Más allá de que se me caiga o no el pelo, es cierto que pienso demasiado. Aunque, quizá lo que haga es pensar de menos. Es decir, pienso en muchas cosas, excepto en las que debería pensar.
Estaba en la cama, escuchando a Punset y entonces me lié dos pitillos y me vine a escribir para contar que hoy tengo una desazón.
No le encuentro una razón objetiva y cuándo pienso por qué, creo que pienso de todo, excepto lo que realmente me acerca a saberlo.
En ese pensar de más se instalan muy alegremente mis más arraigadas inseguridades, los miedos profundos con los que poco me apetece convivir, algunos demonios que encontraron el momento preciso para hacerse notar.
No pienses, entonces, sería un buen consejo. Pero la desazón sigue ahí.
Y pienso en mi viejo conocido, el miedo al cambio. Sí, señores, a veces soy densa, pesada y complicada. Mi atávico e ilógico miedo al cambio. Miedo al cambio incluso cuando el cambio es deseable y deseado, gozoso, feliz.
La primera vez que hablé seriamente sobre cambiar el país donde vivía, lloré. Ese cambiar de país era mi mayor ilusión, el sueño de mi vida. Y lloré. Porque tenía miedo. Miedo al cambio.
Dice Punset que la ansiedad es buena, te pone en alerta para cualquier situación que lo amerite. El miedo no. El miedo paraliza.
Aquel miedo al cambio encerraba la tristeza de dejar a mis amigos, mis costumbres, el mundo que conocía.
Éste, el de ahora, quizá encierra la duda de si sabré hacerlo bien, la de si repetiré los mismos errores, la de si me aguantarás cuando me ponga así, densa, pesada y complicada. La de si me volverán a romper el corazón.
Lo bueno de pensar es que a veces das en el clavo. Y comprendes algo. Y entonces vas y lo escribes y lo ordenas y lo confirmas. Y entiendes que tus miedos probablemente están justificados, pero eso no significa que sean justos. Porque en la partida que juegas hoy todo es dulce y luminoso. Y que sí, que te da miedo hacerte vulnerable, pero lo haces porque confías. Y es bueno confiar. Y volver a arriesgarse. Y dejar de sentirte pesada y densa y complicada. Y sonreír.
Y entonces sientes como se diluye esa desazón. Y te das cuenta de que tienes sueño. Y te fumas el segundo pitillo mientras pinchas el botón de "Publicar entrada". Y dejas de pensar y solo recuerdas. Ese abrazo. Las sonrisas. Las arruguitas junto a los ojos. La ternura. Las ganas. La valentía. Lo que dices, como de paso, y que es simple y llanamente tan bonito. Lo que queda por delante. Lo que sea. Lo que sea.
Buenas noches.
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1 comentario:
Escribe siempre chiquilla, no dejes de hacerlo, me emocionó esta entrada, en serio, me llevaste a mis cambios laborales, y el miedo que viví, y al seguir leyendo mé dí cuenta de esta otra clase de miedos...sería de cobarde perderse esta dulce experiencia, sea lo que sea, dure lo que dure.
A veces pienso Leola que hay vivencias incluso de poco tiempo, tan intensas, tan completas, que puede ser como una vida entera.
Un abrazo grande.
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