lunes, 26 de abril de 2010

Causas, azares

Creo, sincera y llanamente, que solo hay una ley universal. Ha sido estudiada por grandes científicos y yo personalmente soy una muestra viviente e incesante de la misma. Como su nombre en latín es muy raro, la llamaremos Ley de la proporción indirecta entre lo pensado y lo posible.

Como digo, está plenamente demostrada y se basa en los siguientes principios:
a) Cualquier cosa que imagines, NO sucederá.
b) Lo que menos te esperas, siempre que no pienses uy, lo que menos me espero es... sucederá.

La ley se basa, entre otras, en una cuestión estadística. Pongamos que el sujeto A tiene un asunto en mente. Yo qué sé, cualquier cosa. Piensa en alguien, por ejemplo. Ese alguien le importa, le interesa y como sujeto A tiene una fantasía desbordante, piensa de vez en cuando en ese alguien: llamémosle sujeto B. Sujeto A tiene un tiempo muerto en el trabajo y piensa ¿cuándo veré a sujeto B? Un rato después camina hacia su casa y va pensando cuándo, cómo y dónde podría encontrarse a sujeto B. Más tarde, antes de dormir, le vuelve el tema a la cabeza y piensa ¿qué le diré a sujeto B cuando lo vea?

Sujeto A no lo sabe, pero por esta indiscutible ley, todas y cada una de las opciones con las que se recrea en su mente, por el solo hecho de ser concebidas, se difuminan de la vida real. Si ha pensado que quizá encuentre casualmente a sujeto B por la calle, ¡plaf! se borra la posibiblidad de que suceda. Si imagina que sujeto B le manda un correo casual ¡bum! nunca sucederá. Si cree de pronto que se verán en la fiesta de aquel amigo en común ¡cataplum! es una pena, era una buena idea, a sujeto A le encantaba pero... la pensó, está condenada.

Como decíamos, es una cuestión de estadística. Sujeto A piensa que piensa lo que podría pasar, pero las posibilidades de la vida real son muchísimo más intrincadas que cualquier cosa que A pueda pensar, y por tanto reducen sus supuestas posibilidades en tan nimios porcentajes que se diluyen hasta el olvido. Algunos le llaman azar, otros destino, pero es en verdad la vasta realidad que no encaja en nuestras perspectivas ni cabe en cajones ni entiende de deseos ni de sujetos. Que se mueve sin avisar, sin hacer ruido y a quien le sobran las causas. Que se mueve, en fin, mientras sujeto A, piensa.

La única posibilidad para no destruir nuestros deseos, solo por tenerlos, es no pensar. Por supuesto y, aunque cientos de laboratorios se afanan en la cuestión, no se ha encontrado aún la fórmula eficaz para ese remedio.

Porque sujeto A no se da cuenta de que justo en lo que no ha pensado es lo que está más cerca de suceder. ¿Qué sería lo más inesperado? ¿Un encuentro aquí con sujeto B, unas palabras allá? No, nada de eso.

Lo más inseperado aparece, por definición, de golpe y sin aviso. Llamémosle sujeto C.

Silvio Rodríguez, Causas y azares.

domingo, 25 de abril de 2010

Una de apuestas

Hoy toca, o tocaba, o sigue tocando, irse a la cama pronto para trabajar mañana. Y, ya veis, aquí sigo. Para horror de mi amigo J, hace no mucho volví a verme a mí misma como en un capítulo de Sexo en Nueva York. Yo contaba algo a mis amigas y cada una de ellas me daba un punto de vista muy diferente e ilustrativo. Por supuesto que para seguir un consejo no sirve de una mierda que cada una te diga una cosa, pero yo no quiero que ellas me digan lo que hacer, sino saber qué piensan, qué ven ellas que yo me estoy perdiendo.

Era divertidísimo ver la diferencia entre los puntos de vista. Cada una de ellas, mujeres complejas, con distintas ocupaciones, objetivos, cotidianeidades y hasta nacionalidades, a la hora de hablar sobre el tema (hombres ¿qué iba a ser?) parecían tener una visión completa y clara que a mí, desde luego, suele faltarme. Suele faltarme con mi propios temas, seguro que con los suyos soy tan resolutiva como las demás.

