miércoles, 15 de septiembre de 2010

El chico de Canadá

El concierto comenzó con Dance me to the end of love. Una gran elección.

Pedí el día en el trabajo con meses de anticipación. De todas las formas posibles: recuperando las horas otro día, por el día de vacaciones que me queda, a cambio de mi inexistente alma. Tres peticiones como tres soles con sus tres preciosos formularios.

Petición 1: Denegada porque no tienes más vacaciones (aunque luego me informaron que no sé qué día de noviembre no tengo que ir a trabajar por vacaciones).
Petición 2: Denegada por pedirla con demasiado tiempo de antelación (se ve que no les gustan los planes a largo plazo a los chicos del departamento de turnos).
Petición 3: Denegada por falta de autorización de mi jefe inmediato (sí, el mismo que me dijo: Todo bien, yo te la autorizo y no tienes problema).

Más o menos a esta altura fue cuando me di cuenta de que estaba pidiendo el día equivocado.

Antes de pedir el día bueno me informé en el departamente de turnos, hablé con mi jefe inmediato, llamé de nuevo a turnos, de nuevo hablé con mi jefe. Yo solo quería saber la manera más segura de hacer media jornada el día del concierto, lo cual me daba el tiempo justo para llegar a la estación, coger un bus y llegar dos horas después a mi destino, unos cuarenta minutos antes de que empezara el concierto. Entre todos los involucrados diseñamos el mejor plan: tendría que hacer la petición ya empezado septiembre y mi jefa (la de ese día, es que me lo cambian cada semana) me aseguró que lo autorizaría. De todas formas, cuanto más tarde pidiera el día, más tarde sabría si me lo daban y más emoción tendría todo esto ¿no?

Mientras tanto me entretenía esperando la fecha en que comenzaban a vender las entradas -que cada vez se alargaba más-, comprando luego una por teléfono porque por internet aparecían como agotadas en todos lados, buscando un hotel digno, barato y cercano (logré una de tres), verificando los horarios de transportes de la única empresa que podía llevarme y que tiene la política de no vender anticipadamente los billetes de autobús, permitiéndome así la divertida sensación de no tener asegurado el transporte hasta cinco minutos antes de que saliera el mismo, ya que esa era la hora en la que podría llegar yo a la estación si caminaba más bien rápido al salir del trabajo, a fin de pasar dos horas para llegar a una ciudad a más de cien kilómetros de la mía.

Y todo salió bien. Salió perfecto. Los de turnos me dieron el medio día que necesitaba, mis piernas respondieron -no sin consecuencias de tipo muscular- para llegar a tiempo a la estación, aún había billetes de bus, conseguí el último taxi en aquella ciudad, el hotel existía y mi reserva también, llegué a tiempo al espectáculo y hasta encontré un asiento maravilloso.

Lo conseguí.

Yo vi a Leonard Cohen.

El concierto comenzó con Dance me to the end of love. Una gran elección.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Leonard Cohen. Mi dios.

A dijo...

La tenacidad tiene premio. Me alegro de que lo disfrutases tanto como parece.