Fui por mis propios pies. Entré a un lugar vacío y confuso al que se acude cuando decimos las cosas a medias, cuando nos gana el improbabilísimo deseo de ser entendidos de la manera correcta (¿es que hay una manera correcta?) por la persona correcta (¿y por qué creemos que lo es?). Acudí, digo, por voluntad. En el afán de resistir a la euforia y a la melancolía, que son hermanas mellizas que no se sueltan nunca la mano. Y sólo a la vuelta entendí que no era posible y quizá no era deseado. Entendí que besar en los labios a la indefinición era más que un beso, era entregarse a ella, someterse a sus reglas. Y entedí, sólo al verlo delante de mi nariz, como a menudo me pasa, que la respuesta que merecía iba a surgir del mismo territorio de la indefinición.
Hice el primer movimiento de un juego infantil y sospechoso. Ahora no hay más que piezas sueltas y reconozco en la respuesta muchas más voces de las que planeé, muchísimas más de las que quisiera. Y cualquier podría ser la que buscaba y seguramente ninguna lo es. Ya no sé si prefiero más movimientos o acabar la partida. O quizá sí lo sé. Si es que no son formas. Ya lo dije, me lo merezco.
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1 comentario:
Pensamos que todo puede ir bien, aunque pisemos el terreno de la incertidumbre...nos arriesgamos y, a veces, salimos con la constatación de que ha sucedido lo peor. Aquello que no deseábamos.
Debemos culparnos?
Un abrazo enorme, Leola!
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