Ahí, a la hora de hablar sobre lo que me pasaba a mí, salía el carácter, la experiencia, quizá los deseos de cada una. Y sí, de todo aprendo. A veces me riñen y otras me tienen un poco de paciencia, pero no suelen callarse. Eso me gusta. No se callan ni siquiera cuando no pregunto. Y eso me gusta.

Hoy me han reñido. Dulce, puntualmente. Me han reñido porque, creo, ellas creen que yo no me creo que puedo conseguir algo. Algo muy dulce y puntual (hombres ¿qué iba a ser?). Me riñen porque quieren que me lance, que lo intente. Debo decir que la última vez que seguí sus dulces y puntuales consejos, la cosa salió muy bien. Muy dulce, sí señor. Así que supongo que me lo pensaré. Porque, sí, sé que si no me lanzo es porque me da miedo el rechazo, porque me asusta lanzarme a las euforias cuando se está tan tranquilito sin ellas y porque no me acabo de creer que puedo conseguirlo. Pero si ellas, que me conocen tanto, dicen que sí...

Se abren las apuestas.

lunes, 19 de abril de 2010

Cuento de hadas

Había una vez en una república muy lejana una chica (sigamos llamándome chica aunque tenga 34 años, ¿vale?) que un día decidió aclarar una situación. Decidió reunirse con alguien y preguntar claramente lo que sentía.

Llegado el momento, a la chica no le apeteció preguntar. Le pareció que ella ya se había aclarado lo suficiente aun sin saber qué opinaba el otro. Quizá se acobardó un poco y eso influyó, pero también recordó los consejos de que esas preguntas no eran socialmente cómodas.

La chica sabe que si el caballero hubiera llegado en un blanco corcel se hubiera impresionado. Pero no siendo así, le quedó la realidad. Y la realidad, desde su lado de la mesa, era una chica aceptando que no existen los cuentos de hadas.

La chica tiene plena conciencia de que cuando siente chispas su mundo se trastorna. Le gustan. Pero sabe que en la vida real hace falta algo más que chispas.

Así que, sí, se hubiera dejado impresionar por el caballero del blanco corcel, porque las chispas la enganchan y se resiste todo lo que puede a dejarlas ir.

Ante el influjo de las chispas es capaz de pensar qué haría falta para no dejar de sentirlas. A veces incluso siente que podría cambiar, o callar, o ni siquiera sabe qué por mantenerlas cerca.

Le ha costado llegar al punto de entender que las chispas por sí solas no valen la pena. Sabe que es vulnerable a ellas, que sentirlas afecta su perspectiva. No quiere renunciar a ellas, pero en esta ocasión sabe que no tiene otra opción.

Le gustan tanto las chispas que a veces tiene la impresión de inventárselas. Y ahora piensa: para una vez que fueron reales, para una vez que las vemos juntos, para una vez que brindamos por ellas, para una vez que le importa un caballero, vaya final de mierda tiene este cuento de hadas.

lunes, 12 de abril de 2010

Lunes y ficción


Te regalo mis lunes. Son todos para ti. No te regalo mis sueños, ni mis ganas y desde luego no te doy mis versos. Pero sí mis lunes. Los he limpiado y adecentado, he escondido en cajas viejas de cartón sus miserias de llantos aburridos y he barrido de las esquinas el polvo de la nostalgia gastada. Eché por la ventana las dudas perennes, empujé bajo la alfombra las falsas certezas. Y disimulé todo lo que pude nuestras coincidencias luminosas.

Acicalados y relucientes, te regalo mis lunes.

Haz con ellos lo que te apetezca. No preguntes, no pidas permiso. Les he puesto una etiqueta con tu nombre. Una de esas viejas franjas de plástico de colores, con que todas las niñas de mi clase, menos yo, ostentaban sus pertenencias.

No es que yo no los quiera, que conste. Me gustan mis lunes y me gustan mucho. Es por eso que te los regalo. Porque aunque no te enteres, o aunque no lo sepas, que suena mejor, quiero que tengas algo mío.

