no estar ".
Un beso, Leola...
Cuando la muerte nos sobrevuela, se nos encoge el corazón y nos arrebujamos bien en lo cotidiano y conocido. Es entonces cuando valoramos lo que tenemos cerca, y el tacto de la franela nos parece el mejor del mundo.
Buen modo si!
Besitos guapa!!
Cuando la muerte
ronda cerca es
el recogimiento
el que nos invita
a reflexionar sobre
la importancia de
la vida.
Besiños.
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