lunes, 29 de junio de 2009

Aniversario

En uno de mis blogs favoritos se exponía hace poco la Teoría del depósito de lágrimas. El autor nos explica que su depósito se va llenando internamente con cada suceso llorable y cuando llega al tope, no importa la calidad del suceso que toque en suerte, se desborda.
Yo le explicaba que carezco de depósito de lágrimas alguno, ya que brotan a la mínima provocación. Pero sé que tengo, al menos, un depósito de algo.

No me es fácil hablar de esto. Es un tema que suele generar incomodidad en la gente, no sé si porque se identifican y no les gusta o porque no se reconocen en absoluto y no son capaces de darle crédito.

Hace un tiempo, una amiga bloguera, si me permite llamarla así, hablaba en una entrada de la relación con su madre. Le regaló a ésta un canario naranja que pareció simbolizar un nuevo vehículo para redescubrirse. Me voy a permitir citar la última frase:
"Ésta mañana mi madre me ha llamado por teléfono, hemos hablado mucho, casi una hora.
Se escuchaba cantar al fondo a un pequeño canario naranja".

Llevo toda mi vida buscando ese canario naranja. Nunca me ha sido fácil explicar lo que me pasa con esa relación. No hay gritos, no hay insultos. Es todo tan sutil.
Precisamente por eso pienso en el depósito: cada pequeño gesto de la decepción que le supongo, lo llena un poquito; cada vez que sé que no puedo contarle algo, lo llena un poquito; cada palabra que insinúa la eterna desaprobación que merezco, lo llena un poquito. Hasta que el depósito se desborda y no puedo dejar de sentir esta profunda, primigenia e infantil tristeza.

Hace tanto que intento regalarte un canario naranja, una y otra vez. Y una y otra vez me quedo sin oír su canto. A veces me has ignorado, a veces me has humillado por intentarlo.

Perdóname, pero ya no tengo ganas de intentarlo. Yo te quiero, y claro, tú a mí. Pero necesito desaprender todo lo que me enseñaste: que el mundo es siempre hostil, que no hay nada seguro, que no soy capaz, que me voy a arrepentir, que no me lo merezco, que tengo que ser distinta a lo que soy para que me apruebes. Que todo es condicional. Que reír no es bueno. Que solo las putas fuman y disfrutan de la vida.

Yo te quiero, pero cuando mi depósito se desborda, siento que mi mundo, que tanto me cuesta mantener en su precario equilibrio, se desgaja. Sé que siempre le faltará al menos una pieza al rompecabezas de mi vida. Y creo que necesito seguir construyéndolo reconociendo ese ineludible hueco, y dejar de seguir intentando encajar piezas que no caben, y deforman, y hacen saltar, y descolocan el resto.

Hoy hace treinta y cuatro años que nos conocimos. Hoy me llamaste para felicitarme. Y sonabas tan triste. Tan triste.

Supongo que yo también.

lunes, 22 de junio de 2009

Ya se me pasará

Sensación
(Del lat. sensatĭo, -ōnis).
1.
f. Impresión que las cosas producen por medio de los sentidos.
2.
f. Efecto de sorpresa, generalmente agradable, producido por algo en un grupo de personas.
3.
f. Corazonada o presentimiento de que algo va a suceder.

Sentimiento

1.
m. Acción y efecto de sentir o sentirse.
2.
m. Estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente.
3.
m. Estado del ánimo afligido por un suceso triste o doloroso.

Nunca deja de sorprenderme lo que soy capaz de sentir. No solo me sorprende que sea capaz de sentir ciertas cosas en ciertos momentos por ciertas personas o circunstancias. Me sorprende la complejidad y aparente incoherencia de muchos de esos sentimientos y sensaciones.

Hace meses cité en una entrada a Pablo Neruda ya que, aunque la poesía no es mi fuerte ni Neruda mi favorito, describía mejor de lo que yo podía lo que sentía.

He vencido la tentación de hacer lo mismo ahora con una canción de Pau Donés. Una entrada sólo con su video y a la mierda. Pero es que, sin ofender, me parece como bajar un escalón -cuando menos- después de Neruda. No puedo hacerlo, al menos sin aclarar la extraña atracción que parte de su música ejerce sobre mí, a pesar de mi resistencia a ello. Toma post data musical.

A lo mejor tendría que haberla colgado con la entrada de ayer en lugar de hacerlo hoy en una entrada sin sentido y que no sabe explicar lo que siente.

