La noche parece el momento más adecuado para cumplir con los arrebatos rezagados. Para asumir riesgos y dar el salto después de tomar vuelo. Se aplaza el sueño en busca de prodigios y se agudiza la ilusión porque se disparan los deseos. En cada palabra se puede encontrar un indicio y en cada movimiento intuir un tropiezo. El aire parece más nítido aunque falte el sol y la vida parece más real sólo porque se presienten las promesas a punto de cumplir.
A veces la noche se toma la revancha y se pone a caminar por sí misma, sin preguntar, sin anunciarse. Y no hay manera de detenerla porque no hay armas contra su caradura, contra su honestidad despreocupada, contra su llaneza y obviedad. Y no le importan nuestros planes ni nuestros miedos. No se detiene si en su camino rompe unos y compone los otros.
Y nos da una bofetada tal que no podemos evitar ver si quiera de reojo lo que somos en realidad. Lo solos que estamos y que queremos estar. Lo hartos, lo confusos que nos encontramos. Lo crueles, lo egoístas que somos.
De día y de noche.
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