viernes, 15 de octubre de 2010

Ni idea

No sé muy bien cómo explicarlo. En serio, me siento aquí y digo: vaya gilipollas estoy hecha, que no sé ni cómo explicarlo.
Ya sé, lo entiendo, sois tan amables de venir aquí y leer las tonterías que escribo. Esa es la razón por la que quisiera poder ser más clara. Tener un mínimo de coherencia, de claridad, de raciocinio.
Coño, pero no. Seis y media de la mañana del viernes. Ojalá eso fuera un pretexto. Pero ya sé que no lo es.
Cuando no estoy eufórica, ni deprimida, a veces, me pasa esto: no encuentro las palabras. Es más fácil adscribirte a algo cuando todo es una mierda, o cuando todo reluce.
No lo negaré: me gusta este estado. El mío, el de ahora, el que suscribo con la normalidad, aunque desconozca de qué va eso. Me gusta ese estado en el que me creo que percibo la realidad de una manera menos comprometida, menos aleatoria. Pero, lo veo, lo siento, es tan falso igualmente.
Me gusta este estado, me gusta por las mañanas y por las tardes. Pero hay algo de él que no me gusta en sus noches. Es que no me entero. Os lo juro, no me entero.
Sí, te crees que estás en equilibrio, que miras el mundo desde la perspectiva más clara, o la menos obscura, sí, te sientes más real, menos emotiva, más centrada, mierda, te lo digo, lo que sientes estando ahí puede no ser tan brutal como en un estado de tristeza o de alegría enajenada y por eso te crees que es más real.
Y ahí es cuando me pongo confusa. Y es que no sé ni cómo explicarlo. Cómo contarlo. Qué decir. Mis amigos dicen que, por las noches, ya sabéis el estado alterado que eso implica, me acosan las propuestas. Es una versión de amigos, yo no me entero de nada. De nada de eso. Lo único que veo es que hay un ciento de seres revoloteando delante de mí. Y uno, si, uno, brillando.
Ese brillo, ese puto, puñetero, desconsiderado brillo es el que no sé nombrar.
Soy tan valiente. De verdad, si me conocierais lo sabrías. Para muchas cosas no, pero para ligar, madre mía, soy valiente rozando lo temible. Y funciona.
Soy temible; tú lo sabes a ciencia cierta. Pero sólo soy temible cuando no juego a nada. Soy temible cuando soy una treintañera ligando como una mujer moderna de manual. Soy temible, soy moderna. Y soy efectiva. Y luego, estás tú.
Y luego, estás tú. Me conformaría con poder explicar lo que es. Me conformaría con no sentir la inmensa derrota que siento cada noche que paso contigo al lado y luego me voy a casa. Me conformaría con no despetar al día siguiente sintiendo que me equivoqué, que me acobardé.
Pero lo siento. Siento que te dejé ir una vez más. Pero cuando te tengo delante, cuando sé que podría ser el momento, simple y llanamente no soy capaz. Es raro, pero es así. Permitidme abusar de los recursos de esta página: NO SOY CAPAZ. No tengo ni idea de lo que me pasa. Eso es lo que me confunde. Tú sabes que soy temible, que soy moderna, que soy eficaz. Pero, a la puñetera hora de la verdad me desvanezco, soy una niña que una vez más dice Hasta la próxima. Y ya está.
Sé lo que será la próxima: lo mismo que hoy. Algo que si supiera explicar me dejaría más tranquila. Pero no.
Ojalá tuviera algo más divertido y menos repetitivo que contar. Pero parece que no. Parece que soy la misma que empezó hablando de tu sonrisa hace, mierda, no sé, casi un año. Y yo, me creo que no soy de hablar sin actuar. Y es cierto. Actúo. Porque soy así: temible y moderna. El problema son las noches en que vuelves. Y yo no sé mirar nada más que tu brillo. Ese, el que no tiene nombre.
Si lo tuviera, lo diría. Pero no. No tiene nombre. No tiene más que la increíble lucidez de tu ser tú. Un tú que no me creo, que no entiendo, que no soy capaz de nombrar.
Sigue brillando, sigue viniendo, sigue siendo. Da lo mismo. Empiezo a entender que da lo mismo.
Brilles lo que brilles, hay algo que me detiene. Yo, lo sabes, no soy así. Pero algo me detiene. Algo me acobrada. No tiene nombre, no tiene gracia, no tiene lógica.
Y, desde luego, no tengo la más mínima idea de cómo explicarlo.
De verdad, me encantaría encontrar las palabras justas; como en un relato, un cuento, en el que pasas y repasas por las letras escritas hasta encontrar la perfección. Pero aquí, en cuanto llego a tus ojos se me acaban los plazos, se me olvidan los sinónimos, se me pierden las opciones.
Una vez más, llego a casa y me voy a la cama pensando Da igual, mañana será otro día. Y lo será: uno en el que una vez más no sepa que nombre darte, y me sienta cobarde y ajena al mundo.
Y no es que no quiera, de verdad, es que no tengo ni idea.
Ni idea. Ni idea. En verdad, no tengo ni idea. Me siento normal, me siento tranquila. Me encantaría estar echa polvo o sentir una de esas tristezas inasibles. Me encantaría, para echarles la culpa. Pero no: estoy normal. Y te miro, y me miras, y no entiendo nada, y me acobardo, y pasan las horas, y me voy a casa, y pienso en cada noche que ha sido así y no lo entiendo. No sé explicarlo. Y supongo que tendré que vivir en mi estupenda normalidad con ello.
Cómo quisiera saber qué nombre tiene esto.
Pero no tengo ni idea. Ni idea.

Ni idea.

4 comentarios:

Cesc Sales dijo...

Para no tener ni idea creo que lo has descrito muy muy pero que muy bien!

Enrojecerse dijo...

No tiene nombre,
y no sé tú, pero yo creo que si sabes como contarlo.
Ahora tienes que cambiar el estado (sólo en los momentos que no te gusta, claroclaro)

Anónimo dijo...

MIEDO

Meiguiña dijo...

Creo que eres muy consciente de como llamarlo o como nombrarlo y hasta que no pierdas ese "miedo" no podrás dar ese paso que te falta.

Bicos meigos