domingo, 23 de noviembre de 2008

Cómo

Miró el reloj. Llevaba más de cuarenta minutos mirando el folio en blanco. Pensando en qué escribir. Sin atreverse a nada. Quería hablar de varias cosas, todas ellas le parecían importantes. De todas ellas, al menos, cree que quiere hablar. Quiere contar las últimas semanas, desde que ese peso cayó finalmente, ese que llevaba meses haciendo equilibrios a sus espaldas. Cayó al final y cayendo abrió todas esas heridas, rompió las mentiras propias, los pretextos absurdos disfrazados de apego. Cayó y al reventar en mil pedazos cada palabra antigua y olvidada, cada lágrima desviada y distraída chapoteó sin la menor elegancia hasta la superficie.
Quería hablar del vacío que reconocía por primera vez. El de sí misma. La absoluta perplejidad en que la dejaba darse cuenta de que estaba ahi, de que ocupaba sus ganas, ocupaba sus deseos, sus gustos y sus necesidades. No había nada, vacío.
Y esa tristeza que a veces la paralizaba y otras la encolerizaba. Esa tristeza que llevaba ya demasiado tiempo ahí, que ahora la miraba a los ojos, que ya no rehuía. Porque ahora era el tiempo de encontrarse de frente y no dar rodeos.
De todo eso quería hablar.
Pero no encontraba cómo.

2 comentarios:

merce dijo...

Ohhhh!!! Que bien expresado me parece. Ese laberinto que nos persigue, mas a menudo de lo que quisierámos.UN BESO

Leola dijo...

Muchas gracias por lo que me dices Merce. ¿Sabes? Tu comentario me recuerda que mi sobrino de cuatro años me contó que había entrado a un laberinto y me lo enseñó: era un simple arbusto circular... Supongo que es bueno saber que cada uno tiene sus laberintos.