domingo, 27 de julio de 2008

Fuegos artificiales

Yo no sé en otros parajes, pero en Galicia es acercarse el verano y comienza un no parar de fiestas. Cada ciudad, cada pueblo festeja a sus patrones, santos, vírgenes, cualquier pretexto es bueno. Y con cada fiesta llegan las ferias, las verbenas y los fuegos artificiales. El punto climático es el foleón nocturno, donde el prestigio y la importancia de la localidad (del presupuesto, vamos) se mide en luces y formas de colores en el cielo. Siempre me gustaron los fuegos artificiales, a pesar de su curioso nombre o quizá por eso mismo. De artificio. Un poquito de pólvora, un poquito de esto, un poquito de lo otro y bum. El cielo hecho colores, la obscuridad postergada, la noche convertida en fiesta.
Hay de muchos tipos, incluso hay algunos que me recuerdan a lo que imagino que sería un bombardeo. Que me dan casi miedo, vamos. Y tampoco me gustan mucho las tracas, que son atracones sonoros. No, a mi me gusta el artificio más obvio: el cielo iluminándose, las chispas cayendo, las varas encendidas subiendo al cielo para estallar en montones de pizcas, como una patada en la arena.
Los fuegos están ahí, cada año, cada fiesta, cada pueblo, vuelven. No todo el artificio es efímero ni pernicioso. De artificio estamos hechos, artificio somos todos. Y algunos tan bueno que a veces el tiempo parece alargarse hasta que vuelven a aparecer. Ahí, en el cielo.

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