No hay dramas ni euforias. Solo hay lunes. Nuevos, vacíos, por estrenar. Todos mis lunes. No me preguntes por qué, pero quiero que sean tuyos.

Puede que te resulte absurdo, como tantas otras cosas de mí. No te preocupes, que, como tantas otras cosas de mí, si no los quieres no tienes más que mirar para otro lado. O cerrar los ojos. O fingir que no están.

Total, a eso ya nos estamos acostumbrando.

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Hoy me tomé un café con mi amigo J. Al saludarlo me preguntó ¿Cómo estás? y yo dije Bien. Me miró sonriendo: ¿Te has fijado? Has respondido bien y has movido la cabeza como si te comieras el mundo. Me reí. Es que estoy bien, pero bien bien. Sigo sin motivos de esos obvios y sigue siendo estupendo.

Tras el café fui a la última sesión de mi taller literario. Una pena que se acabe. Queda, por supuesto, lo vivido, lo escuchado, lo aprendido, lo encontrado. Hoy un compañero definía a la gente que escribe como enamorados de las mentiras. Es así. Fingimos estar locos de amor o heridos de muerte, o que regalamos lunes, pero es todo ficción. O casi todo Yo, por ejemplo, desde mi sospechosísimo estado de serenidad, sigo escribiendo sobre la tristeza. Los desencuentros, los acaboses.

Es como ser un actor, representar un papel, crear un mundo nuevo, cambiar de piel. Quería contar esto tras la entrada, que ya había escrito. Porque en mi blog no suele haber ficción, más allá de mis propios dramas. Así que a riesgo de recordar aquello de Excusatio non petita, acusatio manifiesta, hoy copié algo escrito en ese taller. Todo ficción. O casi todo.

martes, 6 de abril de 2010

Supernova

Nunca había hecho una lista de pros y contras. Hace unos días me obligué a hacer la primera de mi vida. Ya sabéis, una decisión por tomar, una confusión considerable. Tenía claro algunos puntos a favor y otros en contra.

La verdad es que los pros me salieron con mucha fluidez, de golpe, en racha. Luego me esforcé en los contras. Busqué, encontré y busqué más. En medio de los contras me asaltaba cada tanto un pro que anotar en la otra columna. Y volvía a buscar contras. Había, sí, pero salían con menos facilidad.

Al final, ganaron los contras. En cantidad. Los contras, la columna de la derecha, era claramente más larga. Así que ya está, ganaron.

Luego pensé si no habría que dar una nota a cada concepto, a cada pro y cada contra. Este pro vale un siete, este un seis, este es un diez y este contra un cuatro, un dos. Y sumar. O algo así. Es que, de pronto, la columna más larga parecía más ligera. Y los pros se hicieron cada vez más pesados. Había uno, dos, tres pros, que se tragaban sin miramientos la mitad de los contras de un bocado. Había especialmente un pro, uno que brillaba sobre el folio como una puñetera supernova.

La cuestión de la cantidad empezó a perder fuerza. Así que sí, ganaban los contras. Y luego estaba ese pro.

No sé para qué coño hace la gente estas listas. Desde luego a mí no me sirvió para aclararme.

O, sí. Quizá, sí. Puñetera supernova.

sábado, 3 de abril de 2010

El trabajo dignifica

Hoy en el trabajo no hubo muchas llamadas. Supongo que la gente feliz está de vacaciones. Ya tendrán tiempo de volver y descubrir que sus interneses no funcionan, pero eso les tocará a los que vayan el lunes.

Tuve tiempos muertos, así que me puse a leer blogs. Como hago normalmente, fui a los blogs que sigue la gente que yo sigo y así y así . Al final estuve todo el día leyendo el mismo, tirando de entradas antiguas. Me divertí mucho y me puse a pensar que mi blog no es nada divertido. Vamos, que no cuento cosas graciosas y tal. Y eso que yo en vivo tengo mi gracia ¿eh?

Creo que uso el blog como desahogo y al final, ya sabeis, acabo escupiendo mis frustraciones aquí.

Y es que escribo más de lo que siento que de lo que me pasa. Y bueno, creo que eso acaba aburriendo. Al menos creo que llega a aburrirme a mí.

