A veces el atardecer se pone bonito.
A veces estás mirando a través de la ventana, escuchando el televisor de fondo y pensando, cuando notas que el atardecer se ha puesto bonito. Que las luces de la ciudad se han ido encendiendo y el cielo tiene ese color que siempre dura tan poco, y que además de cansado parece tranquilo, parece sereno, parece justo.
A veces estás mirando a través de la ventana casi sin querer, pensando. O casi sin pensar, viendo desfilar tus pensamientos como si no tuvieran que ver contigo. Salen de paseo sin esfuerzo, naturales. Los ves pasar como un carrousel, un tíovivo. Como si dieran vueltas, giraran y volvieran a pasar delante de tus ojos. Una y otra vez.
A veces estás mirando a través de la ventana casi sin querer, viendo sin ver. Parece que está todo ahí. Tu Aleph particular. Está la otra noche cuando no entendiste lo que te estaban diciendo sin palabras. Y tú hubieras querido entenderlo, tanto, tanto. Y está la otra vez en que sí sonaron las palabras y ya no sabes si eran una provocación o una declaración, ni si era de amor o de guerra. Está esa mirada en la que ya no ves el brillo que solía iluminarte. Está la sensación de que la valentía te ha abandonado y ya no te quedan monedas para apostar. Está esa confusión tan curiosa de sentir al mismo tiempo miedo y ganas, curiosidad y rechazo, orgullo y vergüenza. Está la duda de hasta dónde piensas llegar y sobre todo, la duda del por qué lo harías. Está ahí, la ves, brillando como una puñetera supernova la intuición de equivocarte y te preguntas por qué solo aparece a la distancia y nunca cuando sus ojos te están mirando. Y confirmas que nunca, nada, sale como lo esperas y aunque entiendes que exageras, te asusta un poco.
Y ni siquiera sabes el tiempo que está pasando, porque aparecen en un mismo segundo, las sonrisas, los ojos, los juegos, los hartazgos. Te preguntas mientras lo miras, todo a la vez, si en esta ocasión serás capaz de dar el acento justo, si los demonios se aplacarán, si te estás escapando, si te estás escondiendo, si eres incapaz de olvidar el drama, si aún crees en la magia, si te equivocas de cuento de hadas, todo al mismo tiempo, todo delante de tus ojos, todo girando como un tíovivo que vuelve y vuelve y vuelve a girar.
Y entonces te das cuenta de que estás mirando por la ventana, que las luces se han ido encendiendo allá fuera y que el cielo se va apagando con ese color que dura siempre tan poco y que parece sereno, que parece justo.
Se pone bonito a veces el atardecer.
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2 comentarios:
como me ha gustado! esa forma de relacionarlo todo...genial! ay, Leola, yo es que no sé, para cosas estoy tan temerosa... que de buenas ganas me echaba una charla mirando al cielo contigo, sin más.
Estos días he escrito muchas entradas que no he publicado, pero sigo ahí, en mi caos.
Abrazo fuerte, fuerte!
Coincidencias de la vida (existen, ¿no?) miré mi correo, no había nada. Me fui a tu blog y al terminar de leerte, tu comentario apareció en el mío. No sé, me gustan las coincidencias.
Muchas gracias por lo que me dices. Yo también estoy temerosa, la verdad, no sé ni pa donde mirar y me asusta equivocarme. Sería bonito, sí, hablarlo mirando cualquier cielo contigo.
Y por último: ¡cuélgalo todo! Que queremos leerte.
Un gran abrazo.
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