Si se puede esperar una grata sorpresa de alguien es de un amigo. Cuando digo sorpresa pienso en el regalo de pasar un buen rato, en una palabra de consuelo. Pienso en el milagro de un comentario brillante en el momento preciso, de la intuición equilibrista de cuándo preguntar y cuándo esperar a que tú saques ciertos temas o la solidaridad de recordar una anécdota inútil y antigua, pero tuya. Los amigos son anclas cuando uno siente que va a la deriva, son alas cuando uno siente que ha olvidado cómo despegar y son una mano tendida cuando sientes que se ha desquebrajado el suelo bajo tus pies.
Cada uno hace con su vida lo que puede y ya se sabe, nacemos solos y solos hemos de morir, pero ya lo dijo un poeta inglés: Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo. Entre lo poco que creo que en verdad necesitamos están los amigos. Y es que solos no podemos; ahí están ellos para recordarnos lo que somos, lo que hemos sido, lo que solíamos querer ser.
Con frecuencia me ufano de tener amigos en puntos diversos y distantes del mundo. Me sigo ufanando de que sean mis amigos, pero quisiera tenerlos todos juntitos aquí en mi calle, de ser posible, aunque fuera un par de días. Y es cierto que las palabras, las memorias, las dudas, las convicciones, los reproches soterrados, las confesiones y hasta las promesas, al compartirse disminuyen las distancias. Y también supongo que nada puede sustituir un abrazo. Pero se puede intentar.
Y a veces, hasta parece que funciona.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Pues que no quede por intentarlo. Y por cierto, se te echa de menos, aunque siempre queden entradas antiguas para matar el gusanillo.
Saludos W!
Publicar un comentario