Así que hoy escribamos solo dos líneas sobre lo que siento. Tengo un pequeño lío mental que, creyendo que iba a deshacer, enredé más. Supongo que tiraré de la punta a ver qué pasa.

Y un poco más sobre las cosas que me pasan. Hoy un cliente me ha llamado histérica. Así como lo oyen/leen. En un año que llevo como teleoperadora (por dios ¡un añooooo! próximo post: depresión laboral) solo me han dicho tres cosas del estilo. Y no puedo no decir que suelo ser muy comprensiva con mis clientes y además tengo la capacidad para tranquilizarlos cuando están nerviositos y por lo menos una vez al día me dicen que soy un encanto y cosas mejores. Dicho esto:
1)Yo, de malas. Él, de malísimas. Reproduzco diálogo:
Él: El servicio es una mieeeeeeerda (bla bla bla tres minutos) y estoy harto y quiero el número de bajas ya y que me arregles esto. ¡Arréglamelo ya y daaaame el número de bajaaaaas!
Yo: ¿Quiere que se lo arregle o que le dé el número de bajas?
Él: ¡Eres una caradura!
Colgó. No sé, a mí me parecía una pregunta muy válida.

2)Casi las diez de la noche, terminando la jornada y el último bus que me lleva a mi ciudad sale en veinte minutos. El cliente parece un adolescente descentrado, no hace nada de lo que le pido, me habla de tú sin parar aunque yo siga llamándole don Jonhatan y no veo manera de salir de esa llamada e irme a mi casa sin tener que caminar veintiocho kilómetros. Le pido que pulse tal tecla.
Don Jonhatan: ¿Cuál tecla dices?
Yo: La de la izquierda, don Jonhatan.
Don Jonhatan: Espérate tantito. (Tantito después) Ya, ¿qué me decías? ¿Qué tecla quieres que pulse?
Yo: La de la izquierda, don Jonhatan, la de la izquierda.
Don Jonhantan: Oye ¿estás estresada?
Yo: Pues he tenido días peores ¿podría, por favor don Jonhatan pulsar la tecla de la izquierda?
Al final creo que no le arreglé nada, pero pude irme a casa en bus.

3)El señor de hoy. Que el router no sirve no sirve y no sirve porque su ordenador no detecta la red inalámbrica. Le pregunto si detecta alguna red. Dice que no, no detecta ninguna. Le pregunto si tiene activado el wifi de su ordenador (la gente se pone muy nerviosa en cuanto insinúas que algo puede ser culpa de su ordenador) y me dice en efecto:
El tío de hoy: Señorita, no puede ser de mi ordenador porque es nuevo.
Yo: De acuerdo, señor de hoy, ¿pero antes detectaba redes?
El tío de hoy: Sí, pero este cacharro vuestro se estropeó porque ya no detecta nada.
Yo: De acuerdo, señor de hoy, pero si se estropeara el router ¿no cree que su ordenador seguiría detectando otras redes?
El tío de hoy: ¡Le digo que no es de mi ordenador porque es nuevo!
Yo: Pero, señor de hoy, si antes detectaba muchas redes y ahora ninguna ¿no podría considerar que no sea el router? porque si fuera el router seguirían apareciendo...
El tío de hoy: ¡No te pongas histérica!
Con el mismo tono calmo y normal con que le estaba hablando, sólo pude responderle:
Yo: Señor de hoy, francamente no creo que me esté comportando de modo histérico, le intento explicar algo con mucha lógica y que puede resolver su problema, pero si no le gusta la manera en que lo atiendo puede poner una queja y volver a llamar, así le atenderá otra persona.

El señor de hoy me pidió perdón y yo fingí no escucharlo y seguí con la conversación. Por supuesto que no le arreglé nada. Entre nosotros, el problema está en su ordenador. O no, pero a mí me dieron una formación de dos semanas y hago lo que puedo.

Tres en un año no me parece tan mal. Luego están los que te dicen ya sé que tú no tienes la culpa y se hartan de insultar a la empresa, pero la verdad que a mí esos no me ofenden.

Conozco compañeros a los que les han insultado en serio y muy personalmente. La gente puede estar muy enfadada cuando les falla la tecnología, lo entiendo. Así que, no sé, lo mío no me parece tan grave. Y, por otro lado, un poquito caradura, estresada e histérica sí que soy.