Bueno, aguantad un segundito, que voy a intentarlo: Es como si me hubiera tragado un lingote de oro que se quedó en el pecho. Está ahí, ni sube ni baja, no me deja respirar bien y por las noches pesa más. Me recuerda que me merezco todas y cada una de las mierdas que tengo encima. La mitad me las busqué y a la otra mitad no hice nada para detenerla. Me pregunto por qué no soy capaz de definir con precisión lo que me hace sentir así. Lo veo ahí, como una maraña nebulosa, pero no lo puedo diseccionar. No con palabras. Es como si te pincharan con un alfiler. Un pinchazo no duele mucho. Puedes aguantar otro y otro (favor de imaginárselos al mismo tiempo). Puedes resistir un rato, pero, chico, llega un punto en que te jode viva. Y entre tanta tontería, cada vez que miro el correo se me encoge el corazón y se me ensancha el lingote. Y leo sus cuatro palabras y se me encoge el corazón y se me ensancha el lingote. Y yo no sabía que iba a sentir eso por leer cuatro palabras. Y tampoco sé si siento eso por tener un lingote atragantado o si esas cuatro palabras son una causa más en la maraña nebulosa, para tener un lingote.

Intento fallido. Tendría que haber colgado sólo el video y a la mierda.

P.D.M. Duerme conmigo, de Pau Donés.

Cielo azul

Es de noche. A las 22:53 cruzaba la puerta de mi casa y aún era un poquito de día. Un azul encendido en el cielo negándose a caer, como regalo en el día más largo del año. Hay días raros. Hay días que a los diez minutos sabes que serán raros. Pero hay días raros que no avisan.

Me gusta poder llorar sin estar profundamente triste.

Sí, hoy llegó el verano. Lo olí a través de una ventanilla de autobús.

La noche más corta no es menos oscura. Y huele a una especie de hierba seca recién cortada y mojada. Suave y fresco, casi dulce.

Un ataque de soledad. Si es que eso existe, es lo que tengo. He abierto las ventanas y cerrado las puertas y he puesto música para que me acompañe y me reitere.
Hay varias, muchas explicaciones, todas verdaderas y ninguna real.

Hace unos días me encontré unos ojos desconocidos. Desconocidos e insistentes. Y yo solo quería mirarlos, mirarlos sin pausas. Sí, fue esa noche en que me di cuenta de que no sé ligar. Me di cuenta porque los dejé ir. Da igual, esos ojos seguramente no tendrían nada que ver con lo que yo imaginé-deseé-intuí de esos ojos.

Se supone que el amor te ayuda a conocerte. Se supone que el amor hace la vida más dulce. Se supone. Yo me creo todas las cosas, sobre todo las que no escribo.

Estoy moderadamente cerca de donde quiero estar. Estoy razonablemente sobre mis pies. Con la brutal avalancha de mis miedos sobre la cabeza, siempre a la espera del ruido necesario para caer.

Abro las ventanas, cierro las puertas y estoy sola. Sola por todos los costados. Los más pueriles y los más sutiles.

Me siento un poco culpable por tener ganas de enamorarme. Como si me fallara a mí misma, como si cayera en un antiguo vicio ya superado. Solo el miedo está a la altura del deseo.

Alguna vez me enamoré y se difuminaron todas mis preocupaciones. Alguna vez me enamoré y me convertí en valiente. Alguna vez me enamoré y el mundo fue mío. Ya no quiero nada de eso. Solo quiero poder mostrarme y poder conocer. Quiero poder confiar y poder desear. Poder arriesgar. Y tener un hombro en el que recargar la cabeza y me ayude un instante, solo un instante a cargar el peso. Y no, no creo que lo necesite. Pero sí, me gustaría. Como un helado de chocolate, justo como un helado de chocolate.

La verdad es que ni siquiera puedo imaginarlo. Quizá sea el miedo, quizá la culpa, o quizá la canción que suena ahora. Quizá sea que pienso que no debería sentirlo o al menos decirlo.

Quizá sea la noche más corta del año.

martes, 16 de junio de 2009

Ni vacaciones ni ligues ni leches

Yo quería escribir una entrada sobre mi triste y viejo ordenador que me ha dejado una semana fuera de servicio.
Quería escribir una entrada contando que ya veremos lo que sale, pero me pinta un verano delicioso por delante gracias a planes, viajes, playas y amigos.
Iba a contar cómo el sábado por la noche me di cuenta a mis treinta y pocos años de que no sé ligar.

Entré en Internet para leer los muchos correos acumulados, para concretar fechas de mi verano, buscar información que necesito, localizar transportes varios, para recrearme en las muchas entradas nuevas de los blogs que sigo.

Los blogs que sigo. Los he contado. Son veintiseis, más un par que no he colgado aun ahí, a la derecha de estas letras, bajo el título Blogs que yo leo. Si no hiciera de esta una entrada aún más aburrida, iría uno por uno explicando por qué los leo y por qué me importan. Con cuáles me siento brutalmente identificada, a cuáles admiro con secreto fanatismo, quiénes me parecen genios, cuáles son mis favoritos.

