Hay un poema de Pablo Neruda que comienza diciendo Sucede que me canso de ser hombre. Cuenta que se cansa de sus pies, de sus uñas, de su pelo y de su sombra. Que no quiere seguir absorbiendo y pensando, y que pasea con ojos, con zapatos, con furia, con olvido. Que el lunes arde como el petróleo y que la ropa colgada en algunos patios llora lentas lágrimas sucias.
Resulta vano proponerse definir con palabras propias lo que otras ajenas parecen decir puntualmente. Describir el cansancio sutil y arraigadísimo de un cuerpo que no da abasto para seguir al alma, trotando sin alivio. El hartazgo que supura de los planes reventados, el hastío que emana el caos al intentar ordenarlo, la resaca continua que deja el intento de reinventar las esperanzas.
El cansancio vespertino renacido del cansancio nocturno.
Cansancio de todo. De ser hombre, de ser un hombre en particular, de ser uno. Cansancio de tanto cansancio.
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