Y si no me creen, esperen a que vuelva a escribir sobre lo que siento en lugar de sobre lo que me pasa.

Saludos, y si os falla mañana internet, hacedme un favor: no llaméis hasta el lunes, que quiero seguir leyendo blogs.
Cursiva

jueves, 1 de abril de 2010

Demonios

Sí: ser feliz por nada es fantástico. De eso hablaba la entrada anterior.

Y la verdad es que ese estado de equilibrio me es tan ajeno que me resulta sospechoso, pero intento disfrutarlo. Voy a contar un secreto. De la vida, como de todo lo que implique, he aprendido bien poco. Quizá sólo que no hay certezas, y que en la poesía cabe todo. Pero hay algo que se me aparece cada tanto: cuando sufro, cuando algo me duele, cuando estoy mal, se manifiesta. Es como un baremo. Sí, esto duele, pupa, caca, vaya mierda, pero. Pero. Pero es la clave.

Las cosas me duelen, entre lo sensiblona que soy y lo dramática, por supuesto que las cosas me duelen. Pero incluso cuando me duelen, incluso en el momento de abandono a ese mal estar sé que no es para tanto. A veces incluso sonrío. Y en más de una ocasión se lo he dicho a mis amigos: me duele, sí, pero también me hace gracia este sufrir. Tengo un par de dolores históricos particulares que han alcanzado grados tales que simplemente dejan a los nuevos en el estado que se merecen. Duele, sí, pero no es para tanto.

Y si cuento esto es porque en medio de mi bienestar soyfelizpornadayesfantástico, de pronto, por nada, o por algo, o por algo que es nada, sucede. Mis demonios se escapan. Pero no son esos grandes demonios, los de ese par de dolores particulares que me rompieron en dos. O en mil. Esos deben estar ya aplacados, porque no aparecen hace un tiempo. Pero aparecen otros. Unos pequeños demonios tontos, pero que duelen; superficiales seguramente, pero que joden; probablemente irreales, pero que meten el dedo en la llaga.

Y esos demonios de segunda me han confesado que yo también soy una cobarde. Llevo semanas quejándome en silencio de la cobardía, del no atreverse a mirar más allá, del no tener cojones a intentar lo que puede valer la pena. Y de repente, soy yo la que no se atreve. Y mis demonios ni siquiera tienen la delicadeza de ser misteriosos. Son groseramente claros: soy cobarde. Me da miedo el rechazo. El rechazo, eso sí, más superficial y banal. Pero me da miedo. Más del que me da estar aquí, ahora, sola.

Hoy no quería estar aquí, ahora, sola. Pero al final, cobarde, lo preferí. Mis demonios salieron a pasear y se tomaron una copa conmigo. Y yo, que no sé en qué centrarme, que no sé de qué prefiero olvidarme, yo, que hago listas de pros y contras y ganan los segundos, no debería decir nada por si acaso. Por si acaso vienes y me lees. Por si acaso te sigo acojonando. Por si acaso cada paso que doy te sigue pareciendo inasumible.

Y sí, esta entrada podría ahorrármela. Por si acaso. Pero no quiero. Porque si no quieres asumir lo que soy, ahora mismo, aquí y ahora, y ayer y mañana, sé que no vale la pena. Y me dan todas las ganas del mundo de olvidar que no vale la pena. Pero lo he visto tan claro que ni siquiera yo, aquí y ahora puedo fingir que no.

Ojalá me leyerás y supieras que yo soy todo esto. Y todo lo que has entendido y lo que has intuído y lo que no te ha dado tiempo o ganas. Ojalá entedieras que yo saltaría, yo lo haría. Pero sólo si tú lo hicieras conmigo. Y eso no va a pasar ¿no? Porque yo necesito que me convenzas de que vale la pena, de que no te has acobardado. Y eso no va a pasar. Y por eso debería callarme, o ahorrame esta entrada.

Pero hace un rato, cuando empezaron a salir a pasear mis demonios y no supe cómo explicarlo, alguien me dijo: escríbelo.

Y eso hago.