Escribiría una entrada sobre todo esto, pero ya no. En el blog de Susi me entero de que murió el firmante de otro blog que sigo, Ángel. Supongo que debo decir seguía, un blog que seguía.

Llevo varios minutos pensando qué escribir en esta línea. No lo sé. No voy a hablar del blog de Ángel ni de él mismo. Ni de su perro Xoco. Ni de las extrañas relaciones que se tejen, difusas pero reales, en estas redes.

Hace muchos años, incluso antes de que Internet tuviera el interés que tiene para mí hoy en día, ya decía y sigo diciendo que hay amigos para todo. Yo tengo amigos a quienes no les cuento intimidades, amigos a quienes no veo a menudo, amigos con los que no querría salir de farra. No todos tienen que ser los amigos ideales, aunque hay quien se acerca. Tiene formas muy amplias la amistad y no me importa abusar de ellas. No hay especies de amistad, para mí son amistades, diferentes, curiosas, especiales. Pero de una manera u otra, son. Y sí, siento cariño por gente que no conozco en persona, y me emociono al saber que, por ejemplo, un nuevo y viejo amigo bloguero está enamorado y feliz. No pretendo sobrevalorar un muerto, ni decir de él lo que en vida no fue. Pero creo que se murió un amigo.

Tiendo al drama, así que entiendo si esto resulta exagerado. La verdad es que me ha impactado saber que Ángel ha muerto y siento algo que quizá se llame desazón.

Espero que alguien cuide de Xoco.

Yo, por mi parte, sigo sin creerlo. No es solo por Ángel, es por la muerte. Como de costumbre, solo la evidencia de la ausencia cotidiana me hará caer en la cuenta.

Se ha muerto un bloguero. Es mi primer muerto bloguero. Y eso, creedme, me ha puesto los pelos de punta. Y ni siquiera voy a explicar por qué.

jueves, 4 de junio de 2009

Normal

Lo malo de llevar más de una semana sin entrada es que ahora siento que debo escribir algo que valga la pena -muy alejado a mis costumbres-. Pero esperar a que llegue esa lucidez podría devenir en el cierre de este blog. Total que, como tantas veces, confieso que no sé qué escribir. Si acaso os cuento que soñé que tenía un hijo -un parto sencillo y sin dolor, gracias por preguntar- y cuando iba a ver su cara, era un bolígrafo. Sí, un bolígrafo. Y respiraba. No tenía padre. Yo intentaba recordar pero nadie me venía a la mente.

Estoy acostumbrada a ir a mi aire y hacer lo que me dé la gana con mi tiempo. Ciertos eventos me lo han impedido en los últimos días, y creo que esa es la razón por la que no he escrito. La cabeza dando vueltas y las costumbres alteradas han sido suficientes. Si es que mi equilibrio es siempre frágil.

Esos eventos están cargados de historias rancias que cada tanto reclaman vigencia, irresolubles e inesquivables. Cada vez que hacen presencia me quitan el sueño, me rebosan el mal humor, me recuerdan mis peores y más antiguos miedos. No así esta vez. Son solo un pequeño inconveniente al que intento no dar demasiada importancia. Por ahora. Ya tendré tiempo de desquiciarme.

Yo quiero estar bien. Tengo todo mi empeño puesto en encargarme de mí misma y no estoy dispuesta a que cualquier evento me arranque de mi vida. Porque he tenido ya suficientes años de vida sin raíces y demasiados días en que lo único que me sentía capaz de hacer era respirar y suponer que llegaría otro día. Sé que es muy cool estar fuera de lugar, que la tristeza profunda parece generar inspiración, que una vida tortuosa da mucha sustancia al currículo. Pero yo quiero estar bien.

Veo que la gente vive con toda la naturalidad y no sé si es porque lo tienen todo muy claro o porque no se detienen a pensar en nada. A mi casi todo me cuesta al menos un poco. Y dudo constantemente de asuntos en los que quizá no debería reparar y creo que se me olvida dudar de asuntos en los que más me valdría. Y estoy llena de vicios y de ausencias. Y me replanteo todo el tiempo cuál es el equilibrio entre valorar lo que tengo sin ser conformista e ir en busca de algo sin amargarme. Y cómo lo voy a contar aquí si ni siquiera en mi cabeza tiene un sentido.

Pero todo esto es mi puto reino. Mi reino de vulnerable normalidad pleno de cuentas pendientes y glorias cotidianas.

Normal, normal. Por primera vez en mil años me siento normal.
Y me gusta.